Esta mañana he tenido una reunión de esas agotadoras que te ocupan toda la mañana y parte de la tarde. Al menos son muy ocasionales y no de continuo.
Vuelvo a casa sola en transporte público, porque odio conducir por el centro y mucho más andar buscando aparcamiento. Además yo disfruto mucho viajando en metro porque aprovecho el tiempo para leer, escuchar música y observar el mundo a mi alrededor.
La gente va a lo suyo, como suele ser habitual. Está la señora que va leyendo en su e-book, el chico que juega al solitario en un pequeño portátil, la chica que estudia música y apura las estaciones para repasar con extraños movimientos de manos su partitura, los estudiantes que se besan con mimo apoyados en la puerta y yo que, móvil en mano y sentada junto a un joven de aspecto rockero, voy sumida en mis pensamientos. Podría sentirme aburrida pero entonces, de repente, recuerdo que me introduje en la vagina una pequeña bala vibradora en los baños de la sede central de mi empresa antes de salir.
A veces suelo hacerlo. Eso o bolas chinas. En ocasiones antes de las reuniones, por si son muy aburridas, y otras después, por si necesito relajar la tensión. Este de hoy, por cierto, es un modelo nuevo que se manipula a través de una aplicación para el móvil. Adelantos de los tiempos actuales que optan por darle este uso tan interesante a la tecnología y no aplicarla exclusivamente a la creación de armamento. Así que me dispongo a probar todos sus modos y niveles de funcionamiento. Total, aún tengo doce paradas por delante.
Aunque la excitación de probarlo en medio de tanta gente ya me sirve para empezar a calentarme, decido aprovechar las palabras que por `WhatsApp´ me está enviando un amigo que hace mucho que no veo y tiene ganas de repetir conmigo unos cuantos ejercicios del Kamasutra que no llegamos a culminar en nuestro último encuentro. Es que él es un amante muy deportista con mucha flexibilidad y pone mucho interés siempre en eso de las posturas. Me está poniendo a cien recordando una que no conseguimos realizar pero que remató perfectamente con la boca.
En mi aplicación especial vía bluetooth subo la intensidad de la vibración primero al nivel dos para pasar enseguida a la máxima. El traqueteo del vagón siempre ayuda a que lo poco que suenan estos aparatos no pueda percibirlo nadie alrededor. Y empiezo a notar sus efectos: lubricación excesiva, contracciones involuntarias, una sonrisa relajada… Lo bueno es que la gente alrededor piensa que estás llevando una conversación divertida con alguien cuando te ve sonreír mirando al móvil y lo ve normal. Todo el mundo pone caras extrañas mientras lee los mensajes que va recibiendo. Sólo cinco estaciones y ya empiezo a estar incómoda sentada. Mi compañero de asiento me mira curioso de reojo. Quizás me mire por el exagerado escote en pico de mi blusa que deja asomar el lunar de mi pecho izquierdo. Eso hace que me sienta deseada aumentando mi acaloramiento y la humedad que noto entre las piernas. Como también lo puedo sincronizar a mi música, conecto los auriculares y dejo que el ritmo de mis canciones favoritas lo haga vibrar dentro de mí de una manera muy especial. No me olvido de mi compañero de conversación telefónica y comienzo a contarle lo que estoy haciendo. Entonces él se enciende muchísimo y sus escritos suben también de categoría. Entre el invitado especial en mi cuerpo, la música y mi amigo, el viaje se hace más ameno de lo que pensaba. No obstante la dificultad llega con el orgasmo. No puedo evitarlo. Con un suave balanceo en el asiento le ayudo a desplegarse13 en mí y, de repente, solo puedo cerrar los ojos y proferir un grito al unísono con Whitney Houston.
Todos los viajeros se han girado a mirarme y a la vez el vagón se ha detenido por fortuna en mi parada. Yo me he levantado muy digna y sonriente, y he salido entre los generosos aplausos de algunos y las risas de la mayoría. ¡Son los riesgos que se corren al aventurarse a esto en público!
Ya en el andén he cerrado la aplicación del vibrador, me he despedido de mi amigo hasta dentro de unos días y he buscado mi subida a la calle con los auriculares aún puestos y cantando feliz a voz en grito y sin pudor. Para la próxima reunión ya sé lo que no debo olvidarme en casa.