Llega el verano y con él la época de estar por casa cómodos y fresquitos. Cada uno combate el calor como puede y yo tengo mi uniforme especial de temporada que son las bragas altas de algodón. Estilosas, eso siempre, pero agradables al tacto y holgadas para que no aprieten. Con eso y mi ensalada diaria ya tengo yo regulada la temperatura para todo el verano. Bueno, regulada en la mayoría de los momentos, porque hay otros, en los que la temperatura así es como más sube. Me sube a mí pero sobre todo a mis vecinos.
Mi costumbre de estar por casa en ropa interior ya es conocida por todos los habitantes de los bloques que hay frente a mi piso. Ni muy cerca ni muy lejos, pero están a la distancia justa para que unos más que otros esperen con ilusión la llegada del estío. Y yo tengo que reconocer que también me acalora bastante saber que me están mirando. Tengo mi punto exhibicionista, lo reconozco. Cuando no me interesa en absoluto ser vista cierro bien las persianas, pero por regla general es algo que me gusta. Y como nunca he tenido que sufrir ningún comentario desagradable por parte de nadie, la realidad es que no me preocupa lo más mínimo.
Hay días en los que sencillamente tengo todo abierto, y los grandes ventanales del salón así como los del despacho y el dormitorio, que dan todos a la misma zona, se convierten en escaparates de mis formas y mi desnudez, y sin apenas reparar en que alguien pueda estar mirándome. Otras veces, me desvisto con total descuido cuando llego de trabajar, con las luces encendidas y esperando que los que conocen mis horarios se mueran de deseo al ver que por fin me desprendo con naturalidad de toda la ropa hasta quedarme en braguitas. En otras ocasiones, cuando la temperatura de mi interior me pide un poco más de acción me encanta alimentar el momento con una escenografía adecuada. Puede tratarse de música, y así dedicarme a bailar mientras me desnudo. O bien, si lo que quiero es que esa excitación termine para mí con un orgasmo satisfactorio, me procuro un sillón en el que sentarme a leer o a ver la tele, y adoptando algunas posturas que motiven aún más a vecinos me dejo observar un buen rato. Con esa fantasía dando vueltas en mi cabeza e imaginando lo que cada uno o una pueda estar pensando al verme, me voy acariciando de modo casual, poco a poco. Empiezo tocándome las piernas, como si no buscase nada especial, para continuar coqueteando distraídamente con mis pezones. Algunas luces se van apagando en las casas de enfrente, aunque en la mayoría se intuyen sombras que permanecen tras las cortinas. Sin embargo, en otras, hay quienes salen a las terrazas o se asoman a fumar. Eso me enardece aún más, y continúo con mis caricias. Termino dejando caer las manos entre mis piernas, y con una excitación ya muy alta me abandono al placer y prodigándome toda clase de mimos y manoseos, acabo gimiendo y disfrutando y con los dedos empapados dentro de las bragas.
El verano es una época estupenda para quererse y dedicarse tiempo. A nadie debería molestarle lo que yo haga en mi casa y si de paso hay otras personas que disfrutan con tus fantasías ¿por qué negarles ese placer? Lo bueno siempre se debería compartir. ¡Buen verano a todos!