Existen infinitas diferencias individuales con respecto a lo que nos provoca excitación sexual, es decir, el estímulo que nos da más o menos placer al llegar a través de nuestros sentidos. Esto se relaciona con las diversas formas de pensar y percibir el mundo en cada persona. Así, el universo erótico o conducta sexual de cada individuo está muy relacionado con esas preferencias tan particulares. Como es lógico, aunque se hable de una norma, o un tipo de prácticas sexuales habituales o comunes, al existir tantas variaciones en los gustos como individuos, surge una gran diversidad también en estas conductas, así como en la atracción sexual por objetos o situaciones.
Para referirse a las prácticas sexuales fuera de lo tradicional, en un principio se habló de perversiones o desviaciones sexuales. Ya en el siglo XX pasan a denominarse, en los manuales diagnósticos de psiquiatría, como parafilias. La etimología de esta palabra, de origen griego, quiere decir: “para”= al margen de, “filia”= amor.
¿Pero en qué consiste exactamente una parafilia? Se trata de una excitación sexual inusual, es decir, orientada hacia un estímulo poco común o habitual. Por ejemplo, existen algunas parafilias más conocidas como el exhibicionismo (excitación sexual al mostrar los genitales a otras personas), voyeurismo (búsqueda de excitación sexual observando a personas desnudas o manteniendo relaciones sexuales), zoofilia (atracción sexual hacia animales), necrofilia (atracción sexual por cadáveres). También se habla mucho de fetichismo que consiste en la excitación erótica por un objeto fetiche, ya sea una prenda de vestir (como zapatos, medias, braguitas…), o una parte del cuerpo (como los pies).
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las prácticas sexuales consideradas «normales» varían a través del tiempo, cultura y sociedades. Así, por ejemplo, la homosexualidad, la masturbación y el sexo oral, que fueron considerados parafilias durante años, actualmente se ven más como variaciones normales dentro de la diversidad sexual.
De manera que toda práctica erótica fuera de lo común no tiene por qué ser dañina, suponer un problema o verse como una parafilia, sino que algunas son totalmente inofensivas. Al final está claro que todos tenemos un poco de exhibicionistas y voyeuristas (¿a quién no le excita desnudarse delante de su pareja o verla desnuda?), algún fetiche que nos pone especialmente, etc.
La Asociación Mundial de Psiquiatría establece 3 grados al hablar de parafilias:
1. Leve – no altera la actividad sexual de la persona (consiste básicamente en fantasías).
2. Moderado- búsqueda insistente en la realización de la fantasía.
3. Severo- la persona no consigue excitarse de otra forma.
Por tanto, como vemos, para que la parafilia suponga un problema tiene que suceder de manera compulsiva y permanente, interfiriendo negativamente en la vida de la persona, así como resultar dañino o peligroso para sí mismo o para otras personas.
Es importante tener en cuenta que algunas parafilias son ilegales en nuestra sociedad porque involucran personas que no se consideran capacitados para dar su consentimiento como sucede con la pedofilia (atracción hacia niños o niñas), somnofilia (tener relaciones sexuales con una persona que está dormida) o frotismo (excitación sexual al refregar los genitales contra personas desconocidas).
Sobre las posibles causas de las parafilias, existen algunas teorías basadas en estímulos tempranos, abuso sexual infantil, problemas hormonales… aunque no se ha comprobado ninguna alteración orgánica ni psicológica.
Finalmente, una curiosidad sobre este tema es que las parafilias suelen ser más frecuentes (con diferencia) en hombres que en mujeres, con una única excepción, el sadomasoquismo, que al parecer es más común en ellas.