¡Me encanta la lluvia! ¡Incluso me gusta mojarme! No soy de esas personas a las que les importa que se les destroce el alisado recién hecho, o se le corra el maquillaje. Todo lo contrario.
También es cierto que me gustan las tormentas de verano más que los fríos chaparrones del invierno. Porque a mí me gusta sentir la lluvia en la cara, notar el agua templada correr por los brazos desnudos y que los charcos me salpiquen las piernas. Pero sobre todo lo que más me gusta es follar viendo llover. Estar en casa a resguardo pero tener las ventanas abiertas dejando que entre el aire fresco de un atardecer de agosto. Y cuando mirando las noticias veo que anuncian que el día siguiente se avecinan tormentas, corro a preparar el ambiente y a meter en mi agenda como momento ineludible para el amor esa tarde por llegar. Pablo, que ya se lo sabe, todavía se deja sorprender y me sigue el juego. Cuando comenta en casa si reserva para cenar fuera y yo le digo que no porque la previsión no es buena para estar comiendo en ninguna terraza ya que puede que llueva y que yo prefiero mejor que montemos una cenita íntima especial, tiene clarísimo lo que viene a continuación. Aunque en realidad la última vez la sorprendida fui yo.
Monté la mesa muy cerquita de la terraza y puse música cañera de fondo para ir animando el ambiente. Encendí unas velas aromáticas para ahuyentar los mosquitos, porque el romanticismo no tiene por qué estar reñido con ser práctica, y pedí a domicilio una amplia gama del sushi que más nos gusta a los dos. Mientras llegaba el pedido nos fuimos a arreglar. Es nuestra costumbre, para estas ocasiones, ponernos tan elegantes como si fuéramos a salir a la calle y cada uno hacerlo además en una habitación diferente para no descuidar la sorpresa al vernos. En ese momento comenzó a entrar por las ventanas abiertas el olor a ozono que inunda el aire cuando llueve cerca y yo empecé a excitarme solo de pensar en lo que vendría después. Pablo aún no había asomado la cabeza cuando yo, que ya estaba incluso maquillada, salí en todo mi esplendor a abrir la puerta y recoger la cena tras haber sonado simultáneamente un trueno y el timbre.
Comenzó a llover.
Dispuse las viandas en los platos y el vino en las copas un poco extrañada de que Pablo estuviese tardando tanto.
– Amy, ¿ya está todo listo?
– ¡Claro! ¡Pero qué estás haciendo? ¿Te falta mucho aún?
Los goterones del tormentón que se habían formado estaban ya salpicando en el suelo del salón cuando Pablo abrió la puerta y, tras un intenso aroma a perfume, hizo su aparición vestido solamente con unos calzoncillos negros y un chubasquero amarillo a juego con las botas de agua.
– He pensado que este sería el mejor atuendo para la tarde húmeda que se nos presenta y que estoy seguro de que va a empaparlo todo desde fuera hasta el interior. ¡Sal conmigo que vamos a empezar por la terraza!
Y bajo la lluvia de agosto, con nocturnidad y alevosía, nos tocamos y besamos entre risas hasta que las ganas de pasar a mayores nos obligaron a continuar dentro. Pablo no se quitó ni el chubasquero ni las botas en ningún momento, lo cual le vino de perlas al acabar tumbado en el suelo mojado mientras yo me movía acompasadamente y desnuda, sentada sobre él, recibiendo con placer los goterones perdidos que rebotaban en mi cuerpo.
¡Menos mal que el sushi no se enfría!
2 comments
Un buen relato muy caliente para estos días que la lluvia nos acompaña. Y es que no hay nada más erótico que tener sexo escuchando como cae. Pero aún disfrutemos del poquito verano que nos queda, que ya llegarán esas sesiones interminables refugiados de la lluvia…
¡Que erótico!
Saludos
¡Totalmente de acuerdo contigo Carla!