Me paso muchas horas muertas relajando la cabeza después del trabajo viendo esos programas de cocina que hay por todos lados, en televisión, Instagram y plataformas varias. Me abstraen y entretienen a partes iguales y, además, no hay nada que me resulte más gratificante que ver cómo los profesionales rebañan los cacharros con esas lenguas largas de goma que no dejan nada por aprovechar. Me produce tanta satisfacción como explotar burbujas de plástico o meter los pies desnudos en la arena fría de la orilla de la playa. Así que tomando como punto de partida la inspiración causada por ese instrumento, y echando a volar mucho mi imaginación, le propuse a Pablo una sesión intensiva de sexo pero solo con la boca.
No es que no lo hagamos con frecuencia, porque casi siempre forma parte de nuestro ritual amatorio completo, pero ahora yo quería que fuera sola y exclusivamente una tarde de sexo oral, rebañándonos y dejando nuestros cuerpos limpios y relucientes.
Como preparativos, adorné nuestro dormitorio con utensilios de repostería que había comprado para la ocasión, ya que a mí no me gusta cocinar y tengo poca utilería. Y es que siempre es bueno motivarse, sobre todo si vas a realizar una sesión temática de lo que sea. Para los juegos preliminares busqué unos bonitos gorros de cocineros y unos delantales con poca tela y frases picantes nada originales. A la hora prevista Pablo y yo estábamos frente a frente, duchados y disfrazados, y armados ambos con unas pipetas de chocolate líquido y unos dispensadores de nata. Puestos a lamer, el dulce es un complemento inmejorable y garantía de éxito.
Después de hacernos un selfie para no olvidar aquella ocasión comenzamos a besarnos y a tocarnos. Lo justo para calentar motores y rápidamente tumbé a mi chico en la cama boca abajo y esparciendo por su columna un buen chorreón de chocolate comenzamos nuestra peculiar batalla de lametones. Mi lengua recorrió toda su espalda y se explayó en las redondeadas formas de sus glúteos subiendo y bajando por todos sus rincones. Acto seguido, Pablo reclamó su derecho a participar y prefirió deleitarse con cada uno de los dedos de mis pies bañados en nata. Los gorros fueron los primeros en caer, y el delantal de mi novio aguantó poco más, después de soltar la lazada del mío con la boca. Para lamer mis pezones Pablo prefirió hacerlo sin acompañamiento. Se enfrascó y dedicó toda su lengua y su atención a cada uno de mis pechos, con tanta dedicación que por un momento estuve a punto de correrme. Cuando volvió a tocarle el turno a mi boca ya no podía esperar más y me lancé de bruces a su miembro, ya bien duro y erecto. Lo aderecé con un poco de nata y me lie a lametones y sorbitos disfrutando bien de mi postre deseado. Chupársela es una de las actividades sexuales que más placer me dan a mí. Me excita muchísimo y siempre consigo grandes orgasmos mientras lo hago. Por supuesto, Pablo también consiguió llegar a su clímax dentro de mi boca, y a continuación, sin darse tregua para tomar aliento, comenzó a besar mi pubis con los labios empapados en chocolate y a lamerlo con fruición por dentro y por fuera.
De repente, en mi cabeza, apareció la imagen de una lengua roja de goma rebañando el interior de un cazo lleno de una crema pastelera densa y exquisita mientras una voz en off iba describiendo cómo hacer ese recorrido. Aquel utensilio se deslizaba por sus paredes con suavidad pero con movimientos enérgicos, arrastrando y recogiendo cada gramo de la crema que iba vaciando en un bol metálico. Mis ojos cerrados veían la lengua de cocina y pasaban de inmediato a imaginar la de Pablo recorriendo mi interior con parsimonia y gusto. Cuando mi sexo estuvo a punto de nieve, mi amante lamió con la velocidad justa mi clítoris haciéndome derramar todos mis fluidos con plena satisfacción.
Aprovechando la inercia motivacional y todos los cacharros que yo había comprado, Pablo ha decidido apuntarse a unos cursos de cocina en el barrio. ¡No me imagino lo que será capaz de conseguir cuando sepa utilizarlos todos!