Hace un par de años quedé con un match de Tinder, y para celebrar nuestro primer encuentro bien a lo grande, me invitó a pasar la noche en un hotel estupendo en la mejor zona de la ciudad. Nuestra habitación estaba ubicada en la última planta de un rascacielos de muchos, muchos pisos, y a ella se accedía directamente por un maravilloso ascensor, muy amplio y lleno de espejos.
Quedamos en pasar cada uno a una hora diferente por la habitación, a dejar la maleta o la bolsa de aseo, pero no coincidir hasta el restaurante. Por darle algo más de emoción a la cosa, y no vernos directamente en la cama, sino jugar un poco a preliminares y disfrutar con las ganas de un buen final. La verdad es que me pareció un plan muy divertido y tentador para darle misterio, teniendo en cuenta que ya nos habíamos enviado algunas fotos y habíamos charlado bastante por mensajes.
Me depilé, me lavé el pelo, me puse mi mejor lencería de encajes, un vestido negro corto y un perfume nuevo que había comprado por la mañana, apañé un par de cosillas de aseo y ropa más informal para el día siguiente, y allá que me fui a esperar a mi hombre en la mesa del restaurante. Cuando le vi aparecer y dirigirse a mí vestido con un traje de chaqueta negro y jersey de cuello alto, muy elegante a la vez que moderno, pensé que se había confundido de chica. Y es que raramente este tipo de citas te sorprenden para bien, porque ya se sabe que todos subimos nuestra mejor foto a redes y que luego la realidad te ajusta las cuentas y al natural se pierde bastante. Sin embargo, en esta ocasión, la sorpresa fue muy grata.
En la cena todo fueron miradas pícaras y palabras cómplices. Para los postres ya nos habíamos tocado furtivamente por debajo de la mesa. Su mano en mi muslo, la mía en su cara, rozando sus labios… y mi entrepierna ardiendo y húmeda.
Él no podía disimular que estaba tan encantado conmigo como yo con su presencia y, cuando nos levantamos de la mesa, no le quedó más remedio que llevar su chaqueta colgando de la muñeca para así taparse por delante. Salimos tan calientes después de haber cenado que cuando nos metimos en el ascensor no pudimos esperar ni a que se cerrasen las puertas y allí mismo del tirón nos enrollamos.
Nos lanzamos a la vez a comernos la boca y enseguida me asaltó tirando al suelo su chaqueta. En cuanto metió la mano en mis bragas y sintió todo ardiendo y tan mojado, se volvió loco frotándome el clítoris. A la vez, con la otra mano se sacó allí mismo la polla y se masturbó con rapidez y fruición. En lo que duró el largo e inesperadamente lento ascenso hasta el piso veintiséis, tuvimos un inmenso orgasmo los dos. Suerte que nadie quiso pararnos en todo el recorrido, porque habría sido una muy tórrida escena para el recuerdo del que hubiera querido entrar y una vergüenza para nosotros.
Pero una vez se abrieron las puertas del ascensor, mi amante veloz ya no tuvo ganas de nada más. Al parecer se había quedado plenamente satisfecho y sin interés por saber siquiera si yo hubiera deseado continuar. En aquel momento perdió todo su encanto, y sin más nos fuimos a la cama sin disfrutar de aquel colchón king size más que para recuperarme del esfuerzo que para mí había supuesto prepararme durante todo el día para aquel encuentro, mucho más, por supuesto, del que había necesitado para llevar a cabo aquel Tinder rápido.
Menos mal que era un piso muy alto, no quiero ni pensar cómo habría sido aquel polvo si el hotel hubiera sido solamente de 5 plantas.