¡Qué típicas eran esas historias del señor del gas o el fontanero que venían a tu casa y terminabas enrollándote con él! Con ellas se han hecho chascarrillos de todo tipo desde siempre. Y no seré yo quien diga que no están sustentadas en casos reales, pero ya no sucede con tanta asiduidad. Quizás porque ahora las formas de relacionarse carnalmente trancurren, y con más facilidad, por aplicaciones en móviles.
Cierto es, y os lo conté, que a mí me pasó una vez con el montador de mi cama pero hubo una segunda de la que todavía no os he hablado. Hace unos meses, en los primeros días de mi, por entonces, incipiente e intermitente relación con Pablo, tuve un problema con la caldera de mi piso y tuve que llamar a que me la reparasen. No tenía intención, ni sufrí un ataque pasional, pero hay ocasiones en las que el destino te pone a prueba y no tienes más remedio que pasar por el aro.
Jaime y yo habíamos pasado juntos varios años de nuestra adolescencia. Nos habíamos querido mucho y habíamos explotado y explorado a la vez esa sexualidad efervescente de los veinte años. En la cama habíamos conseguido encajar siempre divinamente y nos divertíamos muchísimo, pero los anhelos que teníamos en la vida, hicieron que viésemos lógico separarnos para que cada uno pudiera desarrollarse y evolucionar según nuestros deseos individuales.
Por esa razón cuando abrí la puerta al técnico de la caldera y vi que era él, la sorpresa fue maravillosa y él se alegró del reencuentro tanto como yo. Lo primero, tras las palabras de cortesía, fue arreglar mi problema con el agua caliente. Mientras, nos fuimos poniendo al día de los derroteros por los que se movían nuestras rutinas. Contento con su trabajo, feliz con el grupo de música en el que ahora tocaba la batería y que siempre quiso montar, recién divorciado sin hijos y más musculado y guapo que nunca. Tras el trabajo bien hecho y aprovechando que ya le coincidía con su hora de comer, le ofrecí hacerlo en casa conmigo y allá que nos sentamos a seguir charlando delante de unas cervezas y una tabla de quesos. Y ¿qué queréis que os diga? Donde hubo fuego… ¡se quedan las cervezas calientes! No hay nada más erótico que hablar de sexo y cuando empiezas a recordar los buenos momentos solamente tienes ganas de repetirlos. Y si os ocurre a los dos por igual es absurdo no enrollarse. De primeras Jaime tuvo el pudor de arrimarse a mí, por llevar todo el día con el mono de trabajo, pero con una buena explicación por mi parte, de que su olor me estaba poniendo aún más cachonda mientras le iba desnudando, hizo que enseguida se olvidase de aquello y me comiera la boca con hambre atrasada.
En dos empujones le tenía desnudo en mi sofá y sentado convenientemente para encaramarme sobre él y dejarle que me mordiera las tetas. Alguna vez había pensando en cómo sería volver a vernos, pero nunca habría imaginado que terminaríamos follando en mi casa: yo a cuatro patas y él empotrándome desde atrás, tirando de mis bragas como si fueran las riendas de un caballo de carreras y palmeando mi trasero con más énfasis que a sus tambores. Lo malo que su horario de trabajo no le dejó margen para habernos explayado como nos pedía el cuerpo y terminamos antes de lo que nos hubiera gustado. Y lo bueno es que si estaba dándole vueltas a la idea de cambiar de empresa de mantenimiento, ahora ya tenía claro que, como esta, no iba a tratarme ninguna.
Conmigo ya habían fidelizado una cliente y yo había fichado a uno de mis mejores amantes.