Aunque suelo ir bien depilada habitualmente, porque ya hace muchos años que se quedó en mi cuerpo la costumbre y convención social de ir sin pelo en todo el cuerpo, llevo unos meses en los que me estoy dejando crecer el vello en algunas zonas por ver si me decido a cambiar algo en esto.
Por lo pronto, hay semanas en las que me dejo libertad en las axilas y el pubis, y me siento a gusto.
Pues en estas reflexiones me encontraba ayer mientras me estaba dando un baño y decidiendo si volverme a repasar o no con la cuchilla cuando apareció Pablo y, tras meterse en la bañera conmigo, se ofreció a depilarme él. Y me pareció buena idea. Más que la de terminar sin pelos, la de que me lo hiciera mi pareja. De repente me pareció una situación muy erótica. Pero sobre todo si se daba también a la inversa, y como a él le gustó mi propuesta, así hicimos.
Comenzó Pablo con mi cuchilla habitual, que se había acomodado detrás de mí, dándome el jabón en las axilas mientras me iba contando sus razonamientos sobre que la depilación está sobrevalorada. Entre una frase y otra iba deslizando con delicadeza y mimo la cuchilla. Primero por la izquierda y después por la derecha.
A continuación decidí ser yo la siguiente en actuar pasando a enjabonarle las piernas. Pablo se las rasuraba a menudo por lo que no tuvo ningún problema. Procedí con su cuchilla, con calma, repasando bien la piel en el sentido del crecimiento del pelo. Me gustaba la suavidad de su muslo tras pasar la cuchilla y recorrer su pierna hasta la punta del dedo. Era un juego divertido y sensual. Afeitarlas por detrás fue un poco más complicado, pero con algunos cambios de postura lo dejamos resuelto en seguida.
Después volvió a ser mi turno. Pablo tuvo que sentarse frente a mí al otro lado de la bañera para poder afeitarme el pubis. Con todo, estábamos muy lejos, por lo que se arrimó flexionando las piernas para poder estar más cerca. Su mano caliente, con los dedos casi arrugados del agua frotándome el jabón, y sin intención de hacerme nada más sexual, se me hacía extraña pero a la vez era una sensación muy agradable. Estar metida en el agua caliente dejándole hacer con mi cuerpo me producía un placer de lo más erótico. Apoyé la cabeza en el borde de la bañera y cerré los ojos queriendo disfrutar al máximo del recorrido de la cuchilla por mi zona más íntima. Reconozco que estuve a punto de tener un orgasmo, pero contuve las ganas. Aguardé solamente hasta que fui yo la que entró en acción en los genitales de Pablo.
Él había tomado la decisión de sentarse muy al filo de la bañera para dejarme trabajar mejor. Nada más empezar a enjabonarle tuve un orgasmo que agitó toda mi musculatura pélvica bajo el agua. Pablo, al que le encantaban mis orgasmos espontáneos, comenzó a reírse, mientras yo, que deslizaba con gran cuidado la cuchilla entre las piernas de mi novio, le empezaba a detallar lo que le haría al salir de aquel largo baño.
No tardamos en rematar la faena, a medio secar, sobre la cama. Un comienzo muy especial que seguramente repetiremos.
