Amy nos cuenta la buena tarde de billar que ha pasado. Como dice la canción de Gabinete Caligari... "bares, qué lugares tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar...".

Si hay algo que me guste más que un buen bar, es estar en un buen bar y poder tenerlo para mi sola un rato.

Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez

Cuando un bar es bueno enseguida se te hace el cuerpo a pasarlo bien allí. Para mi, es muy importante la música que suena de fondo, los temas pero también el volumen. Que no tengas que estar a grito pelado con tu interlocutor, vaya. La decoración y las luces son, por supuesto, casi imprescindibles que estén escogidas con buen gusto para que yo me sienta cómoda en un local. Por ejemplo uno de estilo pub inglés, o uno con diseño vintage pero en tonos cálidos y luz tenue, nada de estridencias. Me interesa que aglutine a distintos públicos, por edades, por clases, por tribus. Que de verdad sea un sitio que aún teniendo clientela fija, sea capaz de abrirse a cualquier cliente y que éste se sienta acogido. Y eso, creo yo que en última instancia depende del personal que te atiende. Que los camareros y las camareras sean amables, extrovertidos, simpáticos para seguirte una conversación sin ser cansinos hasta la intromisión. Pues así es uno de mis bares favoritos y se encuentra en la calle donde vive una amiga de siempre.

Voy muy a menudo cuando quedo con ella, pero ya hace un par de meses que suelo ir sola también entre semana. Al principio por el placer de tomar algo a mi aire. Aunque en las últimas semanas me paso muchas tardes por allí solo para coincidir con el final de turno de uno de sus camareros: Leo, un chico joven con mucha experiencia trabajando en bares, según me ha contado él mismo en otras ocasiones, lo cual le ha hecho conseguir el puesto de encargado. Aprovecho cuando no hay mucha gente para echarme una partida de billar americano sola y así ir practicando para cuando llegan los torneos con mi amiga. Sé que Leo se ha fijado en mi y no solamente por mi estilo en la mesa. Muchas veces le he pillado mirando con descaro mi escote mientras yo alineaba las manos, y el taco con alguna de las bolas. Y ayer volvió a suceder.

Con mi actitud insinuante procuré que le fuese quedando claro que yo disfrutaba con esas miradas y su sonrisa pícaras. Comencé a entablar una conversación de dobles sentidos que fue subiendo de tono a medida que el bar se iba vaciando y yo me iba apoyando en la mesa con provocación. Tras terminar la primera partida le sugerí que disputase conmigo otra al cerrar, ya que esa tarde yo tenía tiempo para esperarle. Enseguida entendió la propuesta y no tardó en recoger e ir apagando luces. Yo seguía jugando y moviéndome alrededor de la mesa llevando el ritmo de la música con mis caderas, inclinándome y levantándome para ir metiendo bola tras bola. Leo se acercó sonriente y agarrando mi taco me echó a un lado empujándome con suavidad con su cuerpo. Metió las tres bolas que quedaban por la mesa con extraordinaria pericia y acto seguido me preguntó qué mas quería yo que metiese. En cuestión de segundos había echado la llave al local y nos estábamos besando con lascivia. Volví a apoyar mi cuerpo sobre la mesa pero esta vez para que Leo pudiera subirme el vestido, bajarme las bragas y lamerme como un niño a su primer helado del verano. Enseguida, y tras colocarse en un par de segundos el condón, me penetró  con tanta energía que estuve a punto de dejar mis uñas en el tapete verde. Probamos un par de posturas más directamente sobre la mesa, hasta quedar satisfechos por completo. Después unas risas, un par de cervezas y una última partida en la que casi conseguí ganar a Leo. Pero todavía me queda mucho entrenamiento por delante si quiero vencer este año a mi amiga. Así que tendré que volver por mi bar favorito con mucha más frecuencia.

 

 

 

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