¡Que cualquier sitio es bueno cuando se tienen ganas de follar, yo lo he dicho siempre! Aunque cierto es que hay lugares más cómodos que otros, más románticos, o más originales. Y yo creo que este del que os hablaré ahora puede que se encuadre entre estos últimos. Es quizás un escalón intermedio entre hacerlo con tu pareja en la ducha o a los que les gusta hacerlo dentro del mar. Lo digo por el entorno acuático nada más, evidentemente.
Me sucedió una vez, que yo andaba de vacaciones en una maravillosa isla donde entre otras cosas, había ido a hacer un curso de submarinismo de la mano de un viejo conocido. Después de un par de días de inmersión con un pequeño grupo de turistas y este amigo monitor, con el que ya llevaba varias noches de sexo frenético y apasionado, nos llevaron a visitar una zona de cuevas submarinas a las que se accedía con no poco esfuerzo.
Cuando alcanzamos las grutas todos nos maravillamos de lo amplio y fabuloso del espectáculo y nos convencimos de cuánto había merecido la pena llegar hasta allí.
Aquellos pasadizos horadados en la montaña formaban unos peculiares desniveles que permitían quitarnos las botellas y respirar tranquilamente a pulmón porque no había agua. El pequeño grupo se dispersó a investigar y fotografiar la zona, y mientras, nos quedamos el guía y yo en uno de los accesos más pequeños pero con un montón de diminutos entrantes en la piedra, cual ábsides eclesiales. Con los neoprenos por la cintura y caminando entre los peces de colores que se arremolinaban entre la escasa agua de nuestros pies, nos pusimos a hablar de nuestros gustos más íntimos, y no sé bien en qué momento ni por qué motivo, de repente mi amigo me condujo hasta un estrecho recoveco en el que me terminó de desnudar hasta las rodillas y con suma pericia empezó a realizarme un cunnilingus de lo más húmedo. Y hasta ahí todo bien, si no hubiera sido por su constante vigilancia del entorno. Por un lado pendiente del ruido del resto del grupo para que no fueran a sorprendernos, y por otro de que no me fuera a dejar caer en ninguna de las paredes llenas de maravillas submarinas naturales. Difícil concentrarse en esas circunstancias, pero su lengua, utilizando movimientos mucho más espectaculares que sus aletas al bucear consiguieron que tuviera que taparme la boca con la mano para que nadie oyera mis gritos de placer. Pasada la excitante y gratificante prueba, me pidió que hiciera el mismo trabajo para él, a lo que accedí con todas mis ganas. Con las piernas ya flojas por el esfuerzo de llegar hasta allí y la relajación tras el orgasmo, mantener el equilibrio agachada en cuclillas delante de él para no caerme sobre la fauna y la flora marina, era el verdadero trabajo y lo que se llevaba toda mi energía. Con todo comencé mi faena con la ilusión de que él disfrutase al menos tanto como lo había hecho yo. Y todo iba marchando correctamente hasta que empezamos a oír que se acercaban algunos de los compañeros de expedición y mi monitor particular, se empeñó en que me diera prisa y acabase la tarea. Tanto estrés me estaba desconcentrando y las piernas que ya no me respondían, resultaron demasiado pesadas para unos pies empapados y casi sin riego sanguíneo. Sin poder reaccionar de otro modo, resbalé y caí de lado cual pesada estatua, no sin antes dejar los dientes bien señalados en el durísimo miembro de mi amigo que no pudo evitar soltar un grito y no precisamente de satisfacción.
Me voy a ahorrar los detalles de la escena que pudieron contemplar los dos alemanes que llegaron los primeros y la explicación que no fuimos capaces de dar. Pero la próxima vez que se os ocurra tener sexo en cualquier sitio, por favor pensadlo bien antes. Quizás, puede que no sea buena idea.