Iba deseando darle un beso. Bueno, no exactamente eso. En realidad, llegaba con unas ansias locas de comerle los morros y empezar la noche con un buen intercambio salival para entonarnos y hacer crecer aún más las ganas que teníamos el uno del otro, tras varias semanas sin habernos podido ver. En cuanto abrió la puerta me lancé a su cuello y abrí la boca dispuestísima a besarle, sin embargo haciendo una cobra fabulosa, apartó la cabeza y me dijo muy serio: «Nada de besos. No pienso besarte ni dejaré que me beses hasta que hayas tenido el primer orgasmo.» Jarro de agua fría primero, calentón efervescente segundos después.
Aunque en alguna que otra ocasión ya hubiéramos hecho el amor varias veces sin besarnos, por ejemplo cuando recién despertados no nos apetecía mucho por aquello del mal aliento, o en un momento de polvo repentino que nos hubiera pillado en algún sitio con prisas, aquella había sido una decisión tácitamente acordada por los dos. Pero que de repente él pusiera esa norma y me sorprendiera así… fue muy excitante. Un juego más de los muchos que habitualmente sucedían entre nosotros.
Empezamos a tocarnos y a desnudarnos rápidamente y no tengo ni que decir que, por supuesto, yo intenté saltarme el acuerdo repetidas veces y con distintas tretas. Esto ocasionó algunos sonoros encontronazos y muchas carcajadas entre nosotros, además de una creciente tensión sexual que nos estaba poniendo a mil. El hecho de no besarnos, no incluía evidentemente el no poder utilizar la boca para otros menesteres tal y como hicimos, primero uno y después el otro, con lametones y mordiscos. Sin embargo la necesidad de besarle, de beber de sus labios estaba haciéndose insoportable para mí. Notaba que me faltaba algo en aquel encuentro tan deseado, tan esperado, tan pasional, y ese beso retenido estaba distrayéndome tanto de todo lo demás que me estaba costando más que nunca llegar al clímax. Llegué a suplicarle incluso, en mitad de nuestro fragor apasionado, que desistiera de aquel capricho y me besase. Pero no sólo no conseguí convencerle sino que hice que su excitación creciera aún mucho más. En la continua búsqueda de mi orgasmo ganador disfrutamos los dos muchísimo de todas las caricias y posturas que adoptábamos insistiendo en mi placer. Y motivado sólo porque yo fuera la primera en llegar, él tuvo que contenerse en varios momentos.
Cuando el placer se adueñó de todo y el éxtasis recorrió por fin mi cuerpo de la cabeza a la punta de los pies, estando aún con los ojos cerrados sentí sus labios en los míos. Un beso dulce y cálido que premiaba mi espera y que trajo a mi cabeza las sensaciones de nuestro primer beso haciéndome erizar la piel. Aquel beso nos unía más que todo el sexo practicado minutos antes.
– «Ya no podía soportarlo más, estaba deseando besarte. Este juego ha sido tan difícil para mí como para ti. No te imaginas cuánto me ha costado a mí también no dejar que me besaras. Y he llegado incluso a pensar que te estabas enfadando de verdad.»
No me molestó en absoluto y lo pasamos genial jugando. Además esto ha venido a reforzar más aún mi teoría y la de muchos otros estudiosos de las relaciones sexuales, que aseguran que el orgasmo no es lo más importante en un encuentro apasionado. Hay muchas veces que somos capaces de disfrutar apasionadamente con masajes, besos, o hasta sólo con palabras. Y como lo único imprescindible es divertirse, disfrutar y sentir, en eso es en lo que tenemos que focalizar nuestras relaciones. Cada cual que lo busque y lo consiga como mejor decida.
2 comments
Un artículo genial. Como ya nos tienes acostumbradas.
Pues si que se nos está haciendo complicado. Decir pandemia es también como decir no beses, no sientas, no tengas relaciones sexuales excepto con tu pareja.
Pero no todos viven con una persona de manera estable.
¿Qué peor condena que vivir sin besar?
Saludos y espero que pronto podamos volver a no refrenar más nuestros deseos.
Así es Querida Carla.
Vivir sin besar y sin sentir… es no vivir. Ya queda menos para abrazarnos.
Desde aquí nuestros besos virtuales.