Pablo me ha regalado un sillón de masaje de esos en los que puedes incluso estirar las piernas mientras desde el mando controlas las distintas modalidades de darle a tu cuerpo el relax que necesita después de un agotador día de trabajo. El día que me lo trajeron a casa quise estrenarlo a lo grande y le propuse a mi pareja que se sentase y lo encendiera que yo cabalgaría sobre él para probarlo juntos. Sin embargo para mi sorpresa Pablo se negó porque ya tenía pensado otra manera de hacerlo.
– Quiero que te desnudes y te dejes simplemente ese tanga de encaje blanco que tanto me gusta. Siéntate en tu nuevo sillón y prepárate a disfrutar.
¿Y quién puede resistirse cuando te obligan a pasarlo bien? Así que me dispuse tal y como me había sugerido Pablo. Me senté solícita en el nuevo gadget vibrador de mi casa. De inmediato levantó el reposapiés para que estuviera bien cómoda y pulsó en el mando el modo rodillo para que yo empezase a disfrutar de un ligero masaje desde el cuello hasta los muslos. Tras unas cuántas risas y comentarios sobre las posibilidades de todos los modos de aquel sillón Pablo me miró fijamente a los ojos y me dijo:
– Pues esto es solo la ambientación porque lo mejor viene ahora.
Se desnudó para estar en igualdad de condiciones y se situó de pie frente a mí. Metió su mano izquierda en mi tanga y con mucha suavidad comenzó a acariciarme el pubis introduciendo con suavidad su dedo corazón en él. Yo cerré los ojos completamente entregada a la causa. Cuando noto qué la humedad era la justa para pasar a mayores, encendió el succionador de clítoris que llevaba en la mano derecha y y lo dispuso sobre mí para que cumpliera con su función por supuesto sin sacar su dedo de mi interior. Y así tan relajadamente me encontré disfrutando de un maravilloso masaje por toda la columna vertebral sazonado con otro mucho más placentero, más erótico y a dos manos. Mientras las ondas de aquel juguetito prodigaban a mi clítoris numerosos espasmos, dulces e intensos, la mano de Pablo masajeaba el interior de mi vagina procurándome un extra de placer. Sin lugar a dudas aquel sillón estaba siendo todo un regalo de amor. Pero Pablo también quiso acompañar mi buen momento, y aunque yo traté de satisfacerle con mis manos, y ayudar así a su estupendo miembro erecto a llegar al orgasmo, él prefirió que yo unicamente pusiera todos mis sentidos en mi disfrute y escogió hacérselo solo. De ese modo, comenzó a alternar los movimientos de su mano izquierda, que saliendo y entrando de mi tanga le llevaron a masturbarse ante mis ojos para recreo de mi creciente excitación.
Tras eso yo también llegué a mi climax y conseguí un fabuloso orgasmo que acompañé con los pocos gemidos que los suculentos besos de Pablo me dejaron emitir. Al terminar, accioné otro modo de masaje en el mando de mi sillón relajante y decidí esperar allí tumbada a que mi corazón recobrase sus pulsaciones más normalizadas para continuar la tarde de sábado con mi atento novio.