¡La época victoriana siempre está de moda! En cada generación hay algún libro, película o serie que saca a relucir el eterno e idealizado romanticismo de la época victoriana.
¡Porque la época victoriana es taaaan romántica, las mujeres tan bellas con sus corpiños y sus enaguas y los hombres tan elegantes con sus trajes y sus bombines! Esos bailes donde se dice todo sin decir nada, esas miradas y esos gestos para acabar en…. ¿qué? ¿Acabar en qué? Si al final parece que nunca pasaba nada. ¿Y por qué tanto lío para follar? ¿De verdad se complicaban tanto? ¿O es cosa de la literatura y el mito popular?
Como de costumbre, la realidad supera a la ficción. Y esta ficción tiene un motivo de ser, no es la invención de ningún autor de deseos frustrados e imaginación depravada.
Para empezar, tenemos que tener en cuenta que la época vitoriana viene de un largo camino en el que el cristianismo consiguió al fin conquistar el mundo cultural y aplicó, durante muchos siglos, no solamente la represión, sino también el lavado de cerebro frente a todo lo que ellos consideraran pecaminoso y/o lascivo, con el único objetivo de mantener el poder. Y aunque en la época victoriana el poder de la iglesia ya empezaba a menguar, todo su control sobre el imaginario colectivo continuó mostrándose inamovible.
Fue una época de cambios radicales, con la llegada de la industrialización y la masificación de las ciudades. Cada cambio radical conlleva siempre un cambio social que, por suerte o por desgracia, no llega tan rápido ni suele ser tan drástico como el cambio económico.
La represión absoluta de la cultura occidental a manos de la iglesia asfixiaba la sexualidad apretando con todas sus fuerzas, a unos prohibiendo, y a otras manipulando. Pero la sexualidad es imparable, y como un río, por mucho que intentes pararlo, siempre se acaba abriendo camino. Y normalmente, con terribles consecuencias.
Lo que nosotros entendemos que era un mundo lleno de romanticismo y lisonjerias, es en realidad una búsqueda obsesiva de una sexualidad indirecta puesto que cualquier acción mínimamente sexual estaba reprimida y castigada, por lo que los que querían buscar el placer de una aventura sexual debían ser imaginativos y encontralo allí donde nunca antes hubieran pensado.
Es la época de la famosa hipersexualización de los tobillos, fetiche sexual que hizo llevar a esconder las patas de las mesas para que ningún caballero malpensara. En la literatura surgió el excesivo uso de la palabra «estar» como eufemismo de follar que llevó a los editores al punto de censurar dicho verbo de sus publicaciones para no crear malentendidos con sus lectores.
En una época donde se les enseña a los hombres a reprimir su sexualidad a través de otras actividades como el deporte o el fanatismo religioso y a las mujeres a sentir asco y aversión por la práctica sexual, el personaje de la prostituta se convertirá en el protagonista indiscutible. Aunque aún no hay un consenso exacto, el aumento del número de prostitutas en las ciudades industrializadas de la época victoriana es un hecho, ya fuera por la pobreza extrema o por las horribles condiciones laborales de sus trabajadores.
Éstas, vistas como monstruos por aquellos que querían arrancar el pecado y la perversión que ellas simbolizaban, como mártires por los que se apiadaban de quienes habían aceptado tal destino para poder sobrevivir, o como ángeles por aquellos que veían en ellas la luz del Señor como un bálsamo reparador que curaba la podredumbre de los corazones enfermos de la sociedad, se convirtieron en los únicos personajes con legitimidad para ostentar la sexualidad. Con todos los pros y los contra que eso podía conllevar.
Como podemos ver, la sociedad victoriana estaba obligada a llevar una doble moral, en la que mientras mantenían forzosamente una máscara de santidad buscaban activamente nuevas formas de satisfacer sus placeres, cada vez de manera más rebuscada.
En el caso de los hombres, los matrimonios prematuros no fueron una solución. Pues aunque éstos estuvieran pensados para que el hombre pudiera satisfacer sus deseos sexuales en el matrimonio, el hecho de que a la mujer desde una temprana edad se le enseñara a odiar y sentir asco por el acto sexual, hacía que las relaciones eróticas, cuando ocurrían, no fueran placenteras en absoluto. Por lo que el hombre continuaba yendo a prostíbulos, el único lugar donde sí se enfocaba en el placer.
Por otro lado, las mujeres que deseaban placer sexual tampoco podían encontrarlo en el matrimonio y su educación represiva les hacía tener dificultades a la hora de disfrutar del acto sexual. Así que, a muchas de ellas se les enseñaba a desahogarse a través de la masturbación.
Todas estas actividades sumadas dieron a pie a una nueva forma de diversión gratuita: los juicios por divorcio.
Estos juicios se celebraban abiertos al público, en una sociedad donde la prostitución y las aventuras sexuales estaban a la orden del día, los divorcios eran algo común. Estos casos tenían algo particular, para poder demostrar los motivos del divorcio, tanto los acusados como los acusadores debían demostrar con todo tipo de detalle cada una de las acusaciones y defensas. Por lo cual, era norma que en dichos casos acabaran acudiendo tanto las amantes como las prostitutas a explicar con detalle cada una de sus actividades sexuales. Como podemos imaginar, era todo un tanto morboso. Estas actividades animarían las fantasías sexuales de más de uno o una, y se conviertieron en una de las ocupaciones lúdicas más populares entre las mujeres. La gente se animó a investigar por su cuenta, surgiendo los famosos pasillos escondidos y agujeros para espiar a convecinos y compañeros.
Como podemos comprobar, lo que con el tiempo se ha romantizado e idealizado como el «romanticismo victoriano», no es más que la máxima expresión de un discurso antisexo dañino y castrador en una sociedad cambiante y deseosa de quitarse dichos grilletes. Lo que nos venden como romanticismo no es más que la rebelión de una sociedad reprimida y asfixiada que buscaba desesperadamente poder expresar sus ansias de afecto, contacto y placer. Y que debido a una falta absoluta de educación sexual, a menudo acababa en finales descorazonadores, como en un aumento de la demanda de la prostitución infantil, los abundantes feminicidios de prostitutas y la hipersexualización de cualquier cosa que se pudiera considerar femenina.
Esto nos debería hacer preguntarnos, igual que con la sociedad victoriana, primero, ¿cuántas historias romantizadas se hubieran terminado de haber empezado con una conversación sana y libre de estereotipos? Y segundo, ¿cuándo empezamos a valorar todos los problemas innecesarios nacidos de una falta de comunicación y de la imposición de los grilletes culturales como algo deseable y como prueba de amor verdadero?
¿Realmente los problemas de nuestra sociedad distan tanto de los problemas de la sociedad victoriana?
Imagen de portada extraída de supercurioso.com.