Una de las pocas cosas claras que tenemos hoy en día en nuestra sociedad occidental-europea-española es que aún nos cuesta mucho hablar de sexo. Esto proviene de nuestra educación, no solo en la de las décadas anteriores, sino que también hoy en día aún se enseña el sexo como algo sucio y oscuro que se ve con malos ojos. Por lo que mostrar demasiado interés por ello nos convierte a ojos de la sociedad en unos pervertidos o en algo peor. Pero, si el sexo es algo tan natural como el respirar o el beber, ¿por qué llegó a ser considerado un pecado y un tabú tan grande como para que hoy en día siga siendo tratado de este modo?
Como de costumbre, todo tiene una respuesta y un origen. Y hoy os lo vamos a explicar.
Como hemos comentado en artículos anteriores, poniendo el punto de partida en el Imperio Romano, el tema del sexo siempre ha sido un tema importante y vital dentro de la misma sociedad. En ocasiones ha sido más liberal, en otras ha habido ciertos grupos que han criticado algunas características o facetas del mismo. Pero en global, siempre ha sido una parte importante y respetada de la sociedad, pues la sexualidad es una parte intrínseca del ser humano y de nuestra propia vida. Entonces, ¿cuándo sucedió este cambio?
Seguro que muchos de vosotros ya lo habéis deducido: el cambio se inicia con el alzamiento del cristianismo.
Al contrario de lo que muchos aún creen, cuando nació, el cristianismo contenía un gran vacío dogmático que causaba una gran confusión a sus seguidores. Los mandatos básicos sobre «amar al prójimo» era un tanto abstractos y cada uno los quiso entender como quiso. Algunos mejor, otros peor. Pero, fuera como fuera, el resultado de esa situación desembocó en el transcurso de varios siglos de creación, invención y asimilación teológica que con el tiempo acabaría derivando en el cristianismo que conocemos hoy en día.
Ante todo, para poder comprender el cambio tan radical que supuso endemoniar el sexo, debemos entender que, aunque sí es cierto que el cristianismo tenía un vacío dogmático de magnitudes preocupantes, éste se asentaba en una base de moral judía (pues Jesús era judío) y el judaísmo del viejo testamento, a pesar de los que muchos puedan pensar, contiene pocas condenas a la hora de follar por un solo motivo: porque para ellos el sexo solo se entendía dentro del marco de la procreación, por lo que todo valía a la hora de procrear . Eso hoy en día nos puede sonar muy restrictivo, pues elimina por completo el placer de la ecuación (no se le hace mención ni se insiste en ello). Tenemos que tener en cuenta que cuando hablamos de la época de Babilonia y Hammurabi los índices de mortalidad eran tan altos que una bajada de la natalidad podía fácilmente extinguir un grupo nómada como lo eran los semitas en aquel momento.
Volviendo a las prohibiciones del sexo al inicio del cristianismo, éste en sus inicios heredó la ética y la moralidad semita en la que se basaba el antiguo testamento, que se limitaba en la prohibición de la homosexualidad y el adulterio. Cualquier cosa fuera de estos dos conceptos era aceptado, como por ejemplo otras estructuras de relación ajenas al matrimonio convencional, como podrían ser la poliandria, la poligamia, la trieja o cualquier practica o posición sexual que nos apeteciera. Y, aunque en los evangelios en los que se relata la vida de Jesús (todos ellos escritos varios siglos posteriormente a su vida), apenas se hace mención alguna a la sexualidad ni a ninguna prohibición respecto a esta, otros pensadores que irían convirtiéndose al cristianismo a través de los años, traerían consigo sus pequeños estigmas y condenas intolerantes para implementarlas en la base de esta religión.
Entre estos pensadores, posiblemente el más famoso fuera Pablo de Tarso, quien llega a condenar a tal extremo el sexo que tolera el matrimonio solamente como solución para aquellos tan débiles que sean incapaces de abstenerse del pecado del sexo. Pero volviendo a realizar la misma pregunta, ¿de dónde surgió este pensamiento antisexo que esgrimen filósofos como Pablo de Tarso?
Entre el siglo I y el siglo V d.C., mientras el cristianismo iba ganando fuerza y pasaba de una pequeña secta pagana de la alta nobleza a ser la religión oficial del imperio romano, paralelamente llegaban de oriente nuevas doctrinas definidas como ascéticas. Este ascetismo se caracterizaba por buscar la purificación del alma a través de la erradicación de todos sus vicios y pecados. Y sí, el sexo formaba parte de esta lista.
Estos grupos ascéticos, a pesar de no tener la voluntad de ir predicando su dogma, fueron ganando mucha popularidad entre la desengañada población romana, quienes, en época de crisis, tenían una necesidad espiritual que solventar. Con el tiempo, muchos de sus pensadores llegaron a ser grandes famosos de su época.
Dentro del ascetismo encontramos 2 grupos; el primero lo formaban aquellos que ejercían un ascetismo espiritual y mental para llegar a la pureza del alma, y el segundo, eran los que usaban un refuerzo corporal para llegar al mismo destino. Evidentemente, este segundo grupo fue mucho más popular debido al espectáculo que solían ofrecer. Muchos eran famosos por sus métodos extremistas, como por ejemplo vivir en sus propias fosas hasta morir, permanecer en lo alto de un pilar hasta caer y fallecer o aquellos que vivían alimentándose de pastos como animales rumiantes hasta que eran cazados por un granjero cuyos animales morían famélicos por culpa de falta de pastos. Y esto solo son unos pocos ejemplos. Cualquier método valía con tal de conseguir una forma de vivir alejándose de lo que ellos consideraban pecaminoso y sucio para el alma.
Debido al escenario tan grotesco que ofrecían tales métodos, estos ascetas no solían ser bienvenidos en cualquier lado y acabaron viviendo recluidos en monacatos donde se dedicarían exclusivamente a su credo y a sus idearios.
Posiblemente, muchos de vosotros le estaréis encontrando a todo esto un gran parecido al cristianismo (porque lo tiene), pero os animo a que esperéis a conocer las principales ideas del ascetismo y el monacato antes de formaros una opinión.
Las principales ideas del ascetismo son;
- La soledad: La única forma de evadir la decadencia y la tentación es alejarse de las masas y los seres humanos que no hayan jurado los mismos votos.
- El silencio: El pecado y la tentación siempre ha tenido una relación predilecta con la boca. De ella no solo puede salir la tentación, sino que también puede entrar el pecado a través de ella. Por lo que mientras menos se utilice mejor.
- Estabilidad: La inestabilidad y los cambios se asocian a causas y síntomas de las impurezas. Un argumento que se usara para negarse a cualquier cambio que se presentara.
- Pobreza: La característica por excelencia del ascetismo. Pues las posesiones llevan inequívocamente a la avaricia.
- El ayuno: La gula es parte de los placeres que deben evitarse, pues cualquier acción que te satisfaga te hace caer en el pecado y te evita la purificación del alma. Por otro lado, también decían que un cuerpo débil y famélico ayudaba a mantener una mente pura y alejada de los demás deseos.
- La castidad: Otro de los grandes pilares. Asemejado a la gula, se consideraba uno de los placeres más evidente a evitar. Se convertirá en el motivo por el cual solo los hombres podían residir en los monacatos. Basado en la asunción de heterosexualidad y alentando drásticamente la demonización de la mujer como portadora de tentación y pecado con su mera presencia.
Como podemos observar, estos mismos preceptos serán absorbidos por el ideario cristiano como una de sus bases teóricas más sólidas, idealizando en la figura de Jesús en la perfección y la pureza al tratarse de un personaje asexual de aire ascético. Con el tiempo y el énfasis de unos y otros autores, algunos de estos preceptos se diluirán hasta prácticamente desaparecer y otros se subrayarán hasta deformarse, contradecirse y continuar hasta el día de hoy.
En cuanto al tema de la sexualidad, el cristianismo en este punto creará su eterna dicotomía. Por un lado, el cristianismo mantendrá el discurso de “creced y multiplicaos” nacido de la cultura hebrea mientras que por otro lado radicalizará su ideología ascética sobre la castidad. No sólo imponiéndola sobre todo creyente, sino también categorizando de pecado no solo el sexo en sí, sino también cualquier acción que pudiera inducir al sexo, como los besos o las caricias.
Esta contradicción “procread” y “sentir placer es pecado” se convertirá en el principal problema teórico del cristianismo. Pues al intentar extirpar el placer del sexo, el cristianismo mantendrá así una eterna negociación sobre lo que está permitido y lo que no. Con el objetivo exclusivo de enseñar a cómo follar sin sentir placer, algo biológicamente imposible.
A partir de entonces, el cristianismo dedicó un gran esfuerzo y tiempo en explicar aquello que se podía y no se podía hacer, hasta que el sexo pasó de un pecado más, a ser el más llamativo entre los pecados. Con el tiempo algunos pensadores dedicaron volúmenes enteros a explicar detallada y gráficamente todo aquello que no se podía hacer en el sexo debido al placer que producía. Hasta tal punto, que hoy en día muchos profesionales creen que ese ejercicio solo fue una mera excusa para crear relatos eróticos y pornográficos dentro del propio monacato.
Pero la gran verdad es que este cristianismo tan radicalizado anti-placer nunca llegó a tener el éxito que les hubiera gustado. Por cada fracaso, este ideal de la purificación se radicalizaba aún más y alcanzaba unos límites tan impensables que llegaban a llevarse la contraria en muchos de sus propios discursos.
Posteriormente el problema se incrementó. El miedo y el odio a sentir placer les llevó ya no solo intentar prohibir y controlar algo tan natural en el ser humano como el sexo, sino a prohibir también cualquier tipo de muestra de afecto o contacto, pues cualquier emoción que perturbara el alma del ser humano, aparte de la fe, debía ser erradicada.
Este tipo de problemática ha llegado a nuestros días. En ocasiones leemos este tipo de justificaciones anti-sexo y las creemos antiguas y fueras de lugar. Pero luego encontramos estos mismos discursos en la tele o en internet y entendemos que no han desaparecido todavía.
Al explicar sus orígenes no pretendo en ningún caso justificar tales ideas, más al contrario, me gustaría que el lector entendiera que, aunque estas ideas nacieron por la yuxtaposición de varias situaciones socioeconómicas concretas, no tienen por qué conservarse ni mantenerse cuando ya se han superado con siglos de distancia. La ignorancia sobre la realidad de las relaciones sexo-afectivas y la sexualidad del ser humano desembocó en movimientos radicales contrarios al sexo y su intento de masificación. Y de la misma forma que ocurrió puede volver a ocurrir y más con un pasado de miles de años apoyando dichas ideas.
Aprendamos del pasado y no repitamos los mismos errores.
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