¡Cómo gozamos cuando nos gusta mucho algo! El sexo de por sí es fantástico, pero si le añadimos el disfrutarlo con la persona de la que estamos enamorados... se vive de otra forma.

¡Señoras y señores: me gusta el sexo! No es que yo os diga esto hoy por primera vez, como si nunca hubiera disfrutado del sexo. Pero no recordaba cuánto me gusta si estoy enamorada. Por supuesto que lo disfruto en general mucho y muchísimo también incluso si el hombre con el que lo hago no es el gran amor de mi vida. Pero el matiz que le da al sexo el estar implicada emocionalmente y adorar a la persona con la que estás teniendo relaciones, para mí, es lo más.

Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez

Son muchas las formas en las que Pablo y yo estamos teniendo sexo a lo largo de estos meses: las posturas, la energía, los contextos… pero de todo, lo que más despierta mis sentidos son los momentos de sexo lento, como yo le llamo. Esos instantes, a veces en los preliminares, otras antes de un segundo asalto, cuando nos encontramos desnudos en la cama.  Me encanta estar tumbada junto a Pablo  cuando él lo está también, boca arriba y relajado. Acomodarme de lado, apoyada en el codo y, mirándole fijamente a los ojos, hacer como que voy a besarle pero retirar mi boca antes de que sus labios toquen los míos. Y, mientras, empezar a acariciarle. Subir la palma de mi mano por todo su cuerpo desde los pies hasta la boca estableciendo un recorrido con el que disfrutar ambos muy despacio. Ir deslizando los  dedos suavemente desde la punta de sus dedos, pasando por la rodilla hasta llegar al muslo, al lateral de su vientre, seguir por la axila, el hombro y el interior del cuello. Y con la otra mano jugar con su pelo, rascar con suavidad su cabeza y ver cómo cierra los ojos lleno de placer. Observar cómo se abandona a mi juego esperando toda mi atención y mis caricias, para continuar amagando con besarle pero sin dejarle en ningún momento que llegue a posar su boca en la mía.

Tenerle expectante de mi lengua, de mi saliva, de la presión que provocarán mis manos cuando se posen en su miembro erecto. Me excita enormemente contemplarle así,  tendido, casi desmayado, superado por el placer, en el punto en el que su deseo queda por encima del mío, prendido de mi voluntad. Y continuar recreándome en sus ganas, en ese amor que hacemos lentamente, en ese sexo lento en el que se encuentran nuestras individualidades fuera de las prisas de la rutina y los problemas de la vida. Me gusta seguir acariciándole suavemente por un buen rato más, con la yema de los dedos, tamborileando su piel y viéndole extasiarse, sin querer abrir los ojos para no perderse ni una sola sensación nueva que yo pueda ofrecerle y esperando a que mi cuerpo se abalance sobre el suyo sin dejarle espacio nada más que para sentir y recibir placer. Y cuando llega ese momento, cuando decido que nuestras pieles deben unirse y llegar al orgasmo, el sexo es comparable a una gran explosión de fuegos artificiales que estalla y maravilla, que calienta por dentro expandiéndose por todo tu sistema nervioso como esas grandes palmeras de colores, y se conecta automáticamente con ese amor que vive en nuestros corazones.

Puede que el amor no dure lo que deseamos, puede que el amor eterno no exista, pero mientras Pablo sea parte de mi vida, pienso recrearme en esta comunión que me hace saborear el amor y el sexo con tanta fuerza.

Y para cuando no suceda, siempre tendré mil sensaciones extraordinarias que recordar y con las que seguir disfrutando.

 

 

 

 

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