Aunque hoy en día la sociedad romana es una de las más estudiadas y su historia una de las más divulgadas, ya sea por profesionales de la historia o en novelas y películas, me quedaría corto si dijera que aún quedan unos pocos, demasiados, temas en los que continúa predominando más la leyenda y el mito antes que la realidad académica.
Y uno de eso temas es, por supuesto, el sexo en la Antigua Roma.
Orgías, bacanales, homosexualidad, pederastia, libertinaje, etc. Estas son solo algunas de las cuestiones que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en el sexo en la Antigua Roma. Casualmente, estas ideas son las mismas en las que pensamos al hablar del sexo en sociedades paganas (aquellas sociedades que rezan a un Dios diferente al aceptado por nuestra sociedad) como si de alguna forma «alguien» hubiese intentado pervertir, a través del sexo, a todas aquellas culturas ajenas a la nuestra. Un sexo interpretado como «erróneo» desde nuestro punto de vista cultural.
Ni que decir tiene que todo eso es falso. Y que la sexualidad, como en cualquier sociedad, incluida la nuestra, evoluciona y cambia según el conjunto de parámetros culturales y sociales.
La sociedad romana, independientemente de su época histórica, es famosa por ser mucho más abierta que la nuestra a la hora de representar el sexo en casi todos los lugares donde se pudiera; en el mundo religioso, en el mundo artístico, el ritual, el público y/o privado, etc. Pero eso no significa que fueran tan abiertos en todos sus aspectos.
Una sociedad muy machista
La primera y mayor característica que encontramos dentro de la sexualidad romana es un machismo inabarcable en cada rincón de su sociedad. Aunque diferente al machismo que conocemos hoy en día, eso no lo hacía menos injusto y discriminatorio. En cuanto al ámbito matrimonial, aunque inicialmente el matrimonio (siempre por conveniencia) era algo establecido entre los patricios, poco a poco esta costumbre fue siendo adquirida también por los plebeyos. En los primeros siglos, de los que tenemos constancia, estos matrimonios por conveniencia eran extremadamente rígidos e intransigentes, sobre todo para las mujeres, las cuales no podían ni beber vino sin ser sentenciadas.
Sexo dentro y fuera del matrimonio
Fue después del siglo I cuando las normas éticas, tanto en la sexualidad como en el matrimonio, fueron mucho más relajadas. A partir de ese momento, tanto mujeres como hombres empezaron a buscar el sexo consentido fuera del matrimonio con bastante normalidad, sobre todo entre las clases altas. Fue entonces cuando a raíz de esta práctica la sociedad romana se polarizó. Por un lado, encontramos a quienes defendían el sexo fuera del matrimonio, globalmente con un argumento basado en la filosofía epicurista, pues entendían que el matrimonio debía ser una fuerte amistad sana, con complicidad y amor mientras que la pasión ardiente y fugaz debía saciarse fuera del matrimonio. Es en estos momentos donde hay personas que creen ver un mundo de lujuria, orgías y bacanales. Pero, aunque hay pruebas de juguetes sexuales y textos que nos confirman que sí existían (como la festividad al dios Bacus) estas no fueron la norma común. Lo más destacable de estos sucesos es que debido a la creencia de que el semen siempre debía ser descargado dentro de la vagina (pues el desperdicio de tal estaba extremadamente mal visto) las mujeres combinaban sus bebidas con fuertes y peligrosos venenos abortivos para no quedar embarazadas de personas no deseadas, como esclavos o prostitutos.
Casi inmediatamente salieron retractores a estas nuevas ideas de mano de los estoicos. Quienes, preparando el camino para la llegada del inminente cristianismo, hasta entonces desconocido, denunciaban estas prácticas como salvajes e inmorales y delimitaban el sexo a los confines del matrimonio esgrimiendo que dichas prácticas liberales destruirían la sociedad.
Para entender porqué este tema era tan importante, primero debemos entender que la sociedad romana era increíblemente activa sexualmente, alabando no solo el físico de los amantes sino también su personalidad, mentalidad y carácter. Pero, por otro lado, sus prácticas sexuales eran bastante limitadas.
Una sociedad coitocentrista
La sociedad romana era muy coitocentrista y entendía que el sexo se basaba en la penetración, tanto vaginal como anal, siendo el hombre, quien debía tener el papel activo. Hasta el punto de que, cuando una mujer montaba sobre el hombre siendo penetrada, esta era considerada una «mujer masculina».
Por otro lado, el sexo oral era considerado vejatorio e insultante. Esta práctica solo la hacían las prostitutas a los hombres (la llamada fellatio) u hombres a otros hombres cuando eran humillados (la llamada irrumatio). El sexo oral hacia la mujer, ya fuera hecho por un hombre o por otra mujer (el llamado cunnilingus) era igualmente vejatorio, pues no estaba bien visto pensar en el placer de las mujeres. Y obviamente, tampoco dárselo.
La que importaba era la postura sexual
El concepto de homosexualidad y bisexualidad (o pansexualidad) que conocemos hoy en día no sería aplicable en aquella época, pues importaba más la postura sexual en la cual se practicaba el sexo antes que la pareja sexual. En su vocabulario encontramos la palabra “afeminado”, con la que llamaban a aquellos hombres que preferían un papel pasivo en el sexo. La masculinidad del hombre iba regida por su papel en el sexo. Si este era activo, el hombre era elogiado, ya fuera con una mujer o con otro hombre. Pero si su papel era pasivo este era repudiado, fuera quien fuera su pareja sexual. El único momento en el que se permitía que un varón tuviera un papel pasivo y fuera aceptado por la sociedad era cuando aún era joven y no considerado todavía un hombre. Por otro lado, el lesbianismo era extremadamente repudiado, no por el hecho de que dos mujeres no pudieran amarse, sino porque al no entender el sexo sin penetración, el sexo lésbico obligaba a una mujer tener un papel activo, y este hecho era el que provocaba dicho rechazo.
Una mujer no podía tener un rol activo dentro de las relaciones sexuales.
Esclavos y prostitución
En cuanto a la consideración del sexo fuera del matrimonio, este estaba fuertemente dividido entre si eras hombre o mujer (siendo la mujer mucho más castigada). Pero ambos mantenían una característica; el adulterio no podía ser con otros ciudadanos, solo podía darse con esclavos/as, prostitutos/as, etc. El intento de establecer relaciones ilícitas con otro ciudadano era llamado Stuprum y podía castigarse con la muerte o con amputaciones de nariz, orejas, lengua y en el caso de los hombres, el pene. Posteriormente les humillaban en público, en ocasiones introduciéndoles un pez por el ano.
Todo este mundo era posible gracias a la importancia de la prostitución dentro del orden social romano. Esta no solo era legal, si no que representaba una importante fuente de ingresos y una forma de recaudar impuestos. Pero, aunque el uso de la prostitución no estaba mal visto, las prácticas que uno podía pedirles a las prostitutas sí lo eran (como papeles más pasivos o ciertas prácticas antes nombradas). Estas prostitutas/os solían ser esclavos y libertos, aunque corren las historias de mujeres que escogían libremente la prostitución debido a la riqueza y el estatus social que en aquellos momentos aportaba ser proxeneta. Pero para ello, uno debía renunciar a todos los derechos que le otorgaba la ciudadanía.
«La mujer del césar debe estar por encima de toda sospecha»
Julio César
-
Imagen de portada extraída del Blog Apasionados del Imperio Romano de Xavier Valderas.