Me produce una gran excitación sentirme observada cuando estoy desnuda masturbándome o, mejor dicho, pensar que alguien me va a observar en algún momento.
Esto último siempre lo he resuelto haciéndome fotos, que después he enviado a mis amantes. Pero cuando quiero que sea en vivo no me sirve cualquiera, ni cualquier sitio. No soy una exhibicionista sin más, me excito solamente con mis parejas. Por eso, la última vez que me pilló con ganas de sentir de ese modo y disfrutar de mi cuerpo con una presencia masculina enfrente, aproveché que Pablo no tenía prisa y le avisé de que iba a darme una ducha con final feliz. De ese modo él ya sabía lo que tenía que hacer: solo mirar. Nada de unirse al juego como la última vez. Pero él se preparó igualmente porque iba a disfrutar tanto como yo.
Me desnudé lentamente ante la fija mirada de mi novio, me metí en la ducha y fuí organizando mi pequeño espacio para aquel momento de placer. Dirigí los pequeños surtidores de la columna de masaje hacia mis pechos y el grifo principal hacia mi pubis. Coloqué mis juguetes eróticos en la repisa, a la espera de decidir cuál de ellos incorporaría a mi juego, puse mi música favorita y animada por el balanceo que sus acordes me provocaban, empecé a masajear mi cuerpo con el gel de baño. Entretanto, Pablo ya se había acomodado apoyado en el marco de la puerta con su camiseta de dormir como única vestimenta esperando a que diese comienzo el espectáculo prometido. Cantando bajo la ducha sentía cómo el calor del agua que repiqueteaba en mis pezones me los iba endureciendo, y eso hizo que tuviera muchas ganas de acariciarme el clítoris, primero con los dedos, para pasar enseguida a hacerlo con mi estimulador. Girando sobre mí misma para sentir el agua en todo mi cuerpo iba lanzando miradas lascivas a Pablo, que había tenido que acercarse y se esforzaba en seguir mi baile entre el vapor de la mampara. Sus ojos me recorrían con la misma intensidad que lo hubiera estado haciendo con las manos, si hubiera podido. Aunque una de ellas ahora la mantenía ocupada en autocomplacerse al ritmo de los gemidos que yo ya empezaba a emitir.
Para mí era tremendamente excitante ver a Pablo al otro lado, ya completamente desnudo, jadeando y masturbándose, tanto que tuve que dejarme caer sobre la pared para seguir tocándome sin miedo a resbalar. El agua me recorría deprisa desde la cabeza a los pies y, como mi primer orgasmo no me había dejado del todo satisfecha, continué frotándome los pechos con la esponja bajo la atenta mirada de aquel hombre que mantenía su entusiasmo sin querer llegar al final. Decidida a rematar la jugada, me introduje uno de los vibradores que había dejado a mano. Con la misma energía que necesidad esperé a que la inquietud de Pablo rogándome que acabase me pusiera a mil por hora. Hasta que sucedió. Mis gritos de placer dieron paso a su orgasmo contenido, a la vez que nuestros rostros se juntaron sobre el cristal. Cerré los grifos, abrí la puerta de la ducha y le di un beso largo y mojado.
Me envolví en la toalla y dejé paso a un Pablo, sudado y manchado, para que pudiera darse una ducha cálida y reconfortante, mientras yo volvía a acariciar mi cuerpo con la crema hidratante.
2 comments
Me encantó el testimonio.
Es excitante!!!
Yo no podría….quizá demasiado pudor para que me observen….
Un saludo y gracias por compartir tan buenos artículos.
Saludos!!!
¡Hola Carla!
Como siempre… gracias por leernos. Te decimos… nunca es tarde para probar cosas nuevas…