Sanguijuela (de sanguja)
- Anélidoacuático de hasta doce centímetros de largo y uno de grueso, cuerpo anillado y una ventosa en cada extremo, con la boca en el centro de la anterior. Vive en las aguas dulces y se alimenta de la sangre que chupa a los animales a los que se agarra. Hay varias especies, alguna de las cuales se ha utilizado en medicina para sangrar a los enfermos.
Eso mismo reza la RAE sobre el bichito protagonista del sanguinario post que nos concierne, y ya imagino que os estaréis preguntando: ¿y lo de los virgos? Pues, para entenderlo, vayámonos al inicio de esta enrojecida historia. La virginidad femenina en el Medievo poseía un altísimo valor; según los expertos, aquí convergían diversas cuestiones, como, por ejemplo, la regulación de las prácticas sexuales por parte de las religiones —véanse los férreos preceptos de la Iglesia católica— y la implicación del honor familiar, porque la doncellez era la vía más segura para garantizar la paternidad de la «posible» criatura engendrada en el acto, tildándola, por tanto, de legítima. Ahora, tengamos en cuenta que hay mujeres que nacen sin himen o se lo rompen (ese fue mi caso a los tiernos siete años de edad: el artificie, un columpio), así que la ausencia de tal membrana, llegado el momento de compartir el lecho nupcial, podía suponer un auténtico dilema de consecuencias catastróficas. Además, hoy sabemos que, incluso teniendo himen, es posible que no se dé un sangrado. Por tanto, ante grandes males, grandes remedios y, creedme, a cuál más turbador…
El más sencillo, sin duda, era rasgar la pared vaginal de la novia, hiriéndola, el día previo a las nupcias o justo antes de encamarse. Por lo general, conocemos por medio de antiguos textos que lo mentado se llevaba a cabo en muchas ocasiones por curanderas, comadronas…
A la par, el cirujano italiano Guillermo de Saliceto sugería emplear, vía inserción vaginal (o apoyándolo en la región vulvar), el intestino de una paloma (otros mentan el de un pez) lleno de sangre, aseverando que, durante la penetración, este se rompería y el encendido humor brotaría para jactarse de la arrebatada castidad.
Por descontado, se preparaban mezclas y ungüentos astringentes con el fin de ser aplicados en los genitales y lacerar la piel, tornándola propicia al sangrado. Otros también estrechaban el canal simulando ser un paso virginal.
Menos viable, a no ser que el marido pecara de pocas luces, era organizar la boda mientras la moza estaba menstruando…
En el supuesto de que el himen estuviera en condiciones de ser intervenido y, por ende, remendado, se valían de agujas e hilos encerados. Se cuenta que las prostitutas, dentro de sus posibilidades, se los recosían a causa de la cotización de las vírgenes en el mercado.
Volvamos a la sanguijuela: la investigadora Kathleen Coyne Kelly, en su controvertido ensayo Performing Virginity and Testing Chastity in the Middle Ages, comenta que la técnica más empleada es la que concierne a la susodicha chupóptera; la sanguijuela se introducía en la vagina con el objetivo de que mordiera y formara una herida, la cual, en la carnal unión, se abriría, sangraría y emularía la desgarradura de tan preciado y honroso velo. Otros investigadores sugieren que, quizás, el anélido no se metía en la vagina, sino que se dejaba en la entrada o en los labios vaginales, y el proceso acababa siendo el mismo relatado con anterioridad. Sin embargo, la célebre Trótula de Salerno (considerada la primera ginecóloga de la historia) garantizaba en una de sus recetas que las sanguijuelas sí se metían por vía vaginal, aunque había, eso sí, un complejo procedimiento anterior que incluía hierbas, agua de lluvia, natrón en polvo…, todo con la finalidad de engañar al esposo.
Y para terminar con algo la mar de patrio, es imprescindible aludir a La Celestina, de Fernando de Rojas, en cuyos pasajes menta a aquellas mujeres que «renovaban virginidades»:
«Días ha grandes que conozco en fin de esta vecindad una vieja barbuda que se dice Celestina, hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad».
Texto corregido por Silvia Barbeito y con ©.
1 comments
Ay Andrea! Qué desde siempre me han vuelto loca tus historias, relatos, hilos y libros. Y este no es la excepción! 🙂
Me quedo intrigada y buscaré cómo sacaban esa sanguijuela en los casos que si la metían en la vagina.
Y yo no me sorprendería si el futuro esposo no se diera cuenta que su mujer estuviere menstruando el día de la boda. Es más, sabrían que las mujeres menstrúan y les interesaba?
Qué horror qué todavía hoy hay gente que se preocupe por el himen o mejor dicho, el sangrado y que una mujer valga, para ellos, menos si no sucede. En lugar de bendecir ese momento en el que ella decide compartir ese momento tan maravilloso, sea el primero o el número que sea.
Por cierto, que way que tú supieras cuándo y cómo perdiste el tuyo.