Está claro que las cenas de navidad dan para mucho, pero si además la celebras en uno de esos restaurantes modernos con pecera en la cocina... ¡dan para más!

¡Qué bonitos son esos nuevos restaurantes en los que la cocina queda a la vista! Está muy de moda y podéis disfrutarlo en muchísimos locales de reciente creación. Tu estás tomándote un vinito mientras esperas tu cena de navidad y, sin pretenderlo, te quedas absorta mirando cómo ensartan la carne para hacer unas brochetas llenas de verduras de colores, o cómo se van añadiendo a un pequeño cazo líquidos de diferentes colores y espesor para conseguir esa finísima salsa que acompañará al lomo de lubina que has pedido. Y todo ese trajín habitual de una cocina, tan expuesto, tan descubierto a la mirada de cualquiera, tiene un no se qué especial, un algo erótico que alimenta el espíritu de los que somos un poco mirones. Y debía encontrarme yo así de entretenida, con la mirada fija en las manos de un cocinero que iba desmigando un pescado para que formase parte de alguna maravilla posterior, cuando uno de los amigos con los que iba esa noche, me llamó la atención.

– Amy, ¿te estás enterando de algo de lo que estamos hablando? ¿Te has quedado hipnotizada por la cocina?

Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez

Sin quererlo desatendía a mi pandilla de amigos embelesada en los rápidos movimientos de manos de los cinco cocineros que ordenadamente se disputaban los miles de ingredientes que allí había apilados. Aunque para nada había nacido en mi ningún interés por lo culinario, pero es que, detrás de unas esbeltas manos oscuras que se movían con la rapidez de las de un pianista, se encontraba el resto del cuerpo de un chico negro con unos labios muy jugosos que desde lejos, me gritaban “¡Cómeme!”.

Comencé a prestarle más atención de la debida, hasta que mi fijación debió taladrarle el cerebro, porque al poco levantó la vista y a través de aquel cristal, a veces un poco empañado, me sonrió. En aquel momento mi lado exhibicionista se vino arriba y me hizo desprenderme del chal dorado que cubría mis hombros. El cocinero no dejaba su trabajo ni un minuto, pero entre giro y giro por la cocina me miraba sin disimulo alguno. Aparté mi melena hacia la espalda deslizando a la vez el tirante derecho sobre el brazo en el justo momento en el que él volvía a sonreírme. Me levanté a inspeccionar el terreno. Fingí que tenía que ir al baño y recorrí todo el lateral de la pecera donde se encontraban los cocineros. Mi admirado admirador siguió todo mi recorrido por el pasillo, lo que me permitió contonearme más de lo habitual y corresponderle con más miradas y una amplia sonrisa pícara. De vuelta del baño volvió a radiografiarme con sus ojos sin que por ello se le quemara la cebolla que pochaba con tanto mimo. No dejamos de mandarnos señales durante toda la cena. Tan pendiente de paladear su mirada, no sabría deciros exactamente lo que cenamos, pero sí que me hice una buena lista de las zonas por las que me gustaría pasarle la lengua si se diera la ocasión. ¡Y resultó que se dio!

Tras los postres, en lo que empezamos a celebrar las navidades con licores y gin tonics la cocina quedó limpia y recogida y los trabajadores se fueron retirando. Mi objeto de deseo, me había hecho varias señales antes de salir de ella y me indicaba que volviera a pasearme por el pasillo que iba hacia los baños. No me costó mucho esfuerzo dejar la animada reunión de mi mesa sin que nadie se diera cuenta. En la puerta de los baños, me esperaba con el gorro en la mano. Me llevó al cuarto donde sus compañeros ya se había cambiado e ido, y allí mismo me comió a besos. Las manos que yo había visto utilizar con tanta destreza recorrieron mis pechos con decisión y entraron por debajo de mi vestido a tantear el terreno. Solo las apartó de mí para colocarse el condón y ofrecerme un postre por el que yo le habría otorgado cinco estrellas michelín. Y es que follar tan apasionadamente, y con un desconocido, conteniendo las ganas tantas horas, no me sucedía desde el primer año de universidad.

Y así, ya satisfecha por completo, por fuera y por dentro, volví a mi fiesta de navidad encantada de que los restaurantes evolucionen y que pueda verse cómo se va cociendo todo e incluso intuirse cuánto te puede gustar lo que te ofrezcan en esas vistosas cocinas.

 

 

 

 


 

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