El año pasado ya os conté algunas razones por las cuales una persona puede decidir en un ultimísimo momento de pasión recular y no continuar con una relación sexual que hubiese comenzado minutos antes. Todos los motivos son siempre muy respetables aunque algunos nos suenen más extraños que otros. Pero lo que todos tenemos que tener siempre muy claro es que un no es un no en cualquier momento y para cualquiera.
Echando la vista atrás recuerdo perfectamente cuando con dieciocho añitos y en uno de mis primeros encuentros con un chico bien atractivo con el que salía, tuve casi que huir de casa de sus padres avergonzada y con todo el dolor de mi corazón, además de con un gran calentón entre las piernas, todo sea dicho, porque me di cuenta tarde de que no llevaba depilada las ingles. Cuando eres muy joven estas cosas tienen demasiada importancia y, si no hay aún confianza suficiente, eso puede hundir uno de tus momentos más ansiados. Y conmigo la vergüenza ganó a las ganas.
En el caso de una amiga que tiene ciertos trastornos obsesivos compulsivos, sus incontrolables manías le han jugado más de una mala pasada cuando al llegar al piso del amante de turno se ha encontrado todo muy desordenado o sucio. Y quizás por eso o porque llevaba las ganas justas, se ha dejado vencer por su obsesión y ha utilizado las manos exclusivamente para dedicarse a colocarle la casa.
Otras razones que conozco bien a través de las experiencias de muchas de mis amistades se dan en el inmenso mundo de las citas a ciegas o los encuentros a través de aplicaciones para ligar. En estos lugares virtuales en los que todas las relaciones se van forjando a golpe de estupendas fotos y mensajes calentorros, cuando llega el momento de la verdad pueden suceder muchas cosas que te aporten suficientes razones para no pasar a mayores. Así por ejemplo conocí el caso de un íntimo amigo que llegó al momento del encuentro carnal con muchas ganas. Su partenaire llegó igual de excitada y dispuesta, pero mientras él estaba perfectamente consciente, recién perfumado y salido de la ducha, sin tan siquiera haber comido nada por los nervios, la chica regresaba de una copiosa cena, habiendo bebido y fumado mucho de todo. Evidentemente al no estar en igualdad de condiciones el punto de partida tampoco contaba con la misma pasión para ambos. Animado por el excesivo olor a alcohol que desprendía aquella chica, mi amigo decidió aplazar el final feliz para otro momento. En otra ocasión, a otra amiga, le sucedió que llegó su contacto con tantas ganas que casi se corre nada más verla, y en los cinco minutos que duró la subida a su casa en el ascensor habían resuelto una cita a ciegas preparada con mimo desde un mes antes.
Otras veces no eres tú quien tiene una razón para parar en último momento, sino tu contrincante en el juego. Y en el transcurso de vuestro encuentro decide que no le gustas lo suficiente. Lo malo es cuando esa decisión llega después de una buena cena, un tonteo, después de haber llegado a tu casa comiéndote los morros por las escaleras y, de repente, cuando ya estás desnuda y abierta de piernas delante de su cara, te mira como si fuera tu ginecólogo y te dice que en realidad no le gustas tanto y que prefiere dejarlo. Pues te toca aceptar el rechazo y te despides como mejor puedes.
En fin, seguro que vosotros conocéis muchos más ejemplos propios y ajenos. Pero las reglas de este juego deben respetarse, porque lo importante siempre siempre, es que ambas partes se diviertan.