Hemos aprovechado nuestros respectivos viajes de trabajo de este mes para encontrarnos en un punto intermedio y hacer un descanso de las rutinas. Como yo llegaría antes, me ocupé de reservar el hotel y de ir comprando unas cosillas para tener algo que picar después de nuestro encuentro. Me gustan enormemente estos momentos que robamos a la vida Javier y yo. Distanciados por circunstancias diversas y ajenas a nuestro control es maravilloso mantenernos como amantes ocasionales sin ataduras ni compromisos, ni ningún tipo de afectividad diaria que pueda hacernos sufrir esta separación no escogida. En su defecto, disfrutamos de muchos días y muchas noches de pasión diseminadas por el mapa nacional. Libres para pasarlas juntos. Libres para posponerlas si el cuerpo y la mente no están receptivos.
Queda poco para que llegue. Su avión trae algo de retraso. Pero eso me deja a mí más tiempo para prepararlo todo: la bebida, las velas, algunos juguetes eróticos para alargar la sesión lo más posible y música adecuada. Creo que disfruto mucho más de todos estos preparativos, que de la situación en sí. Sin pretenderlo, voy disponiendo mi cuerpo para el encuentro y me voy cargando de excitación. Mi cabeza está a mil pensando en todo lo que quiero hacerle: besarle nada más llegar, ayudarle a desnudarse, ofrecerle la ducha y compartirla con él para después convencerle de que se deje llevar por mis ganas y se deje hacer. La imaginación se dispara con todo lo que él pueda decirme, con sus sonrisas pícaras, con sus manos grandes que me recorrerán con ansias. Nuestras conversaciones vacías de cotidianidad estarán llenas de intensas y apasionadas frivolidades que envolverán nuestro encuentro sexual con la suficiente autenticidad. Noto los escalofríos, la humedad en mis bragas, las pulsaciones aceleradas solamente de pensar en su lengua, en sus dientes cuando muerdan ávidos mis pezones. Y no puedo evitar los espasmos. Tumbada en la cama, esperándole, dejo que mis manos vayan disfrutando con antelación y me masturbo soñando con su cuerpo fuerte sobre el mío, con su impaciencia cuando me escucha gemir y quiere mis gritos. Mis dedos entran y salen de mi vagina y acarician mi clítoris en una intensa celebración de la fiesta que nos espera. Y llega. Un orgasmo silencioso, urgente, anticipo de todo lo que quiero sentir con Javier.
Suena un mensaje en mi móvil. Ya ha aterrizado. Me visto con el conjunto de ropa interior azul que compré ayer y una camisa a juego que llevaré sin abrochar. Cuando se acerque notará el olor de mi cuerpo y sabrá que estuve pensando en él y que estoy deseando repetir con emociones compartidas.
Una copa de vino para hacer tiempo. Un par de golpes en la puerta. Nuestro momento ha llegado. Una vez más y siempre bueno.
– ¡Hola! ¿Es aquí el punto de encuentro?