¿Puedo besarte? Una pregunta con respuesta, resuelta en este micorrelato de Nuria Cifredo que nos invita a leer Amy LaBelle.

-¿Puedo besarte?- le dije para su sorpresa.

No sé en qué momento surgió aquello de mis labios. No sé cómo confluyó todo para terminar con él en su portal. Eso era algo que no me sucedía desde la adolescencia, en la que los portales eran los mejores amigos de los besos robados. Apenas unos días antes ni siquiera le recordaba y sin embargo ahora allí estaba yo temblando y esperando la respuesta a una pregunta desafiante.

-Vamos a entrar un momento al portal que tengo que preguntarte una cosa y no quiero que sea en mitad de la calle.

Me había lanzado con aquella premisa a un pozo del que no podría salir indemne. Todo había ido surgiendo naturalmente, sin buscar ni preparar nada. De repente la noche había caído profundamente, los amigos se habían ido retirando poco a poco y en la calle vacía sólo quedábamos nosotros dos.

-Es muy fácil, mira, tú sólo tienes que contestar sí o no a lo que yo te voy a preguntar– le había dicho, como para ayudarle a preparar una resolución rápida a la cuestión tanto si era positiva como negativa.

Imagen de Francisco José Asencio Ibáñez.

Temporalmente sin ataduras, podía permitirme a mi edad, el lujo de haber llegado hasta ese punto, sin embargo sus circunstancias aunque en realidad no eran favorables, estaban en una pausa tan interesante que mantenían su piso completamente vacío por unos días.

-¿Esa es tu pregunta?- fue lo único que acertó a decir, con los ojos como platos.

En aquel instante, yo me debatí entre salir huyendo a toda velocidad por donde había entrado o desaparecer utilizando algún truco de prestidigitador avanzado. Sin embargo, opté por ser consecuente con lo que había iniciado y simplemente me limité a afirmar con un ligero movimiento de cabeza.

-Pues, en realidad,- empezó a contestar pausadamente -debería decir que no, por una larga serie de motivos muy importantes. Pero no. Quiero decir, que sí, que sí que puedes hacerlo.

No sé si fueron los nervios por la falta de costumbre o, a lo mejor, por el exceso de alcohol ingerido a lo largo de la cena, pero antes de atacar me di cuenta de la sequedad que dominaba mi boca, y pensé en una retirada digna. Pero como mis pensamientos suelen ir a esas horas más lentos que mis actos, me dejé llevar por el arrebato que llevaba reprimiendo unas horas y me abalancé sobre sus labios rodeando a la vez su cuello con unos brazos captores como las patas de una araña. Inmediatamente aquel beso unidireccional se volvió correspondido.

-Y ¿ya no tienes más preguntas – susurró en mi oído una vez terminado.

-Claro que sí. Yo es que soy muy de preguntar cuando me dejan.- Dije, notando como la tensión en mi mandíbula se había relajado ostensiblemente, a la par que inversamente notaba cómo iba creciendo la tensión en sus pantalones.

-Pues adelante: pregunta lo que quieras.

-¿Me invitas a tomar algo en tu casa?

-¿Cuánto vas a querer beber, porque no sé si tendré suficiente si vas a estar preguntando mucho rato?

-Tengo varias preguntas más que hacerte, pero con un sola copa podré dejarlo resuelto.

Sin soltar en ningún momento a mi presa, y sintiéndome casi un lastre prendido a su cinturón, subí los escalones hasta el primer piso dejando en cada uno de ellos las dudas que me habían asaltado en la calle antes de interpelarle tan abruptamente.

Delante de dos cervezas que habían llegado silenciosas pero cortésmente instaladas en unos posavasos redondos de madera, volví a preguntar:

-¿Puedo desabrocharte la camisa?- aunque ya mi voz se mostraba firme y nada vacilante.

-Por supuesto. ¿Algo más?

-¿Podría ser también el cinturón?

-Claro que sí- contestó diligente. -¿Y yo no puedo empezar a preguntarte alguna cosa? Yo también estoy muy interesado en conocer algunas respuestas tuyas.

-Pues no. Ya te he dicho que me queda mucho todavía por saber. Tú tendrás que esperar a otra ocasión en la que volvamos a vernos. Y eso no sé cuando podría volver a producirse.

Y mientras contaba uno a uno los botones que le iba liberando, nos acomodamos en su sofá de piel que, con varios crujidos acompasados, acompañaba al estruendo que producía la excitación en mi interior.

-¿Puedo acariciarte y olerte?

-Sí. Y es más, estás tardando demasiado en hacerlo. Deberías ir resolviendo todas tus dudas tu sola. No necesitas permiso para nada más.

Pero aquello estaba siendo mucho más intenso y divertido de lo que yo había imaginado al principio, cuando pretendía conformarme sólo con probar su boca.

-¿Puedo atarte las manos unos minutos? Suavemente. Sólo un poco.

Su excitación crecía a ojos vistas y, mientras, el calor que desprendía su cuerpo calentaba las cervezas que continuaban tal cual se habían servido.

Desnudo y desarmado ante mí, le obsequié con unas caricias inflamadas y estimulantes que acabaron con su sumisión, obligándole a revolverse en el sofá para atacarme inicialmente con un violento y pasional beso lleno de mordiscos, y pasar en seguida a retirar de su camino cuanta ropa encontró a su ardiente paso.

-¿No vas a preguntarme nada ahora – dijo con ironía y parando en seco una vez que había conseguido aprisionarme bajo su cuerpo.

-Sí. Todavía me queda una más.

-Y ¿bien?

-¿Puedes follarme, por favor?

 

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