«La idea difusa que envuelve el fenómeno de la prostitución es que está más allá de lo cultural. Aparece como una realidad que transita entre lo natural y lo social. De ahí que se repita incansablemente que la prostitución ha existido siempre, como si ese fuese un argumento irrefutable. Sin embargo, la prostitución no es el oficio más antiguo del mundo, sino la actividad que responde a la demanda más antigua del mundo: la de un hombre que quiere acceder al cuerpo de una mujer y lo logra a cambio de un precio.»
La prostitución ha sido un tema recurrente dentro del feminismo desde hace varias décadas. Podemos resumir dos corrientes principales de pensamiento dentro del feminismo por un lado, las abolicionistas, que promueven la erradicación o abolición de cualquier tipo de prostitución y explotación sexual; y por otro, las reglamentaristas, que serían más permisivas y defienden esta práctica amparándose en la premisa de la libertad de elección individual.
Nosotros no podemos evitar alinearnos con las primeras, con el abolicionismo, con las teorías críticas feministas y con autoras como Rosa Cobo, que opina que la pornografía y la prostitución son a la vez causa y efecto de las estructuras patriarcales, y que dañan no solo a las mujeres que participan en la industria del sexo, sino a todas las mujeres. Pues en efecto, la pornografía difunde imágenes de mujeres que experimentan placer sexual cuando son agredidas en el marco de las relaciones sexuales. La preocupación de las feministas anti-pornografía –enfatiza Rosa Cobo– es que esas representaciones influyan en el comportamiento sexual de varones y mujeres.
Como escribe la autora del libro La prostitución en el corazón del capitalismo:
«La prostitución representa una de las grandes expulsiones de mujeres, característica del capitalismo global, desde los países del sur hacia los del norte, de los países periféricos a los centrales. Y en el interior de los países con altas tasas de pobreza, la cartografía de esta expulsión muestra el tránsito desde las zonas rurales a las urbanas y de las comunidades culturales más oprimidas a los ámbitos culturalmente dominantes.»
«Sin embargo, la sustitución del viejo canon de la prostitución por el nuevo no es solo una cuestión cuantitativa. No se trata únicamente de que ahora existan más mujeres prostituidas y más consumidores de prostitución; no es solo que ahora la prostitución se haya convertido en el corazón de una industria, la del sexo, que funciona a escala global. Lo fundamental es que la industria del sexo del siglo XXI tiene significados y funciones añadidas a las que tenía en el pasado la prostitución. La diferencia entre el viejo y el nuevo canon de la prostitución hay que buscarla en unas lógicas patriarcales y capitalistas que se han gestado a partir de los años ochenta. (…) la globalización y la restructuración del capitalismo han modificado alguna de sus lógicas, han transformado la estructura de esta realidad social y han potenciado el margen de maniobra masculino.»
Rosa Cobo
Y no solamente la proliferación del poder patriarcal y sus lógicas, su lenguaje, ha repercutido en un aumento de la violencia contra las mujeres en el marco de la prostitución, sino que se ha servido también de una creciente y muy lucrativa industria, la del sexo y la pornografía, para consolidar su hegemonía en detrimento de los derechos de las mujeres.
Para Rosa Cobo «la pornografía es un mecanismo ideológico que naturaliza la violencia sexual y contribuye a que se instale en el imaginario colectivo la tolerancia con las representaciones de violencia hacia las mujeres.»
Seguramente deberíamos apostar por otro tipo de pornografía más respetuosa, centrada en el erotismo y que respete la sexualidad de todas las partes implicadas, pero que deje de promover la violencia contra las mujeres, o el sometimiento explícito de ellas a los deseos y apetencias de los varones, que como bien sabemos, suele ser la norma del porno actual.
La inclusión de un lenguaje económico, también en este ámbito, ha servido al patriarcado y a las élites capitalistas que controlan este entramado empresarial (vinculado no solamente a la prostitución, la pornografía o el mundo editorial, sino también a mafias organizadas, trata y crímenes sexuales) para tildar este «sector económico» como el del «ocio y el entretenimiento» en un flaco intento por blanquear una actividad a todas luces injusta y machista.
Y es que ya sabemos hacia qué lado de la balanza, entre derechos humanos y sociales, o beneficio económico, suele decantarse siempre la balanza bajo el capitalismo.
Necesitamos políticas y una educación feminista que procure erradicar, o en su defecto reducir al mínimo exponente la prostitución, definiéndola como lo que es: una actividad opresora contra las mujeres a las que no les queda otra alternativa para sobrevivir.
Y también necesitamos dejar de poner el foco en las mujeres prostituidas y responsabilizar en primer lugar a los varones, pues sin consumidores de prostitución no existiría esta denigrante profesión.
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Referencias: Cobo, Rosa. La prostitución en el corazón del capitalismo, Madrid, Libros de la Catarata, 3ª ed., 2019.