La primera vez que a mi amiga Pepa le hicieron sexo oral, llegó a contarlo al grupo de chicas que habitualmente salíamos juntas con tal alegría que todas empezamos a soñar cómo sería ese momento para nosotras cuando nos llegase.
Y es que con diecisiete años nuestras experiencias sexuales habían sido bastante pobres para todas, y con eso me refiero a que ninguna había disfrutado aún de un triste orgasmo. Mucho beso con lengua, mucho meternos mano sin saber cómo ni por dónde nos daría más placer y muchas ganas insatisfechas. Quizás por prudentes, por estrechas, por miedo a lo desconocido, por desafortunadas… o porque eran otros tiempos.
Pepa tuvo suerte, pero claro, era un chico bastante mayor que ella. Yo recuerdo aquella primera vez de lametones en mis partes íntimas como si me lo hubiera hecho un elefante. No fue nada interesante. Al principio, muy excitante porque el momento para mí lo estaba siendo, pero la también escasa experiencia de mi pareja, no consiguió que yo llegara a correrme. Me gustaba la sensación desconocida de tener a las puertas de mi vagina una boca, que me llenaba de besos, y me chupaba como si no hubiera un mañana; el saber que había una persona que se estaba excitando conmigo al hacérmelo y quería que yo también lo estuviera; el mirar hacia abajo y ver la cabeza de mi novio entre las piernas. Todo aquello conformaba una suma de emociones y estremecimientos muy placenteros, aunque yo notaba que faltaba algo más que me impedía llegar al clímax. Sin embargo el chico insistía e insistía. Estaba convencido de que con la lubricación justa y con unos pases mágicos de su lengua sería suficiente para conseguir llevarme al éxtasis más absoluto y que yo gritase mucho. Tanto como él había visto que hacían las chicas de todas esas pelis porno que había consumido en su corta existencia. A los veinte minutos de tenerle totalmente entregado en aquella tarea, mi aburrimiento casi superaba a la irritación de mi clítoris y tuve que pedirle amablemente que lo dejara. Para no herir su ego le conté que pese a la maravillosa experiencia que me estaba dando, para mí no tenía sentido disfrutar sola y que yo también quería que él tocase el cielo como yo y que ya era mi turno para ofrecerle sexo oral. Rápidamente consideró que yo tenía mucha razón y se dejó hacer sin problemas.
Por supuesto, mi primera vez haciéndolo tampoco fue memorable. No encontraba el ritmo adecuado. Lamer, chupar, respirar y evitar los mordiscos y las arcadas cuando me empeñaba en acapararla entera no era una tarea tan sencilla como parecía. Igual con la práctica conseguiría dominar todas las partes como me pasó al sacarme el carnet de conducir. Así que después de mucho empeño y harta de oírle alternar leves gemidos con pequeños grititos sin conseguir culminar mi trabajo, abandoné. Aunque como continuamos nuestra sesión de amor sin problemas pudimos resarcirnos con creces y quedarnos bien satisfechos follando como posesos.
Ni que decir tiene, que no fui la única de mi pandilla en empezar de mala manera en este complicado mundo del sexo oral. Y evidentemente, el paso de los años, y la experiencia, no han hecho más que convertirme en una experta en la materia. Algo que me atrevo a decir a la vista de los siempre buenísimos resultados. Además disfruto casi por igual al darlo que al recibirlo, aunque tengo que decir abiertamente que a los hombres les queda mucho por estudiar y aprender, ya que aún no consiguen el 100% de resultados positivos. Por tanto no me queda más que animaros: ¡sigamos todos practicando mucho y muchas veces!