Pornografía. El enemigo del feminismo, el adalid del machismo, el adoctrinador de menores.
La pornografía es actualmente uno de los sectores de la sexualidad más demonizados de nuestra cultura. Y no nos engañemos, hay grandes y numerosos motivos para ello. Pero yo ante esas críticas suelo preguntar, ¿qué es realmente la pornografía? y ¿es realmente la pornografía el problema?
Y aquí es donde surge la cuestión.
Soy consciente de que cuando hablamos de pornografía a la mayoría de nosotros nos vienen a la mente canales como Pornhub, Redtube, o cualquier web de esta índole que ha profesionalizado lo que ya venía siendo el incremento sin medida de la divulgación de contenido pornográfico desde que empezó internet. Pero la realidad es que la extensión de la palabra pornografía va mucho más allá de eso.
Desde su primera existencia en la Antigua Grecia, en la que el término únicamente designaba los compendios sobre la prostitución, desde hace ya mucho tiempo la pornografía ha sido sinónimo de concupiscencia. En otras palabras, la representación sexual a través de cualquier medio con finalidad erótica. Debo detenerme en este punto para especificar que, aunque al hablar de pornografía todos imaginamos los clásicos videos, existe literatura y poesía erótica que en sí mismas entran en la categoría de pornografía, pues siguen siendo un medio con un contenido sexual de intenciones eróticas, sin que ello deba considerarse en absoluto una ofensa o merecer una crítica peyorativa.
«Pero no es lo mismo la literatura erótica y la pornografía de internet» me diréis vosotros. Y es cierto, tan diferente es como lo es el cine de la literatura. Pero, ¿por qué hay tanta diferencia entre el medio audiovisual y el medio literario? No tenemos que olvidar que la pornografía que conocemos hoy en día es meramente un producto comercial y, como todo producto comercial, este es hijo de su tiempo y tiene las características de su época. Su único objetivo ya no es únicamente ofrecer erotismo, sino vender tanto como se pueda.
Volvamos la vista atrás y recordemos los comienzos del siglo XX, donde se inició lo que acabará siendo la pornografía que conocemos hoy en día. Como ya sabemos, la sociedad en el cuarto de siglo del siglo XX era sumamente machista. El rol de la mujer era satisfacer al hombre quedándose en casa, y el de éste traer dinero al hogar mandando sobre todo aquello que entrara allí. Por lo tanto, a la hora de vender la oferta erótica/pornográfica, ¿a quién iban a vendérsela? ¿Al género sometido por la sociedad, que apenas tiene voz o propiedades? ¿O al género al que la sociedad ha criado como hipersexual y tiene poder adquisitivo?
Esta descripción simplificada sería anecdótica si no fuera porque esta dinámica machista y patriarcal ha seguido dándose hasta el día de hoy. El producto, por el afán de ser vendido, cumple las características y los gustos de la sociedad. Una sociedad machista cría personas machistas que adquieren productos machistas, hechos especialmente para satisfacer y perpetuar la cultura machista. Esta dinámica la vemos en la pornografía, la vemos en el cine, la vemos en los anuncios y la vemos en la tele.
Por otro lado, tenemos la literatura, la cual no es precisamente más «igualitaria» solo que al pasar a un segundo plano, al ser eclipsada por las nuevas tecnologías audiovisuales, no ha tenido la misma presión de satisfacer las necesidades del público que tienen el cine o la televisión.
Entonces, ¿la pornografía que reina hoy en día es machista? Pues obviamente sí, sin duda alguna. Pero, ¿la pornografía es inherentemente machista? Rotundamente no. Que exista pornografía machista no quiere decir que TODA la pornografía sea machista, de la misma manera que el hecho de que existan películas violentas no significa que TODAS las películas sean violentas. Lo mismo ocurre con las series, la tele y los libros. A esto en filosofía se le suele llamar «falacia formal de generalización apresurada«, que ocurre cuando alguien asume que algo es cierto dentro de un grupo, basándose en que comparten una misma característica. Por ejemplo, «si una persona alta es aburrida, todas las personas altas son aburridas. Y lo reafirmo porque yo conozco 10 personas altas que son aburridas». Esta afirmación absurda en sí misma, se basa en la experiencia personal individual que juzga por el mismo rasero todo aquello que se quiera incluir dentro de una definición con una intencionalidad clara.
Ahora, dicho esto, la gran mayoría de la pornografía SÍ ES MACHISTA. ¿Será porque es la excepción a la regla? En absoluto. Como bien sabemos, nuestra cultura ha tenido que sufrir un grandísimo trabajo activo por nuestra parte para que tanto el cine como la televisión (los principales medios de divulgación de nuestra época) se apartaran un poco de esa figura extremadamente machista y represiva. Y, aun así, nos queda un larguísimo camino por delante, pues en los medios siguen vendiéndonos, con impunidad, unos modelos estéticos normativos físicamente imposibles de cumplir. Unos modelos de sexualidad degradantes y dañinos, unos modelos irreales a seguir que se benefician del deseo de aceptación de sus espectadores que hacen lo imposible para parecerse a ellos.
Estas características machistas y degradantes también son cumplidas por la pornografía, sumado al hecho de que este gran trabajo de las últimas décadas en el mundo de la comunicación dentro de la pornografía brilla por su ausencia. Es más fácil tachar, demonizar y prohibir antes que gestionar y exigir responsabilidades que, como consumidores de productos, hemos exigido a otros medios. De la misma forma que en su momento grupos de personas prefirieron intentar eliminar la televisión y los videojuegos antes que preocuparse de tener una opción ética y digna para todos.
En este caso, por suerte podemos contar que en los años 80 comenzó un pequeño movimiento que se acabaría llamando la «Porn Wars» o guerras del porno. Este movimiento feminista buscaba no sólo un mejor trato para las mujeres del sector pornográfico, sino también la representación de un sexo sano y ético que no se basara en las dinámicas humillantes patriarcales que representaban a la mujer como un mero objeto. Esta corriente llegaría al día de hoy convertida en lo que conocemos como «Sex positive«; un movimiento que busca acabar con heteropatriarcado normativo que lidera la pornografía desde hace ya más de un siglo esgrimiendo que, como el sexo no debería ser ningún tipo de tabú, su representación por voluntad propia y placer tampoco debería serlo. Y es que, con trabajo y sensatez, la opción de conseguir una pornografía más sana, ética y variada tiene más sentido y es más productiva que la censura o la prohibición.
Al intentar prohibir un producto que es consumido de forma colosal y al negarnos a hablar de ello, más que para tacharlo, lo que acabamos creando es que éste se consuma bajo una desinformación extrema y en el mayor de lo secretismos. Por lo que aquellos que lo consumen no tienen modo alguno ni la oportunidad de optar a un consumo ético, ni de aportar su grano de arena al cambio necesario.
La pornografía es en realidad un juguete sexual más de la larga lista que la mayoría ya conocemos. Está pensada para alimentar las fantasías de individuos en solitario o parejas (incluyendo en este término triejas y demás) y colaborar en la creación del ambiente. La pornografía jamás ha estado pensada para sustituir al sexo real (y espero que no aparezca nada con dicha intención). Y, aunque suele ser la herramienta por definición de la masturbación, la pornografía solo estimula nuestra imaginación a la hora de darnos placer para que posteriormente uno llegue al clímax con aquello que imagina. De la misma manera que la eterna existencia de la masturbación jamás ha exterminado la raza humana, tiendo a pensar que los juguetes que mejoran nuestro propio placer sexual en solitario tampoco lo harán.
Por un lado, debemos entender la pornografía (en el caso de que las personas que aparezcan sean grabadas o fotografiadas) debe entenderse como el producto que nace del consentimiento de todas las partes, de la misma manera que cualquier otra película u obra cinematográfica. Pues ésta, aunque de temática erótica, sigue siendo un producto comercial en sí mismo, por lo que debe cumplir las mismas normativas.
Por otro lado, debemos entender que, debido a que el contenido que aparece en este género solo busca estimular la imaginación, no es en ningún caso fiel a la realidad. Entra en el ámbito de la ciencia ficción. LA PORNOGRAFÍA NO MUESTRA ESCENAS REALISTAS. Todo aquello que aparece es irreal. Desde las posturas, los argumentos hasta los actores. De la misma manera que una peli de acción poco o nada se parece a la realidad, el sexo de una película erótica poco o nada tiene que ver con el sexo real.
La misma educación que se le exige a un espectador para entender que una película de ciencia ficción no es real, que lo que aparecen son meros actores y que por lo tanto no son imitables, se le debe exigir al espectador y al consumidor de pornografía. Uno no debe saltar por la ventana esperando volar, ni llevar una katana por la calle, ni saltar entre los tejados, y uno no debe pretender hacer las posturas que ve en pantalla, ni debe pensar que ese comportamiento da placer a todo el mundo, ni que la otra persona esta ávida de sexo y te implorará que le des placer con solo chasquear los dedos.
Personalmente, no me parece tan preocupante la violencia o el sexo que pueda verse por una pantalla (siempre y cuando todo sea consentido y legal) sino la gran cantidad de personas que parecen no ser capaces de discernir entre la realidad y la ficción, especialmente cuando hablamos de sexo. Todo esto nos lleva directamente al problema básico que suele ser el común denominador de la gran mayoría de los problemas: la falta de educación sexual.
De la misma forma que uno no puede enseñar matemáticas a un niño/niña/niñe solucionándole siempre los problemas y no dejándole solucionarlos por sí mismo, uno no puede enseñar sexualidad ni puede pretender que las personas tengan una sexualidad sana eliminando de la vida todo aquello que a nuestro parecer pueda «contaminar» o «distorsionar» a las personas. Cada uno debe tener las herramientas necesarias y la capacidad de poder escoger lo correcto y no ser adoctrinado por los medios cinematográficos y de comunicación sean cuales sean (sexuales o no).
Ignorar la grandísima necesidad que tiene nuestra sociedad de una educación sexual en condiciones no está ayudando a nadie. Y desviar la atención a los problemas colaterales que provoca esta falta de educación es como poner tiritas a las grietas de una presa.