Es el calor del verano, el relax de las vacaciones lo que desentumece mi cuerpo y lo recarga con ganas de sexo. Y desde muy jovencita ha sido mi estación preferida para disfrutarlo de cualquier manera.
Mi amigo Carlos me había convencido de pasar el fin de semana solos en su hotel de playa favorito y darnos allí relajadamente al placer de la carne después de la siesta. Conocía mi debilidad por retozar a esas horas. Aunque, en realidad, a los veinticinco me gustaba mucho a esas horas y a todas las demás. Yo disfrutaba haciéndole creer a cada uno de mis amantes que sus momentos especiales también eran los míos. ¡Y qué había de malo en ello! Así se esmeraban mucho más en construir escenarios de lo más currados.
Verdaderamente el sopor de las tardes de verano tenía un no sé qué que potenciaba mi libido y mi necesidad de explorar la sexualidad. Por eso cuando Carlos me sorprendió con la visita de otra amiga íntima en nuestra habitación, yo no me alteré lo más mínimo. Si quería un trío allí mismo, no sería yo la que desperdiciase la ocasión. Le estaba esperando sentada en la cama, con un conjunto de lencería blanco mientras preparaba toda mi juguetería erótica, desplegada cual material de cirujano, para ir escogiendo según surgiera la necesidad. Entretanto, él había ido a abrir la puerta al servicio de habitaciones.
Cuando nuestros refrescantes mojitos llegaron en las manos de su amiga, mi imaginación no tardó en activarse. Vestida con un pareo que dejaba traslucir unos pezones gruesos y erectos y muy sonriente, nos indicó que tendríamos que compartirlos ya que no había sido capaz de subir los tres vasos a la vez. Pero lo que íbamos a compartir no serían solamente aquellas bebidas, de eso estaba muy segura. No la conocía personalmente pero Carlos me había hablado mucho de ella. Era una de sus follamigas más asiduas. Y cuando nos enrollábamos, y yo le pedía que me contase qué cosas le ponían más a cien que le hicieran, siempre me hablaba de las habilidades de Noelia para lamerle. Así que con la excitación de poder disfrutar en primera fila de aquella destreza la descargué del peso de los mojitos y la invité a sentarse en la cama y ponerse cómoda. Carlos no esperó mucho para unirse a nosotras. Se fue desnudando mientras nos miraba besarnos y antes de pasar a la acción nos ofreció beber de aquellos vasos en los que el hielo se rozaba con la hierbabuena. Con las bocas frías y las lenguas heladas pasamos a tumbarnos para acomodarnos cada uno entre las piernas de los otros.
Reconozco que la habilidad de Noelia para chuparme me pilló tan desprevenida que me corrí antes de lo que hubiera deseado. Esa lengua tan fría moviéndose con soltura en mi clítoris era digna de trofeo. Y que Carlos la estuviera haciendo disfrutar a la vez a ella, no la distrajo lo más mínimo. Todo lo contrario que a mí, que tuve que desatender a mi pareja para dejar que mis gritos volaran libres en la habitación. Menos mal que no teníamos ninguna prisa y pudimos explayarnos y recolocarnos para probarnos todos y complacernos hasta la extenuación entre el calor, los hielos y las risas.
Definitivamente los polvazos veraniegos, en cualquiera de todas sus versiones, siempre fueron y siguen siendo mis favoritos.