Vivimos en una sociedad en la que históricamente se ha mirado todo desde un sesgo antropocentista. Se ha puesto la perspectiva del hombre en el centro como norma, de manera muy similar a la teoría heliocentrista postulada por Copérnico en la cual el sol, y no la luna, constituye el centro del universo. Un astro masculino y otro femenino: el sol y la luna.
Pero el antropocentrismo hace referencia a toda la especie humana, al ser humano en su conjunto, y nuestra sociedad ha puesto unos valores determinados en el centro: los del varón. Ha dominado durante muchos años un androcentrismo que, aunque cada vez es menos visible, sigue dictando normas y leyes para el funcionamiento de la sociedad.
Actualmente, esta brecha de género fruto de siglos de androcentrismo, es palpable todavía en el reparto desigual de los cuidados, que siguen recayendo mayoritariamente sobre las mujeres; se refleja en la desigualdad de salario ante un mismo trabajo, los techos de cristal o en los prejuicios machistas y micromachismos que están en el lenguaje verbal y no verbal de nuestra cotidianeidad. Estos son algunos ejemplos que nos recuerdan que sigue existiendo desigualdad entre hombres y mujeres. Una desigualdad que no escapa al sexo, a las relaciones sexuales, ni a los métodos anticonceptivos. Como ha ocurrido con la píldora anticonceptiva.
Actualmente, la OMS reconoce 20 métodos anticonceptivos, de los cuales, solamente dos son masculinos (el preservativo y la vasectomía). El resto –como la responsabilidad biológica de traer los niños al mundo– recaen sobre las mujeres.
Este desigual reparto de la responsabilidad anticonceptiva, ha vuelto poner en el centro del debate la necesidad de impulsar píldoras anticonceptivas masculinas, lo que ha suscitado una proposición no de ley en España para fomentar la investigación e implementación de este método contraceptivo.
¿Por qué cuando pensamos en la píldora anticonceptiva tienen que recaer los efectos adversos del fármaco sobre la mujer? Este es otro claro ejemplo de que siguen existiendo políticas androcéntricas que impregnan todavía muchas áreas de la vida: desde la ciencia y la investigación, hasta la salud, el reparto del tiempo de ocio y los cuidados.
Pese a que la investigación de las pastillas anticonceptivas –tanto la masculina como la femenina– comenzó hace unos 60 años, no se entiende por qué una se ha comercializado enormemente y la otra no, pues en ambos casos se han reportado efectos adversos similares.
Entre los efectos adversos más comunes de la píldora hormonal destacan la disminución de la libido, el aumento de peso y la depresión, Pero, ¿por qué son ellas las que tienen que soportarlos?
Uno de los motivos que se ha utilizado frecuentemente para evitar la investigación, y por tanto la comercialización de la píldora hormonal masculina, es que las farmacéuticas esgrimían que no veían nicho de mercado, no lo veían rentable o al menos no tan lucrativo como la venta de otros fármacos o vacunas.
Por eso es importante democratizar la investigación y especialmente todas las áreas relacionadas con la salud y la justicia social. Si confiamos únicamente en la regulación del mercado y la doctrina económica actual no vamos a encontrar tratamientos ni estrategias que promuevan realmente la salud pública.
Como publicaron González Hernando y colaboradores, la píldora combinada es uno de los métodos anticonceptivos reversibles con mayor eficacia para evitar el embarazo, pero no está exenta de riesgos:
Se asocia a un aumento de riesgo de tromboembolismo venoso y presenta efectos beneficiosos no anticonceptivos relacionados con la menstruación, la fertilidad, la masa ósea, el acné, y reduce el riesgo de cáncer de ovario y de endometrio. Los profesionales de enfermería, al igual que el resto de profesionales del equipo de salud, deben abordar el derecho a la información de la población basada en datos científicos y deben implicarse en funciones de orientación en planificación familiar para mejorar la salud materno-infantil, promoviendo los embarazos deseados y que el derecho a tener el número de hijos e intervalo entre ellos sea respetado.
(…)
Los efectos secundarios suelen ser causa de abandono de los anticonceptivos. Los estudios demuestran que hasta un 65% de las mujeres que dejan el anticonceptivo hormonal se debe a los efectos secundarios
En la mayoría de publicaciones científicas sigue existiendo un sesgo de género, propiciado por muchos factores e intereses, que sigue perpetuando la “comodidad” y beneficiando la salud del hombre sobre la de la mujer.
Otro ejemplo clásico ha sido el estudio (y tratamiento) de los síntomas de infarto de corazón; durante muchos años se establecieron los del hombre como norma, cuando no son exactamente los mismos. Y, lamentablemente, hay muchos ejemplos más. Promover una salud de calidad, y la justicia social y de género, requiere priorizar estos valores de justicia social por encima de los intereses económicos.
Ya han pasado los tiempos del machismo rancio y el patriarcado está comenzando a comprender que todo va mejor si colaboramos, en vez de competir. Pero todavía queda mucho por hacer y la igualdad que promueve el feminismo requiere el apoyo de toda la sociedad, independientemente de su género.
Esperemos que pronto, tanto hombres como mujeres, podamos escoger libremente y de manera informada, el método anticonceptivo que más nos convenga. Por salud, por justicia, y sobre todo: porque el sexo en pareja sigue siendo cosa de dos.