Perlas y sexo en Navidad. ¡Qué buena combinación! Queremos que comencéis bien estas fiestas navideñas y por eso os regalamos este relato erótico de nuestra colaboradora especial Andrea Acosta. Por si no sabéis qué pedir a los Reyes Magos...

Maldivas, 25 de diciembre de 2019

 

Estaban siendo unas Navidades diferentes, exentas de frío y del olor a leña crepitando y consumiéndose en la gran chimenea de su comedor en A Coruña. Tras la Nochebuena, la mañana de Navidad también llegó al tórrido y paradisíaco archipiélago. Laura, como de costumbre, abrió un ojo esperando toparse con la visión del semblante de Mike, que siempre dormía ladeado y pasándole un brazo por encima del cuerpo. No obstante, no halló rastro del susodicho… Extrañada, lo llamó sin obtener respuesta. Al volverse en la cama, descubrió el desayuno sobre la mesa de la terraza y, debajo de la taza de café, junto a una copa de mimosa, una más qué breve nota garabateada en la servilleta, prometiéndole que volvería en breve. Por tanto, y para matar al tiempo en soledad, ella se enfundó el bañador y fue al encuentro del mar que estaba a pocos pasos de la cuca cabaña.

No mucho más tarde, el cantar de las aguas azuladas/verdosas fue sustituido por la alegre melodía de los clásicos villancicos prorrumpidos por el tocadiscos bluetooh, al compás de la caída del empapado bañador y los pasos descalzos sobre la tarima que ejercía de suelo de la cabaña.

-¡Ya estás aquí! -soltó Laura ante la repentina oscuridad que le vedaba la visión. Distraída como estaba al ir desnuda del dormitorio al baño, no reparó en la masculina presencia ni en su característico aroma a after shave hasta que el pañuelo le encapotó y le cerró los ojos. En su tono iba implícito el reproche, aunque este se esfumó tan rápido como la humedad que le lamía el bronceado.

-He ido a por tu regalo -dijo Mike con ese acento tan tejano que semejaba que mascara chicle. Él de por sí era un cliché: rucio, de ojos azulados y figura digna de una cajetilla de Marlboro. Tras reforzar el nudo en el pañuelo de Laura, le acarició la nuca con las aristas de los dedos de su mano diestra. Gracias al corte pixie que la fémina lucía, el acceso a su cuello era casi total, lo que lo hacía ideal para dentellearle la palpitante yugular. Descendió con los dedos por la columna vertebral, pirueteando hueso a hueso, consciente de que le estaba escalfando lo nutritivo de los tuétanos o, al menos, eso hizo hasta que se descolgó donde la espalda pierde su casto nombre.

-¿A por mi regalo? -dudó Laura, conteniendo la respiración que amenazaba con convertirse en un potente huracán. «Mike y los regalos», pensó, divertida y rogando porque en esa ocasión a él no se le hubiese ocurrido obsequiarla con un bonsái centenario o un calienta-pantuflas-. ¿Y qué es? -se aventuró a preguntar. Sus pechos enjutos, y, todo y así, suculentos y empitonados, respingaron encendidos. Por parte de su vientre hubo un seísmo que expidió una flota de deseo que navegó pubis abajo hasta desembarcarle en el coño y aguar el piso.

-Ajá -asintió Mike a la par que frotaba la palma de la diestra en lo comestible de una de las pompas. No se ancló en ella, no, sino que, raudo, la trasladó más arriba, hasta bifurcarse en el flanco de Laura y traspasar la frontera de su cintura. Se alejó de las costas de su ombligo y zozobró en el triángulo velloso a la sombra de los muslos-. Antes de verlo, has de sentirlo -aseveró, naufragando entre los íntimos pliegues, acariciándole los labios mayores y menores; evitando la estrecha abertura.

Laura, ajena a sus palabras y, por ende, a su significado, gimió, ejerciendo de coro a la música del tocadiscos. Sus pechos, sabrosos como fruta escarchada, se endurecieron tanto que los pezones bien serían rivales de los cortes producidos por algunos de los filosos arrecifes de coral. Espoleada por la mano de Mike, buscó su placer en las caricias de este.

-Puesto que este año has sido buena -le susurró Mike a la vez que empujaba el dedo índice en su interior, igual de cremoso que el turrón de Jijona, que, como descuido, podría haberse dejado cerca del hogar-, no te mereces otra cosa -afirmó, pujándolo hasta el tope más allá del nudillo. Se tragó su propio y excitado gruñido al notar las contracciones del glotón coño que lo impelía más adentro. Entró en ella unas cuantas veces, pirueteó, jugando con la fogosidad, y extrajo el dedo, creando una conexión de este con el, ahora, vacío sexo a modo de cristalino hilillo de flujo-. La cuestión es, ¿lograrás adivinar de qué se trata? -sonrió, teniendo más de Grinch que de Santa. Ocupó a la zurda en hacerse con el festivo obsequio, escondido en uno de los bolsillos de las bermudas. Y sostuvo ambos extremos del collar, ubicándolo de delante hacia atrás de ella, entre sus piernas; los hilvanados y nacarados aljófares quedaron en contacto con el sexo.

-Perlas… -gimió Laura, convencida y con la sonrisa horadándole hoyitos en las mejillas. El frescor de las mencionadas contrastaba con el ardor de su coño. Agitó las caderas, frotando el frufrú de sus dobleces en el relieve irregular de las cuentas que le enjoyaban el sexo y sacaban punta a su enfebrecido clítoris-. Un collar de perlas -jadeó, extasiada. Siempre había querido uno, de los de verdad, nada de baratijas o conseguidas imitaciones. Oh, Laura estaba más prendida que el sol del mediodía, sí, ese que horas después arañaría la arena hasta desgastarla-. Mike… -lloriqueó, vaticinando el orgasmo. Trémula, se apoyó en la pared y puso el culo en pompa, disfrutando todavía más de la masturbación.

-Vaya, muy avispada -rio Mike, testigo de las gotas de fluido que se engarzaban con las perlas a lo largo del collar, yendo y viniendo por el sexo de Laura. El aroma picante y salífero del deseo le llenó las fosas nasales e instó a sus manos a ir más veloces, empecinado en brindarle a ella el necesitado orgasmo. Cuando ella modificó la posición, él se adaptó incidiendo con más ahínco en el clítoris-. Córrete  -acució, lamiéndole la cerviz.

Laura aruñó la pared, tarareando el placer antes de que este se le desbocara en el bajo vientre y creara una marejada orgásmica que le oleaba fuera del coño y ahogaba las perlas. Gimió, flojeando, levitando en la resaca de la petit mort. Sus pechos le retumbaron en el torso, jaspeados de sudor…  Estaba exhausta y quejumbrosa, embebida de un ron que no había empinado, pero, al recuperarse, tomaría la polla de él como montura y la cabalgaría para transportarlo de aquella isla paradisíaca a las salvajes llanuras de las que Mike provenía.

-Feliz Navidad -le deseó él, asegurándola en la pared. Le ajustó al cuello el impúdico collar, sabedor de que cada vez que Laura se viera reflejada en el espejo con las perlas besándole la piel, rememoraría dicho momento. Mike tiró de la mujer hacia sí, meciéndola en sus brazos, y le besó la sien; sintió cómo ella se sacudía y no, no era en un vano intento de coreografiar el villancico que acababa de empezar…

 

Texto corregido por Silvia Barbeito y con ©.

 

 

 

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