“¡Apoya las manos en la pared. Abre bien las piernas y no te gires! ¡Voy a recorrerte despacito por dentro y por fuera hasta que no puedas más y me pidas que entre con fuerza en tu interior!”
No está mal para empezar la tarde de un sábado lluvioso, ¿verdad? Me encanta cambiar las prácticas sexuales habituales por otras maneras. Aunque no sea nada extremadamente original ni novedoso, sencillamente cambiar la forma de amar a tu pareja y saltarse la rutina es muy excitante.
Al menos a mí escuchar esas órdenes después de la merienda, me habían sorprendido mucho y ya me estaban poniendo como una moto. Solo me había dado unos pocos besos y me había quitado la camiseta. Así que en sujetador, con un pantalón de deporte y en calcetines mirando a la pared estaba deseando que empezara con su ataque.
Me bajó con suavidad los pantalones mientras, a la vez, me besaba las caderas y me mordisqueaba los glúteos. Ya empezaba a notar yo como me estremecía de placer y mis glándulas del amor se humeddecían expectantes. Con cuidado desabrochó mi sujetador y muy cerca de mi cuello, aún situado detrás, me susurraba cuánto le gustaba yo y cuánto me deseaba. Comenzó a acariciarme los pechos, primero con toda la mano para pasar enseguida a juguetear con mis pezones con sus dedos índice y pulgar. Pellizcos suaves al principio, hasta que los avivó lo suficiente como para apretarlos con decisión y producir en mi una descarga de satisfacción por todo el cuerpo. Me temblaban las piernas, pero aún no me dejaba darme la vuelta ni abandonar aquella posición. Con aquellas ganas de más corriéndome por todo el cuerpo, se agachó de nuevo y me bajó las bragas dejándolas caer sobre los tobillos. Desnuda, conservando nada más que los calcetines y de pie contra la pared sin saber qué seguiría haciéndome para darme satisfacción, me tenía más emocionada que nunca. De pronto sentí una vibración que me recorría la columna de arriba abajo, lentamente. En seguida reconocí uno de mis mejores juguetes sexuales. El último que me había comprado, grande y con forma de conejito. Estaba tan ansiosa de que terminase aquel inocente masaje que los gemidos se escapaban de mi boca como si ya lo estuviese disfrutando dentro de mí, pero no. Todavía siguió un buen rato frotándolo por toda la espalda y pasándolo de vez en cuando por mi entrepierna. Las contracciones de mi primer orgasmo pillaron a mi pareja totalmente por sorpresa. No lo esperaba tan pronto. Así que después de una sonora carcajada, me gritó: “Veo que lo pasas bien, pero no quiero que te separes de la pared aún”. Con lo cual, sacudí un poco los brazos, me relajé como pude y me propuse seguir divirtiéndome sin prisas.
Tras el vibrador, llegaron las caricias con una pluma que hacía mucho tiempo que no utilizábamos, seguidas de un masaje muy agradable y especial frotando mi cuerpo por delante con un antiguo cepillo del pelo que solo tenía destinado a aquel uso. Intente aguantar de pie, y sin pedirle que me follara algo más de una hora, pero inevitablemente, terminamos aquella tarde revolcándonos y riéndonos en nuestra cama de siempre pero con la sensación de habernos entretenido con algo distinto.
El próximo día quiero ser yo la que le sorprenda, así que ya ando dándole vueltas a algunas cositas nuevas que quiero hacerle a mi chico y pensando como entretenerle, para no aburrirnos en las largas tardes de lluvia de este invierno que aún tenemos por delante.
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