Me contaba hace unos meses una prima mía, algo mayor que yo, que se hace muy raro cuando al cabo de muchos años te tropiezas con alguien que conociste una vez y te das cuenta de que el punto que una vez os unió es conocido como «Punto G«.
Cuando te conviertes en una respetable madre de familia, asentada en una vida rutinaria y satisfactoria, sin estridencias, y te cruzas con alguien con quien viviste una juventud llena de momentos locos y divertidos, sexualmente hablando, es que no sabes qué cara poner. Sobre todo si la otra persona también sufre ese mismo bloqueo y no acierta a saludarte pero tampoco a volver la cara.
Mi prima Noelia tuvo una adolescencia llena de aventuras amorosas que no le cuajaban lo suficiente para pasarlas a denominar “relación”, aunque la verdad es que ella no ponía mucho interés, por no decir ninguno. Pero si que le gustaba tener muchos amigos y amigas y con más de uno, repetía interesantes momentos de pasión a los que llegó desde muy temprana edad. Salía mucho de fiesta, a bailar, de vacaciones baratas, y una de aquellas inolvidables aventuras fue la que compartió con su amiga Susana, a la que el destino separó de mi prima muy pocas semanas después por circunstancias laborales de sus padres que no vienen al caso.
Las habían invitado unos amigos a pasar una semana santa en un chalé en una zona de playa. Y una de aquellas noches montaron una fiesta descomunal en la que no había menos de cuarenta personas todos con una media de edad de veinte años. La música, la alegría, la sensualidad a flor de piel y los excesos llevaron a mi prima, su amiga, dos chicas más y tres chicos a terminar desnudos en el dormitorio principal de la casa. Ella nunca antes había participado en una orgía porque no le había surgido la ocasión, según me comentaba al hilo de su reencuentro. Sin embargo siempre le había llamado la atención y la excitaba lo suficiente como para no desaprovechar la primera oportunidad que le surgiera. Así que cuando de repente se vio metida en aquel juego sexual decidió disfrutar todo lo que pudo. De los tres chicos con los que tuvo relaciones sólo se acuerda bien de uno y de las risas de todas las chicas cuando, mientras ellas iban sorteando con quien le tocaba acostarse a cada una, ellos se divertían comparando el tamaño de sus penes.
Aunque no recordaba con exactitud todos los detalles, sí que tenía claro que habían sido muy precavidos y que no faltaron los medios de prevención de enfermedades. Además recordaba que todas las chicas se probaron mutuamente disfrutando de lametones y caricias y que terminaron, por supuesto, con juegos a tres y cuatro bandas, todos con todos. Pero quienes eran, o de su aspecto físico hoy día no es capaz de acordarse. De su experiencia con su amiga Susana, recordaba bien los besos y cómo había conseguido tener varios orgasmos increíbles con las habilidades de sus dedos. Quizás se habían hecho con anterioridad tantas confesiones íntimas y habían hablado tanto sobre sus necesidades sexuales con otras personas que fueron capaces de darse placer mutuamente con acierto absoluto.
Pero al verse en la puerta del colegio, después de tantísimos años, ninguna supo bien cómo reaccionar al primer momento. Menos mal que Susana que seguía tan extrovertida como siempre, decidió arrancarse a saludarla sin más con dos castos y cariñosos besos en la cara y preguntándole por sus hijos rompió el hielo con una maravillosa naturalidad que ninguna de las dos ha querido estropear comentando aquella anécdota de juventud. Igual, dentro de un tiempo cuando vuelvan a coger confianza consigan rememorarlo sin problemas, y quien sabe si revivirlo…