Sí, yo he fingido un orgasmo.
¿Y quién no lo ha hecho alguna vez? Igual no por el mero hecho de engañar, que habrá quien encuentre satisfacción en ello, sino por motivos muy dispares y perfectamente justificables. Sin embargo, ahí están las estadísticas que lo corroboran. Yo no las tengo, pero seguro que hay alguna importante universidad americana que ha invertido sus fondos en tan noble investigación en lugar de ponerse con ahínco a elaborar una vacuna contra el Alzheimer.
De todos modos tengo que aclarar que, en mi caso, no se me ha ocurrido fingirlo en vivo y en directo. Nunca he sido muy buena actriz y seguramente mi acompañante sería capaz de descubrirme al primer gemido en falsete, o simplemente contrastando la intensidad de la emoción de mi entrepierna con ocasiones anteriores.
Yo he ido más allá. He fingido un orgasmo por WhatsApp.
Mi pareja se encontraba de viaje por trabajo y nuestras ganas, después de muchos días separados, eran un acumulado de deseo contenido, desazón y exceso de lubricación. No era la primera vez que dábamos buena cuenta vía móvil de lo que nos apetecía hacerle al otro. Y como tantas otras veces el chateo cotidiano, repasando las tareas cumplidas del día, fue derivando en un rosario de palabras lujuriosas y apetitosamente obscenas.
-Es que ahora mismo te tiraría en el sofá y te bajaría la cremallera de ese vaquero para ver cómo la tienes de dura…
-Mmmm… No haría falta, porque hace un rato que el entusiasmo me ha roto la bragueta y ya la tengo bien cogida en la mano.
-Uff…¡cómo me pone sólo pensarlo!
-¿Sí? Cuéntamelo…
La situación había traspasado ese límite en el que dejas de escribir los WhatsApp con dos manos y comienzas a hacerlo sólo con una y de mala manera porque la otra ya se encuentra buceando en tus bragas. Único momento en el que, dicho sea de paso, nos permitimos alguna falta de ortografía o comernos signos de admiración. ¡Qué le voy a hacer, soy una ultra del lenguaje! Así que continúas de ese modo hasta que aquello resulta misión imposible y decides alternar la escritura entre una mano y otra; hasta que finalmente optas por buscar un sitio donde apoyar el móvil para poder tener las dos en lo verdaderamente importante y dejar para el teclado un dedo que va rápido de un sitio a otro y a esas alturas bastante húmedo.
Pero en ese momento de clímax y disfrute espasmódico tuve la mala suerte de recibir una visita familiar a la que no podía dejar en la calle y que acabó con toda mi agitación y arrebato de golpe. Y claro, no me pareció justo hacerle un coitus interruptus a mi apasionado interlocutor que seguía recreándose con mi charla y whatsappeándome totalmente ajeno a la conversación de mi tía.
-…Y q más? ya estás desnuda?
-X supuesto…
-Pq voy a lamerte d arriba a abajo
Lo bueno, cuando hay confianza con la familia, es que no necesitas dejar el móvil del todo a un lado para alternar, porque sabes que te conocen de sobra y entienden que eres capaz de atenderles igualmente bien. Así que con todo el dolor de mi corazón y el pantalón del chándal empapado tuve que disponer unos aperitivos y unos refrescos en la mesita baja del salón mientras de reojo iba leyendo las cosas que mi amado me hacía virtualmente. Por supuesto, a mí ya se me había cortado el punto, pero… ¡cómo no fingir! De repente me sentí como las chicas que atienden el teléfono erótico de cualquiera de esas líneas calientes que vemos por ahí anunciadas, y a las que yo siempre he imaginado haciendo punto o sudokus, en tanto en cuanto van calentando verbalmente al caballero de turno.
-Venga cariño, ¿q quieres hacerme?… métemela hasta el fondo…
«Pues sí, tía, es que estuve muy liada en el trabajo la semana pasada y por eso no había pasado a verte.» Dos conversaciones difíciles de mantener en el mismo tono.
-Mmmmm….no puedo más, lo tengo todo empapado… ¡Voy a correrme!
«Que va, no te preocupes tía, si el papeleo del banco ya te lo dejé todo solucionado. Sólo tienes que pasarte a firmar cuando puedas.» La verdad es que es muy difícil atinar con lo que chateas cuando la emoción te apremia, pero es mucho más complicado encontrar las palabras justas cuando no estás lo suficientemente implicada en una conversación.
-Voy a meterme en la boca ese pistacho tuyo y a mordisquearte esas dos aceitunas hasta que no puedas más de placer…
«¿Te pongo otro refresco, tía?»
Como soy lo suficientemente espabilada conseguí llevar a buen término las dos situaciones, mi tía se fue de casa complacida con mis atenciones y desvelos, y mi chico llegó sin problemas a su éxtasis pensando que yo le había dedicado todo mi interés y que mi orgasmo había sido el mejor de todos nuestros polvos on line. ¿Para qué quitarle la ilusión? ¿El fin no justifica los medios?
Lo único que no me cuadraba en todo aquello, es que después de tanto aparentar y contentar a todos, la que se había quedado sin disfrutar había sido yo. Menos mal que siempre queda la opción de releer el historial del WhatsApp y repetir todo el proceso fingiendo que sucede en tiempo real.