Aún hay gente que piensa que la idea de la transexualidad o el travestismo es un invento del siglo XXI, como una forma de rebeldía o corrupción al orden establecido. Pero nada más lejos de la realidad, pues la historia nos brinda decenas de ejemplos de una realidad que siempre ha existido.
En esta ocasión nos trasladamos a la llamada época Edo de la historia japonesa. Época en la que convivieron la decadencia, la pobreza y la miseria, con el auge y el asentamiento de la cultura y el arte, todo enmarcado y enjaulado dentro de una supuesta paz impuesta a través de la violencia y la represión.
Nos encontramos en el siglo XVII, el primer siglo de la época Edo, y en un momento de auge económico por la importancia que adquirió el comercio y los mercaderes tras el final de la guerra. Y como todo buen auge derivado de un gran cambio político-social vino acompañado del esplendor y el crecimiento sin medida de la cultura y el ocio que el shogunato intentará controlar desesperadamente.
Tras el asentamiento del bakufu, o shogunato, en dicho siglo se adoptaría el confucianismo como religión del estado por sus ideales de lealtad, obediencia, austeridad y su enorme preocupación por la moral del pueblo. El bakufu, usando el confucianismo de base, usó sus estándares morales como medida para intentar controlar a la población, intentando por todos los medios que tanto el ocio como el arte no saliera de lo que ellos consideraran moral y ético. Y, como de costumbre, el tema central dentro de lo inmoral y lo poco ético, era la aparición y el rol de las mujeres en público.
Para la ideología tanto del bakufu como del confucionismo, lo más importante era el orden social, orden en el que cada persona según su género y su posición social tenía un rol establecido del que no podía desmarcarse. Y este orden debía mantenerse por todos los medios posibles (spoiler: no lo consiguieron).
Uno de los temas más importantes para el bakufu era la abolición de la prostitución. Pero no por luchar contra el maltrato machista, sino porque desde la nobleza, donde se practicaba el confucionismo, se veía el sexo como algo pecaminoso y una lujuria que debía erradicarse, mientras que en la cultura de la gente de a pie, como hemos comentado en otros artículos, el sexo era algo que se vivía abiertamente y sin ningún tipo de represión. La represión de los nobles a la gente del pueblo siempre acabó derivando a frustraciones y desgracias, como podemos comprobar en este caso.
El bakufu, por poderoso que fuera, no podía abolir la prostitución pues los centros donde se encontraban las oiran y las geishas eran tan poderosos a nivel económico que en muchos casos eran el corazón mismo de la economía. Por eso el gobierno intentó centrarse en reprimir otro de los sectores culturales que empezaba a alzarse sobre los demás: el teatro. En este caso, el teatro kabuki.
El teatro kabuki es una forma tradicional de teatro japonés que se caracteriza por sus elaborados trajes, maquillaje distintivo y actuaciones dinámicas. Aparecen personajes de todo tipo, representando de forma llamativa leyendas antiguas, globalmente ensalzando las emociones y los sentimientos de tal manera que los espectadores quedaban ensimismados y enamorados. Algunos quedaban tan prendidos de los personajes que tras el espectáculo acudían a los vestidores para ofrecer a las actrices grandes sumas de dinero con tal de pasar un momento de sexo y pasión con ellas. Algo que ocurría tan a menudo como para llamar la atención del gobierno.
Como podemos imaginar de esta práctica no se culpaba a los hombres, sino a las mujeres que incitaban y provocaban con su “sexual actuación” a los pobres individuos. Como consecuencia, el bakufu prohibió a las mujeres actuar y participar en el teatro kabuki.
No por ello desaparecerían los papeles femeninos de las obras. En lugar de las mujeres, la responsabilidad de protagonizar los papeles femeninos recayó en los hombres dando paso a lo que se llamó los 女形 “onnagata” o literalmente “los de la apariencia de mujer”.
Estos, comúnmente jóvenes de apariencia femenina, o ambas cosas, no eran meramente hombres que se vistieran de mujer e hicieran papeles femeninos. Eran hombres enteramente femeninos que, según los escritos del momento, para poder conseguir tal grado de realismo, no solamente tenían que tener talento artístico, sino que tenían que pensar, hablar, actuar y vivir enteramente como una mujer toda la vida. Dedicándose a convertirse en una mujer y a ser una mujer, hasta tal punto, que aquellos que anteriormente se encandilaban con el papel de las actrices hasta proponerles placer a cambio de dinero, ahora perseguirían a los onnagata tras el escenario para proponerles amor y placer a cambio de lo que fuera. Cambiando de esa manera el problema de la prostitución de hombres con mujeres a la prostitución de hombres con hombres. Sin duda, este no era el resultado que el bakufu tuvo en mente a la hora de imponer su moralidad.
La tradición de los onnagata en el teatro kabuki sigue existiendo hoy en día. Aunque su concepto ha evolucionado más allá del hombre femenino viviendo convertido en una mujer. El actual concepto del onnagata no pretende representar fielmente la figura de una mujer (pues para eso hoy en día ya están las actrices) sino que pretenden expresar el “ideal” del imaginario de feminidad del personaje representado. Ya sea el ideal de anciana, de niña, de mujer, etc.
Según cuentan los versados en el teatro, los onnagata aportan un componente único a sus papeles femeninos que no podría aportar una mujer, pues sus estudios de cómo transmitir ese ideario perfecto de la feminidad con cada gesto y cada expresión, al ser interpretado por un hombre, siempre contendrá un atisbo de anti-naturalidad. Eso le otorga ese aire misterioso, místico e irreal que contienen todos los cuentos y leyendas populares. Característica que no podría tener una mujer real pues en ella dichos gestos, por perfectos que fueran, salen con demasiada naturalidad. A pesar de ello hoy en día, aunque infrecuente, sí encontramos a mujeres haciendo el papel de onnagata.
Como podemos ver, las motivaciones de los primeros onnagata frente a los actuales, distan mucho de ser las mismas (que las mujeres puedan ahora dedicarse al teatro tiene mucho que ver) pero eso no les ha impedido que su rol se haya convertido en un arte propiamente dicho.
Al compararlos podemos diferenciar claramente que los primeros onnagata eran hombres que voluntariamente renunciaban a su “masculinidad” para convertirse en mujeres no solo en el escenario sino fuera de él (no todos llegaban tan lejos). Esto nos puede parecer que tiene similitudes a nuestra idea de las personas transgénero, aunque no tenemos las pruebas necesarias para confirmarlo. Lo que sí es interesante es ver que los que decidían pasar de hombre a mujer no solo no eran menospreciados, sino que eran admirados como arte.
Los onnagata actuales han evolucionado su arte, acercándose más a nuestro concepto de drag queen. Un arte mayoritariamente protagonizado por hombres, combinando diferentes habilidades que se caracterizan por sus contrastes y sus hipérboles con el fin de transmitir emociones. Todo sumado a un sentido del género de forma exagerada y creativa que trata de diferenciarse de lo común.
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