Para muchos autores y filósofos, el hedonismo ha sido la brújula que ha guiado muchas decisiones vitales, especialmente en lo relativo a la sexualidad.
En este artículo, abordamos la visión de Michel Onfray sobre el hedonismo, y lo que él denomina «eros liviano», que podemos entender como un estilo de vida liberal en lo sexual, abierto de mente y sin restricciones para disfrutar ampliamente de nuestra sexualidad.
Michel Onfray, el filósofo francés –materialista y notoriamente hedonista– comienza el capítulo sobre la libido libertaria de su manifiesto hedonista «La fuerza de existir», con las siguientes palabras:
«El eros liviano. Para eliminar la miseria sexual, acabemos con los razonamientos perversos que la hacen posible: el deseo como falta; el placer asociado a colmar esa supuesta falta a través de la pareja fusionada; (…) la promoción de la pareja monógama, fiel, que comparte el mismo hogar cada día; el sacrificio de las mujeres y de lo femenino en ellas; y los niños convertidos en verdad ontológica del amor de sus padres. El afán de superar esas ficciones socialmente útiles y necesarias, pero fatales para los individuos, contribuye a la construcción de un eros liviano.»
Y es que, según él, deberíamos librarnos del yugo de una herencia cristiana y teológica, dogmática y carcelaria. En la página siguiente, continúa Onfray:
«Un segundo tiempo también radical debería posibilitar la sexualidad sin amor…, si definimos el amor como el sentimiento impuesto para ocultar en las sombras la exigencia de la naturaleza bajo el dispositivo de la pareja conviviente, monógama y fiel. La separación del amor no excluye el sentimiento, el afecto o la ternura. No querer comprometerse de por vida en una historia de larga duración no impide la presencia del amor. La relación sexual no aspira a producir efectos en un futuro más o menos cercano, sino a gozar con plenitud del puro presente, vivir el instante magnificado y gozar el aquí y el ahora en su quintaesencia.
No se trata de cargar la relación sexual con una gravedad y seriedad inexistentes a priori. Entre la inocencia bestial, la inconsecuencia de la trivialización del intercambio carnal y la transformación del acto sexual en una operación atravesada de moralina, hay un lugar para una nueva intersubjetividad ligera, amable y tierna.
El eros pesado de la tradición mide el valor de la relación por medio de la pulsión de muerte y de lo que ello desprende: la fijeza, la repetición, la costumbre ritualizada y descerebrada, y todo lo que forma parte de la entropía. En cambio el eros liviano conduce a través de la pulsión de la vida, busca el movimiento, el cambio, el nomadismo, la acción, el desplazamiento y la iniciativa.» (Michel Onfray: La fuerza de existir. Manifiesto hedonista. Anagrama, 2008.)
Y es que, compartimos con el autor galo su visión sobre lo que debe constituir la erótica de las relaciones sexuales. Partiendo desde el respeto –como no podría ser de otra manera– a quien opine diferente, pero coincidimos con él en que la liviandad en el erotismo, al menos tal y como la postula (desde el hedonismo) es el primer grado de un arte de amar digno de ese nombre.
Y tampoco hay que evocar a una sexualidad desenfrenada, libertina, ni lujuriosa: no tiene porqué. El concepto de soltero para nuestro filósofo francés, es el de «aquel que, aun comprometido en una historia digamos amorosa, conserva las prerrogativas y el ejercicio de su libertad. Esta figura aprecia su independencia y goza de su soberana autonomía. El contrato en el que se instala no tiene duración indeterminada, sino determinada, quizá renovable, claro está, pero no obligatoria.»
Y es que –volvemos a coincidir con Onfray–, un eros liviano nos acerca, en vez de al esquema nada, todo, nada que suele caracterizar a las relaciones occidentales en la actualidad; a otro esquema mucho más sano y deseable. Un esquema del tipo nada, más, mucho más.
Onfray propone “nada, más, mucho” pero yo soy ambicioso (al menos en lo literario) y siempre quiero más, mucho más.
«El dispositivo nada, más, mucho, parte del mismo lugar: se encuentran dos seres que no saben aún que existen, y luego construyen sobre el principio del eros liviano. A partir de ese momento se elabora días a día una acción positiva que define el más: más ser, más expansión, más regocijo, más serenidad adquirida. Cuando esta serie de más permite alcanzar una suma real, aparece el mucho y califica la relación rica, compleja, elaborada según el modo nominalista. Pues no hay otra ley que la ausencia de ley: solo existen los casos particulares y la necesidad de cada uno de construir según los planes que convienen a su idiosincrasia.»
Adoptar un eros liviano, una ética sexual más hedonista, puede prevenirnos del desengaño. «Lo real –sigue Onfray– socava con regularidad la construcción conceptual platónica que sirve de base a la pareja tradicional, la estatua se muestra un día como un coloso con pies de barro, una ficción sostenida por el único deseo de creer en cuentos para niños. Así pues, del todo se pasa a la nada.»
No me gustaría acabar este artículo sin darle las gracias al escritor que forjó las ideas de este artículo. Y volver a él para articular al menos, esta reflexión final:
«No hay erotismo en la manada, el rebaño o en la disposición gregaria. En cambio, toda sociedad intelectualmente constituida lo permite. Y la fórmula iniciada por el contrato hedonista constituye aquel territorio civilizado de dos seres –al menos– preocupado por construir su sexualidad según el orden de sus caprichos racionales, gracias al lenguaje que lo habita para precisar las modalidades a las que se compromete.»
Quizá en otra ocasión, hablemos de la visión de su feminismo libertino. Si es que no lo descubrís antes entre las páginas de la fuente original. O el resto de la extensa bibliografía de Michel Onfray.