Hay noches en las que todo sale bien, ¡siempre y cuando lo tengamos claro! Un atractivo empresario, Amy... y unas ganas locas de dejarse llevar.

Hay noches en las que las cosas salen tan bien, que una cita puede terminar tal y como la habías imaginado desde el primer momento…

– Creo que deberíamos irnos a algún otro sitio más tranquilo para que pudieras comprobar cómo me he ido excitando con todo lo que me has contado—. Le susurré a mi acompañante al oído después de una estupenda cena romántica, varias copas en una de las terrazas más de moda en ese verano y las primeras insinuaciones por su parte de lo que había venido a buscar.

Imagen de Francisco José Asencio Ibáñez.

En sus rutinarios viajes de negocios a la capital, a la busca y captura de más distribuidores e inversiones del excedente de capital, siempre había cabida para al menos una o dos noches conmigo. Carlos era un amigo de muchos, muchos años, al que nunca me ataría nada excepto aquellas noches esporádicas de lujo y sexo.

– Déjame que te vaya soltando el cinturón, para que puedas ponerte cómodo,- le dije – ya sabes que tienes algo pendiente de comprobar.

– ¿Sí? ¿Exactamente qué?

– Si te parece bien cómo estoy ya de húmeda o si necesito algo más de excitación.

– A ver…- dijo, mientras me sujetaba el culo con la mano izquierda y metía la derecha bajo mi vestido recién estrenado para la ocasión, sumergiendo con decisión dos de sus dedos en mis bragas-. Creo que vas fenomenal, pero aún puedo ayudarte algo más. Fuera este vestido, y túmbate en la cama, que voy a comprobarlo con la lengua.

– Pues deshazte tú de ese pantalón.

– ¿Sólo el pantalón? – Y rápidamente volaron, casi a la vez, mi vestido y toda su indumentaria de Armani.

Lo mejor de tener una relación estrictamente sexual con un atractivo empresario al que siempre le van muy bien los negocios es que puedo disfrutar de lugares donde nunca tendría oportunidad de follar, como la habitación de aquel hotel espectacular en el que lo único que me había podido permitir hasta aquel día había sido hacerme miles de selfies con su fachada de fondo.

– Déjame que te acaricie… mmm…

– Fíjate bien. No vayas a creer que sí y sea que no.

– Pues no estoy muy seguro… prefiero comprobarlo un poco más a fondo.

Y mientras le dejaba terminar un fabuloso y acertado cunnilingus, que entre otros lubricantes efectos me ponía la carne de gallina, yo seguía esforzándome entre gemidos para no perder detalle alguno de aquella maravillosa suite.

– Adoro tener hilo musical de fondo. A partir de ahora esta canción me va a recordar siempre a ti… pero sigue, sigue, sigue… hasta que te quede bien claro.

– Me parece bien porque a mí me gusta mucho esta canción. Y a ti ¿te gusta así?

– Mucho… más de lo que puedo aguantar… ¡No voy a aguantar! Bésame. Hoy quiero que me acaricies y me beses todo el cuerpo. ¡Muérdeme! …necesito dejarme hacer.

– Perfecto. Déjate hacer. Deja que te toque y sólo mírame. A ver esos pechos. Creo que voy a probar esos pezones.

Si además de ser rico, educado y estar como un queso, es complaciente en la cama, ¿cómo voy a dejar pasar oportunidades como éstas que en su apretada agenda sólo tienen cabida 5 o 6 veces al año? ¿Que existe el pequeño detalle de que está casado? Para mí es completamente irrelevante. El compromiso es un problema sólo suyo y yo no tengo ningún interés, ni intención, de separarle de su familia para nada.

– Yo sólo quiero que te guste mucho – me dice -. Quiero metértela y hacerte gritar hasta que te oigan en la recepción. Así, con suavidad primero y con todas mis ganas después.

Me vuelve loca, me lleva al éxtasis, consigue incluso que a veces pierda tanto el control que olvido el sentido de lo que le voy diciendo, y sé que en alguna ocasión he dejado escapar por mi boca sentimientos que no debía.

– ¡Más rápido, más rápido! ¡Me gusta, me gusta mucho, me gusta tenerte dentro!

Y unos minutos más tarde él desata toda su furia y yo consigo mi segundo o tercer orgasmo. Procuro no llevar la cuenta… ¡eso es de mala educación!

Ha sido una noche estupenda. Como siempre. Por la mañana me deja en el portal de mi casa y se despide amable y cariñosamente. No me entristece. Lo peor de todo es que yo enseguida me acostumbro a que me traten como una reina, y a veces cuesta volver al mundo real. Lo mejor: haber aprendido a disfrutar tanto de estas noches especiales y, sobre todo, tener la ilusión de empezar la cuenta atrás para su siguiente visita.

 

 

 

 

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