No fue buena idea que se bajara los pantalones allí y se sentara en aquel escalón gélido. Para mi fue una locura fantástica, pero claro, él no calculó bien las consecuencias. Yo me senté encima a horcajadas, también con los pantalones bajados, aunque enseguida entré en calor. Disfrutamos mucho resolviendo un calentón maravilloso que llevábamos aguantando desde que llegamos a aquel hostalito de la sierra a cuatro grados bajo cero. Con el entusiasmo, el frío de alrededor apenas se percibe. El calor de nuestras partes nobles nos hacía incluso sudar y nos subía hasta la cabeza haciéndonos perder la noción del tiempo y del espacio además del sentido del ridículo, teniendo en cuenta que de vez en cuando se acercaban a pocos metros algunos otros turistas de la zona. Sin embargo cuando mi amado quiso levantarse, tenía el culo tan pegado a la piedra congelada que pasamos un buen rato, mejor dicho malísimo rato, intentando despegarlo de allí.
A veces no medimos las consecuencias de nuestros actos, sobre todo cuando nos ciega la pasión. Pero la nieve hay que tomársela muy en serio. Y qué verdad es que los monos para esquiar son muy incómodos. Porque, obviamente, son para lo que son y no para follar. Sin embargo una vez que te embarcas en una escapada romántica casi de adolescentes tienes que arriesgar con todo y aventurarte a tener sexo en lugares poco convencionales. Si no, ¿qué gracia tendría salir de casa?
Ese fin de semana probamos a hacerlo, por riguroso orden de llegada, en la cama de la habitación, en el jacuzzi, en el ya mencionado escalón del refugio abandonado, en los baños del bar junto a los remontes, en el suelo de la terraza acristalada de la habitación y en el coche de camino de regreso a la civilización. Este último momento no fue en realidad buscado, sino debido a un inesperado accidente. No habíamos llevado cadenas y la carretera estaba impracticable, con lo cual en una curva difícil, el coche se me fue de las manos y terminamos empotrados contra uno de los árboles del frondoso bosque. Así que decidimos aprovechar la oscuridad de la noche, lo escondido del lugar y la hora larga que nos había avisado el de la grúa que tardarían en socorrernos, para calentar nuestros cuerpos el uno contra el otro. Mucho mejor ya sin los monos de nieve, por supuesto, nos dio tiempo a dos polvos bien ardientes, sobre todo por el acicate que suponía que la calefacción hubiera dejado de funcionar.
Tan entregados estábamos en conseguir que nuestros cuerpos no sintieran el frío intentando acoplarnos en el asiento de atrás que cuando llegó el operario de la grúa tuvo que aporrear con bastante énfasis el cristal para que le prestásemos algo de atención.
Estoy segura de que repetiré experiencia. Ya sea por salir de la rutina, como por divertirme con alguien nuevo, un viaje siempre es una buena opción. Sobre todo si el motivo principal no es el turismo sino un intensivo de sexo. Ahora, ya os digo que la próxima vez no va a ser en la nieve seguro. Prefiero el mar y una buena hamaca al sol para entregarme a los placeres de la carne.