Berlín, Alemania, 22 de febrero de 2019
Ni una mota de color. Todo eran blancos, negros y grises bajo la incesante caída del agua a través de la alcachofa de la ducha. El líquido primigenio fluía desde la masculina coronilla, se bifurcaba en la amplitud nervuda de los hombros, definidos por las décadas de natación, y se unía a continuación a media espalda; lamía en línea descendente la curvatura de las nalgas y, de ahí, se estrellaba en el plato de ducha.
¿Acaso existía una edad para dejar de sentirse como un zagal con un incendio declarado en la bragueta? En efecto, la pregunta chispeaba la mente de Franz, insistente, en un jactancioso símil de la tortura de la gota china. A sus cuarenta y ocho años estaba más caliente al sur de los muslos que con veinticinco, aunque por entonces Hannah no se había colado en su vida y tampoco la tinta le embebía las piernas, rubricándole la dermis. Pese a la frialdad del agua que le llovía encima, el calor de su interior no mermaba, sino que crepitaba, colérico, y creaba, por el contraste, un entelado en los cristales de la ducha que se espesaba igual que una niebla.
—Hannah… —jadeó Franz, rodando las enes sobre la sinhueso; era parco en palabras y generoso en cuanto a pronunciar el nombre de la mujer. Con la cabeza vencida hacia delante, parpadeó al verla en lo recóndito de lo azulado de sus ojos; no importaba si tenía los párpados izados o cerrados debido a que esta le vivía en el respirar, en el caudal rojizo que navegaba en sus venas, en la verga que le palpitaba afilada a caballo sobre los llenos testículos. Asentando el antebrazo diestro contra los azulejos, y con el puño apretado, dirigió la zurda a su polla; la tomó por la raíz y subió por el tallo, florecido en el glande, estrujándose, recolectando una, dos, tres semillas de presemen. Su deseo buceó en el recuerdo del rubio pelo de la fémina, tan largo que, en lugar de pedirle que se lo lanzara torre abajo para así trepar por él, se lo trenzaría al cabezal de su cama. Quizás esa versión de Rapunzel no fuera de la aprobación de los Grimm, pero ya se sabe que los cuentos se adaptan a los tiempos.
Al sonido propio del agua al caer se aunó el de la piel, estirándose, contrayéndose, desafiando el vigor de la revenada polla que desleía chorros de pasión que huían de la uretra, y tan dura y erecta que ensombrecería a la Fernsehturm[1].
En los alvéolos de Franz se gestaba una guerra; de hecho, en las meninges le retumbaban los tambores. Su polla era una Luger con el cargador presto y entre los dientes sostenía la hoja de un puñal.
Qué bélico.
No obstante no era nada anómalo, dada la hambruna. Cualquiera se avendría a su padecer, se apiadaría de él, puesto que apenas percibía en las papilas gustativas el sabor dulzón de la transpiración de Hannah, caramelizándose en sus pequeños y sonrosados pezones. Vaya, las yemas de sus dedos se le antojaban ásperas, limosas a falta de la suavidad cálida de ella, pálida a la luz de la luna antes de tornarse argentada.
Bélico y poético, rosas y pistolas. Aquella mujer iba a volverlo loco y a demostrar que la edad no era un condicionante para un corazón espinado y una bragueta ardiente.
El traqueteo de la mano en el desesperado anhelo aumentó, restalló, se sumó a la musicalidad de los roncos gemidos…
Franz, consciente de que la masturbación era un medio momentáneo para aplacar parte del hambre que le daba zarpazos en el pubis, persistió, recreándose en el placer de los atávicos instintos, mendigando su consuelo. Un tipo cuadrado y fuerte como él semejaba frágil, y su endurecida verga habría servido de mazo para hacer añicos las fronteras que un día separaron la RFA. Los testículos se agitaron, recogidos en el aterciopelado saco, y el orgasmo lo acechó, fiero. Resolló en un tirón de caderas, izando la testa, buscando la luz que Hannah le suponía entre tanto plomo. Quería anidar en su ombligo, extraer las pepitas de oro que tenía en lo recóndito del coño y cuyos indicios de filones se le enroscaban en el monte de Venus. Oh, Franz ansiaba poder acunar su boca en la de ella, llorándole el clímax en la lengua, haciéndose eco en los nacarados dientes. Sin embargo, en el cubículo tan solo se hallaban él, la soledad de su zurda y, ahora, en esos mismos instantes, el disparadero de prolongados y copiosos caños de semen.
La densa condensación se vio irrumpida por la blancuzca precipitación, alterando el pronóstico del meteorólogo de la RBB[2], truncando la niebla sobre Berlín o, mejor dicho, en el microclima establecido en la ducha de Franz…
Texto corregido por Silvia Barbeito y con ©.
[1] La Torre de televisión de Berlín.
[2] (AL) Abreviatura Rundfunk Berlin-Brandemburg. Radiotelevisión que emite las 24 horas del día desde la sede en Berlín, el centro en Potsdam-Babelsberg y los cuatro estudios regionales.