Empezar una nueva vida en un nuevo país puede suponer retos y desafíos.
Uno busca nuevas oportunidades y construir algo distinto. Pese a todo ese crecimiento personal, migrar supone muchas dificultades. Y más en el caso de las mujeres.
Cuando hablamos de mujer inmigrante nuestros prejuicios hacen que, automáticamente, imaginemos a una mujer que viene de un país en vías de desarrollo, que llega sin nada y que, debido a su situación de pobreza extrema, puede sufrir el acoso de determinados hombres. Olvidamos que la migración entre países considerados «primer mundo» también existe y que sus problemas de base no se diferencian tanto como uno podría pensar en un primer momento.
Esas dificultades no solo nacen de un proceso de adaptación a un nuevo entorno y a una nueva cultura, sino que en ocasiones, surgen de situaciones de discriminación. Uno, porque proceden de otro país y son percibidas como «distintas». Y dos, porque son expuestas al machismo de ese país.
Como he hablado en otros artículos, el machismo está presente en todas las culturas. La diferencia está en las formas en las que se expresa. Esto es porque el género se construye a partir de la cultura, por lo que la discriminación, el machismo y el sexismo, se extienden sobre la misma base. Por ejemplo, hay culturas en las que se ejerce más violencia física (violencia de género) y otras en las que se ponen más dificultades a las mujeres para escalar en el sector laboral.
Es por eso que las mujeres cuando empiezan una nueva vida en un nuevo país, muchas veces, no solo se enfrentan al racismo inherente por ser alguien que migra; sino que también son atravesadas por el machismo de ese nuevo país con unas claves diferentes a las de su país de procedencia, que ni si quiera entiende. Al crecer en un ambiente social y cultural, aprende ciertas pautas de comportamiento que le ayudan a reconocer ciertas dinámicas. Como por ejemplo, saber distinguir una situación machista o una situación racista a primera vista a base de haberlas visto, incluso vivido. Es como empezar una nueva partida en un juego donde no conoces las reglas.
Esta situación además tiene la característica de que ya no se cuenta con la misma ayuda emocional que se había tenido hasta entonces. En psicología se considera que las redes de apoyo sociales y el apoyo comunitario es un factor protector vital para conseguir un bienestar psicológico y emocional. Migrar a otro país muchas veces significa debilitar o anular esas relaciones. Es decir, quizá antes podía contar con su familia o amigos en el caso de tener un problema, pero al estar en otro lugar, la cosa se complica. Muchas veces esto viene ligado a sentimientos de soledad e incomprensión. Vivir otra realidad implica muchas veces falta de entendimiento para las personas que no lo están viviendo. Ella misma, en ese proceso de adaptación, está rompiendo con muchas ideas preconcebidas, e incluso, el sistema de valores que daba por sentado.
Con esta base se inician muchas interacciones sociales en el nuevo país, donde la herramienta más importante, el idioma a veces no se domina, y en donde todas las convenciones sociales van a ser desconocidas, llevando a un aislamiento social en ocasiones difícil de romper (pero no imposible).
Y entre esas relaciones, están las relaciones sentimentales o íntimas. Y en ese punto, en el caso específico, se corre el riesgo de establecerse de forma asimétrica ¿Por qué? Porque una parte de la pareja parte con beneficios sociales, económicos, culturales y por supuesto de poder (Alemán y Lana, 2013). No parten con los mismos recursos y además el machismo inherente cultural, puede poner a la mujer en una situación aún más de vulnerabilidad.
¿Y todo este proceso, qué consecuencias puede tener? La realidad es que las consecuencias pueden ser más terribles que un simple sentimiento de soledad o vivir noches de tristeza. Una persona en una situación de extrema vulnerabilidad es una persona necesitada, una persona que pide ayuda a gritos y, por supuesto, una víctima perfecta para todo aquel que quiera aprovecharse de ella.
Hoy en día, ya es bien sabido por todos que existen grupos de hombres que buscan satisfacer sus necesidades (globalmente, sexuales) acosando a personas en situaciones de vulnerabilidad. Buscan mujeres en esa posición para poder manipularlas y utilizarlas. Y para desgracia de todos, ya hace mucho tiempo que estos individuos se dieron cuenta de que en los grupos de intercambios culturales, intercambios de idioma y/o cualquier lugar donde las mujeres migrantes buscan un lugar donde socializar, pueden encontrar presas fácilmente. A esas personas las suelo llamar «cazaguiris».
Estos hombres han encontrado en las extranjeras la combinación perfecta entre la belleza exótica y la facilidad para poder aprovecharse de alguien que apenas habla su idioma y que no tiene las herramientas básicas como para defenderse en un país que no es el suyo. En otras palabras, una mujer a la que poder manipular con suma facilidad. Estos hombres suelen presentarse de forma desinteresada y dentro de su inabarcable bondad van a enseñarte su país, su mundo, su idioma y su realidad. A la vez que aíslan, monopolizan y crean lazos de dependencia. No muy diferente a cualquier relación de poder y de violencia de género. Es común observar que esos hombres las suelen aislar de sus redes de apoyo y en el caso de estas mujeres migrantes ya se parte de una situación de aislamiento. Así se presentan como salvadores y con actitudes paternalistas de «yo te voy a enseñar cómo se vive aquí, cómo debes compórtate, etc.» y te recuerdan lo difícil que te sería la vida sin él y que jamás podrás hacer nada sin su ayuda.
La cruda realidad, es que en cualquier ambiente donde se puedan encontrar mujeres en situación de vulnerabilidad van a aparecer hombres que sepan exactamente cómo aprovecharse de ellas. Y que un cambio de cultura y sociedad hace que tus antiguos métodos de identificación y de defensa ante situaciones de manipulación, e incluso situaciones de violencia y/o violación, queden inservibles. «No, esto no es machismo, es que en mi país es así.» «No, esto no es machismo, qué vas a saber tú que acabas de llegar.» «Es que aquí esto es la costumbre.»
Cualquier situación de vulnerabilidad debe exponerse y hablarse libremente, pues solo siendo consciente de ello, las personas que la viven pueden ponerle nombre y buscar una solución y, en el mejor de los casos, pueden prevenirlo. Conocer los factores de vulnerabilidad para prevenir los problemas y poder ofrecer la ayuda y la asistencia cuando sea necesario. No solo por evitar que una sola mujer más acabe viviendo aislada bajo el techo de un manipulador; sino porque en ese proceso de adaptación pueda tener el apoyo y la comprensión que quizá necesite en ese momento.