Este fin de semana pasado he estado con un amigo al que hacía mucho que no veía y con el que siempre había disfrutado mucho manteniendo relaciones sexuales esporádicas. El típico “follamigo” o “amigovio”, o como queráis llamarlo, con el que hay buen rollo y puedes establecer fuera de la cama una simpática amistad, por supuesto también esporádica, aunque duradera con el paso del tiempo o la separación física. Lo mejor de nuestros momentos íntimos es que nos divertimos muchísimo. No son momentos de placer trascendentes, que también hay que tenerlos, ni románticos al uso, sino de risas mientras no paramos de hablar. Intercalando gemidos, jadeos y gritos, obviamente. Ya se sabe que el sexo es diferente con cada pareja y en este caso, esta es la mejor manera que se me ocurre de catalogar nuestras relaciones.
Para este encuentro, yo tenía claras dos o tres cositas menos habituales que me apetecía hacer con él. Como ya lo habíamos hablado con antelación y estábamos de acuerdo, no hubo ningún problema en llevarlas a cabo que es siempre lo más importante.
Llegó a mi casa el sábado tarde, temprano para aprovechar bien el tiempo, me dijo. Tras una maravillosa sesión de preliminares con caricias y besos muy húmedos por todo el cuerpo, me dispuse a hacerle disfrutar con una excitante lluvia dorada. Me había preparado en condiciones para que fuese algo agradable para él, ya que nunca lo había probado. Comer cierto tipo de alimentos, beber mucha agua y no tener la vejiga a tope eran cuestiones básicas. Había preparado un espacio en el suelo lleno de toallas que irían del tirón a la lavadora. Así que cuando tuve claro que estaba lo suficientemente excitado, lo desnudé por completo, lo tumbé boca arriba sobre mis toallas, y sentada a horcajadas sobre su sexo duro y firme empecé a cabalgar sobre él. Justo antes de llegar ninguno al punto culminante me puse de pie tal cual estaba y, sin avisarle, solté una buena dosis de mi lluvia, clara y sin olores raros, sobre su miembro. Mi amigo se sorprendió gratamente. Su excitación aumentó aún más si cabe, y la acompañó con un grito apoteósico y una sonora carcajada. Ni que decir tiene que a mi me aceleró y me puso más febril verle en ese estado por lo que sin darle tregua, le pedí que empezase con mi parte. Se levantó rápido del suelo y con mucha ceremonia, se sentó al borde de la cama y me hizo tumbarme boca abajo sobre sus rodillas. Entonando una especie de cancioncilla, entre risas, comenzó a relatar lo mala que había sido con él haciendo aquello y me soltó el primer azote en el culo. Tal y como yo le había pedido, se divirtió un buen rato dándome fuerte con su mano grande en las nalgas y viendo cómo se iban calentando y poniendo rojas. Ahora era yo la que estaba terriblemente excitada y disfrutando con aquel rato de “spanking”. La dopamina corría por mi cabeza haciéndome gritar de placer y pidiéndole que me diera más y más. Cuando consideró oportuno parar, aproveché para volver a sentarme sobre su miembro y rematar la faena follando hasta que nuestros orgasmos se escucharon en todo el barrio.
Ha sido un fin de semana intenso. Mi amigo se ha marchado por otra temporada, feliz de haber experimentado algo muy satisfactorio para él en el sexo. Y yo también me siento muy satisfecha. Aunque hay prácticas que es mejor no realizar dos días seguidos porque hacen que tu lunes sea aún más difícil si tienes que pasar muchas horas sentada en una oficina.