Sólo hay una cosa que me suele dejar incapacitada para reaccionar con rapidez y lógica cuando estoy coqueteando, y es cuando el chico que me está hablando, no aparta sus ojos de los míos y los mantiene fijamente mirándome. Puede parecer un comentario absurdo si creéis que todo el mundo mira a los ojos al hablar. ¡Pero no es así! Repasad mentalmente a toda la gente con la que cruzáis unas palabras con asiduidad y seguro que recordaréis a alguien que ni tan siquiera os mira a la cara cuando se dirige a vosotros. Pues dentro del círculo de personas que sí lo hace, todavía podéis clasificarlas en dos o tres grupos más: los que te miran normalmente a los ojos, de vez en cuando desviando la mirada; los que te miran a los ojos y a la boca alternativamente y esos otros que te clavan la mirada en las pupilas y apenas parpadean.
Pues Javier es de estos últimos.
Ya nos hemos acostado un par de veces y el sexo suele ser muy bueno. Una vez que estamos en la cama consigo distraerle lo suficiente para que no me intimiden sus ojos verdes. Sin embargo cuando coincidimos en el bar y empezamos con alguna conversación me echo a temblar. No puedo controlarme. Comienzo a sudar, porque siento que me desnuda despacito, que entra a través de mi iris con todo su cuerpo musculoso en el mío. Mi entrepierna se humedece a la misma velocidad que se me seca la boca y me fallan las palabras. Diga lo que diga y bebamos lo que bebamos, da igual. En cuanto me mira solo puedo pensar en volver a follar con él. Aunque cuando estamos en acción me encanta jugar a despistar su mirada y ahí lo consigo sin problemas, porque mis pechos se llevan casi al cien por cien toda su atención. Y en ese terreno es cuando aprovecho yo para observarle con detenimiento. Disfruto mucho mirando su cuerpo moverse sobre el mío. Mirando su lengua mientras lame mis pezones. Mirando esas nalgas firmes reflejadas en el espejo de mi armario. Mirándole a unos ojos que apenas le deja entreabrir el placer cuando tengo todo su miembro en mi boca…
Al terminar, sus ojazos vuelven a la carga y muy cerquita de mi cara siempre me pregunta: “¿Quieres que volvamos a empezar?” Y nunca tengo opciones. Porque la mirada de Javier es muy, pero que muy especial.