Se habla mucho ahora de la vida en el metaverso y yo, que no soy muy amiga de las nuevas tecnologías, me pregunto cómo de satisfactorias serán las relaciones sexuales en este universo virtual. Y andaba yo perdida en estos pensamientos, sentada en la butaca de un tren que me llevaba de fin de semana a una maravillosa ciudad del norte, cuando se me acercó a saludarme un conocido de uno de mis primeros trabajos en una multinacional. Como siempre le había visto embutido en el uniforme de su empresa de mantenimiento, unido al tiempo que había pasado desde la última vez que habíamos coincidido, me costó reconocerlo. Pero él, que siempre había sido muy amable conmigo, se dirigió a mí con mucho cariño y entusiasmo. Aprovechó el asiento vacío junto al mío y nos liamos a charlar.
Tras cuatro frases sobre nuestro antiguo espacio común, decidimos no hablar más de trabajo ni del pasado y me fue comentando muy animadamente su motivo de aquel viaje y sus ganas de visitar distintas ciudades europeas. A medida que nuestra conversación se iba animando, la sensación de estar cambiando de vida por minutos, se iba haciendo más grande en mi interior. Porque de repente nuestros planes de viaje se estaban acomodando y estábamos decidiendo sobre la marcha que ese mismo día ya íbamos a quedar para cenar. Los ojos de aquel casi desconocido, llenos de ganas de disfrutar de la vida, me conquistaron enseguida y las ganas de comerle la boca no me dejaban casi prestar atención a lo que me iba relatando.
Tomándonos un refresco en la cafetería ya no pudimos contener la tensión sexual que nos envolvía y nos besamos apasionadamente. Entre lametón y lametón, lo más decente que hicimos por aquello de estar en público, le pedí que tampoco hablásemos de nuestras vidas diarias, ni de lo que hacíamos o con quien vivíamos, para que así todo fuera lo más anónimo posible. Estábamos dispuestos a pasar un fin de semana en un mundo irreal. En un micro tiempo con un contexto solo nuestro y que obviamente desaparecería al terminar las vacaciones.
Todo aquello me hizo cambiar el chip enseguida y desconectar del todo de mi rutina e incluso del primer motivo de mi viaje que era el descanso. ¿Serán algo así las experiencias que se viven en ese metaverso del que todos hablan? En mi caso se le iba a parecer mucho: pasaría tres días con un chico que apenas conocía, en aquellas circunstancias, lejos de mi casa, mi entorno y mi gente habitual.
Fue un fin de semana apasionado y divertido. La naturaleza le había dotado de unas manos grandes y poderosas que sabían acariciar dulcemente y masajear con fuerza en una alternancia perfecta para acomodarse a mi cuerpo: de la espalda a mis ingles y de ahí a mis pechos pasando por los pies. De igual modo, tenía una tremenda habilidad para el cunnilingus y su lengua conseguía con la presión justa hacer que me corriera intensamente, para terminar casi libando con dulzura de mi sexo.
Generoso, intenso y charlatán, me hizo disfrutar de una gran aventura que no esperaba y cuando llegó el momento de despedirnos lo hicimos sin intercambiar teléfonos y prometiéndonos no intentar contactarnos por redes. Lo mejor sería no volver a vernos, al menos intencionadamente, y dejarlo con el buen sabor de boca de aquel encuentro fortuito. Y si las historias que suceden en los mundos virtuales se le parecen la mitad a ésta, fugaz y tangible, creo que me voy a poner las pilas para empezar a conocer mejor cómo interactuar en el metaverso ese.