Los seres humanos tenemos la capacidad innata de mentir. En algún momento todos hemos mentido. De hecho, el «yo jamás miento» es una gran mentira en sí.
Pero, ¿qué impacto tienen esas mentiras hacia las personas que nos rodean y hacia nosotros mismos? ¿La mentira siempre es mala? En este artículo trataré de dar alguna de las respuestas a esta cuestión y hablar de la mentira más perjudicial en las relaciones de pareja: la infidelidad.
Mentimos por muchos motivos, pero el denominador común suele ser para conseguir algo.
Mentir requiere mucho esfuerzo. Cuando la realidad tiene un coste muy elevado o simplemente cuando mentir consideramos que es más conveniente, lo hacemos. También depende mucho de la personalidad (Kashy, DePaulo, 1996), por lo que los individuos con tendencia a manipular, más conscientes de su impacto social y más sociables, tienden a mentir más. Pero lo que está claro es que la recompensa social es un motor muy fuerte para mentir.
¿Qué consecuencias tienen las mentiras?
Según un estudio de Arcimowicz, Katryna y Soroko (2015), son 5 las reacciones posibles que tiene una persona que descubre la mentira:
- Shock y desconfianza.
- Reacciones emocionales (enfado, tristeza, arrepentimiento, antipatía, decepción),
- Respuesta cognitiva-conductual (distanciamiento, sed de venganza, pelea verbal, romper la relación, ostracismo social del mentiroso, sentimientos de humillación /enfado con uno mismo).
- Crisis.
- Reacción positiva (mejorando la relación o aprendiendo algo).
No obstante hay tres factores que harán que las consecuencias puedan cambiar incluso el grado en la que se dan: el aspecto de la vida en el que se miente, el tipo de mentira y la posibilidad de entender la situación que hace que la otra persona mienta.
Las mentiras no solo tienen un impacto para los demás, sino que afectan también a la persona que miente. Mantener una mentira requiere de mucha memoria y esfuerzo. Por lo que las mentiras también atan al perpetrador.
El fracaso en mantener esa mentira suele darse por dos motivos: uno implica el pensamiento y el otro las emociones. En el primer caso como he comentado es un fallo de memoria. Preparar una historia inventada consistente ya es un logro, pero mantenerla inmutable ya son palabras mayores.
Y, por supuesto, están las emociones. El sentimiento de culpa, la ansiedad constante de que te pillen, decepción, incluso el mismo placer de engañar. Pero ese poder emocional interviene siempre en las dos direcciones. E, indudablemente, tienen un impacto en la estabilidad de la pareja.
Sin duda, dentro de las relaciones, las mentiras que se derivan de las infidelidades son las más devastadoras. Cuando hablamos de infidelidad, no solo nos referimos al sexo con terceras personas fuera de la pareja; es cualquier forma de intimidad emocional o física no negociada por parte de uno de los integrantes de la pareja con otras personas fuera de la relación. En ella se rompen los acuerdos establecidos, y lo más importante, es una traición de la confianza depositada en la otra persona. Por lo que depende de los límites establecidos por la pareja. Está claro que si hablamos de una relación no monógama no se trata de infidelidad siempre y cuando se respeten como he dicho antes, los puntos del acuerdo preestablecido.
Para evitar las posibles consecuencias negativas de las que hemos hablado antes se recurren a mentiras y engaños para esconder la verdad. Ese engaño junto con esas mentiras son la causa de muchas rupturas, incluso aunque se perdone esa infidelidad la relación ya no será la misma. La herida puede sanar pero la cicatriz seguirá ahí.
Con todo esto, ¿la mentira es inherentemente mala? La respuesta es que no.
Es simplemente una herramienta social con un fin. Y como cualquier herramienta, puede usarse con diferentes objetivos. En ocasiones mentir tiene un coste muy alto que se debe sopesar y, por supuesto, pensar en las consecuencias hacia uno mismo y hacia las personas que te rodean.
No se trata de mentir siempre o nunca. Sino que antes de mentir, se haga un balance sincero de coste-beneficio, tratar de no mentirse a uno mismo, o ir por el camino fácil. En ese sentido, a veces nos vemos cegados por los beneficios instantáneos que esperamos obtener.
Antes, hay que plantearse: ¿vale la pena mentir? ¿Vale la pena ese esfuerzo a cambio posibles beneficios?