A mediados del siglo XX todavía nadie entendía la mecánica del orgasmo femenino, ya que la sexualidad de la mujer era un tabú.
Años atrás, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, había establecido dos tipos diferentes de orgasmos en la mujer: el vaginal, considerándolo el orgasmo de la mujer adulta; y el clitoriano, que afirmaba ser un orgasmo inmaduro, más propio de la infancia y adolescencia.
William Masters y Virginia Johnson no aceptaron la idea freudiana sobre el orgasmo femenino, y decidieron investigar en su laboratorio a mujeres y hombres para descubrir los cambios físicos que se producen durante la actividad sexual.
Durante más de una década observaron a cientos de personas voluntarias, realizando el coito en pareja o masturbándose de manera individual, mientras estaban conectadas a electrodos para medir el flujo sanguíneo durante el orgasmo.
Masters y Johnson: La respuesta sexual humana
Además, les pidieron a las mujeres participantes de su investigación que se estimularan con un vibrador que contenía una cámara para explorar lo que sucedía en el cuerpo femenino.
Después de observar más de diez mil orgasmos, establecieron que la duración de estos se encuentra por lo general entre 3 y 10 segundos. Por otro lado, los resultados mostraron que la respuesta a la estimulación del clítoris y de la vagina era la misma. Es decir, independientemente de donde se estimulara, la respuesta fisiológica era igual, por lo que concluyeron que sólo existía un tipo de orgasmo.
También se observó la capacidad de muchas mujeres para alcanzar múltiples orgasmos en un corto período de tiempo.
En 1966 publicaron el libro “Respuesta sexual humana”, donde se recogían una gran cantidad de datos obtenidos en sus estudios, colocándose en el primer puesto de los más vendidos en Estados Unidos.
La respuesta a la estimulación sexual humana que propusieron estos investigadores consta de 4 fases que forman una curva: excitación y meseta (ascendente), orgasmo (punto máximo) y resolución (descendente). Siendo el orgasmo una serie de contracciones musculares rítmicas, a nivel genital, para aliviar la tensión muscular y la congestión sanguínea pélvica acumulada por la excitación.
Una de las conclusiones que se muestran en el libro fue que el 80% de los orgasmos femeninos no necesitan del pene para producirse, lo que supuso en aquel momento una auténtica revolución sexual, llevando la sexualidad femenina (que había sido un tabú hasta entonces) a ser portada en los más importantes medios de comunicación.
Sin duda Masters y Johnson obtuvieron grandes logros, no sólo al trasladar el sexo al laboratorio y enfrentar la controversia entre orgasmo clitoriano o vaginal, sino que además se trata de los primeros investigadores que estudiaron el sexo verdaderamente desde el ángulo del hombre y la mujer, valorizando el orgasmo de la mujer dentro de las relaciones sexuales.
Masters y Johnson también fueron pioneros en afirmar que el tronco del clítoris se extiende por dentro de los labios. Otras investigaciones posteriores han confirmado que al estimular la vagina mediante el coito, también se estimula el clítoris, a través de sus raíces internas, lo que evidencia que no se equivocaban al decir que sólo existía un tipo de orgasmo.
Sin embargo, aunque a nivel fisiológico la respuesta orgásmica sea más o menos parecida, a nivel psicológico cada orgasmo se vive diferente, por lo que de alguna manera podríamos decir que orgasmos hay muchos, o más bien… infinitos.