La construcción de la masculinidad en una cultura es una de esas cuestiones que, pese a los esfuerzos por investigar (gracias al feminismo, cada vez más se están poniendo estas cuestiones sobre la mesa), aún queda un largo camino por recorrer.
Un buen ejercicio de autocrítica se produce, muchas veces, analizando otras realidades. No se trata de establecer una comparación donde haya ganador y vencido sino, más bien, de dar un paso hacia atrás y tomar perspectiva para ver las cosas desde otro punto de vista.
Los modelos sexistas, que atribuyen las características según el género, ponen etiquetas a los individuos de una sociedad. En esas etiquetas hay algunas que se ensalzan más que otras debido al machismo (en este caso lo que socialmente se considera como «masculino») y es ahí donde se genera la discriminación hacia las mujeres. Estos modelos sexistas, por supuesto, también afectan a los hombres, rigen lo que deben ser, lo que se debe esperar de ellos y marcan profundamente su identidad generando un ideal masculino. Cuanto más te acerques a ese arquetipo, más te acercas a los beneficios que te promete el machismo: estatus, poder, dinero, ser deseable para el sexo opuesto…
Pues bien, todo lo que estoy comentando se establece en un contexto social, que es su medio de expresión. Y por ende, la cultura modifica esa forma de entender la masculinidad, como ya os he contado en posts anteriores. Viendo otros modelos de masculinidad que nos son ajenos, y a la vez familiares porque comparten ciertos aspectos en común, podemos ser capaces de comprender hasta qué punto la sociedad, de forma completamente intencionada, pone en nuestra mente y en nuestra identidad formas de entender y construir el mundo en el que vivimos.
Para comprender bien el modelo masculino de un japonés, debemos entender de dónde viene.
La cultura japonesa siempre se ha caracterizado por su estamentalidad, un sistema que se diluyó después de la revolución Meiji y volvería después de la segunda guerra mundial. La profunda crisis identitaria que arrasó Japón por la pérdida de antiguos estamentos y la influencia occidental, dio paso a una nueva etapa donde el modelo capitalista occidental se colaría en la vida de los japoneses provocando que la cultura de la jerarquización se trasladara al sector laboral de las empresas. Así apareció entonces la figura del «salaryman» u hombre asalariado, la expresión del empresario.
Este modelo social de imposición del «salaryman» se caracteriza por encarnar el patrón de masculinidad hegemónico del Japón actual desde los años 60. Un modelo que bebe directamente del masculino-capitalista del americano «breadwinner», proveedor de sustento, caracterizado por marcar el ideal de masculinidad a alcanzar y por el que todos los hombres serán juzgados y sentenciados. Este fenómeno ocurre en todas las culturas y en todas las sociedades en mayor o menor medida y en eso se basa el sexismo. También encontramos el modelo de imposición social que se aplica a cómo debe ser una mujer, pero en el caso del modelo de la imposición de masculinidad japonesa, ésta no solo responde a criterios estéticos, sino también a un rol y a una función social.
Los modelos de imposición de masculinidad funcionan como una escala de puntuación. Mientras más características de entre las impuestas cumplas, más puntos obtienes, y mientras menos de ellas cumplas menos puntos tienes. Alcanzar una alta puntuación hará que ostentes y ganes más recompensas sociales, mientras que cuanto más te alejes de la puntuación «perfecta» más problemas y dificultades vas a tener en la vida.
En el caso japonés, el modelo de imposición masculina dicta que un hombre debe ser el único sustento económico de la familia, trabajar en una gran empresa, tener cargos de responsabilidad, alejarse por completo de cualquier tarea del hogar o actividades que se consideren femeninas (como cocinar o limpiar), ser frío, impasible e insensible, beber alcohol y emborracharse a menudo con sus compañeros de trabajo, pasar más tiempo en el trabajo que en casa, etc.
Este modelo social no solo es respaldado y perpetuado por los medios de socialización (medios de comunicación, cultura, educación…), Gottzén, Mellström, Shefer – 2019, sino que también es reforzado en las relaciones sociales. El matrimonio, es visto como el premio social a conseguir para aquellos hombres que cumplan con toda la escala de valores. Volviendo a la metáfora anterior, la sociedad y las personas que te rodean te juzgarán según una puntuación en la escala de la masculinidad, lo que aumentará las posibilidades que tienes de poder encontrar a una mujer y casarte. Esto es algo que se ve retroalimentado por las propias mujeres, pues a la hora de buscar pareja, se tienen en cuenta principalmente los atributos económicos y sociales del hombre por delante de los sentimientos o el afecto, creando un sentimiento de angustia y de frustración en todos aquellos hombres que, aun cumpliendo con todo lo que se les pide por ser hombres, no consiguen poder casarse. Por supuesto, todo esto también responde, sobre todo, a los estándares heteronormativos, por lo que la homosexualidad es castigada por salirse del molde preestablecido por la masculinidad, pese a que los medios japoneses pueden dar una idea de libertad de expresión en torno a la orientación sexual del deseo.
Como contrapunto, tenemos otro concepto que nace del fracaso de no cumplir esas expectativas: el otaku, que básicamente es aquella persona que se dedica a sus hobbies. Puede tener algún trabajo a tiempo parcial para sustentarse y tener dinero para lo que realmente le importa. De cualquier forma, son vistos por muchos como descarrilados, personas que no han seguido el camino claro del hombre adulto. Son percibidos de esa forma también por muchas mujeres, en el caso de las relaciones heterosexuales, por lo que son descartados en muchos casos y no se ven como hombres deseables.
En conclusión, la base de la imposición social de la masculinidad japonesa, a diferencia de la occidental, la cual podría considerarse que el valor de un hombre esta intrínsicamente ligado a su capacidad sexual y a sus relaciones sexuales entre otras cosas, está en el matrimonio. La figura del marido perfecto y la familia perfecta se convierte en la prueba inequívoca del «buen macho». Lo que a su vez se convierte en un modelo social rígido e intransigente por el cual gran parte de la sociedad no puede encajar ni identificarse. Creando sentimientos de malestar, depresión, angustia y frustración a grandes escalas.
Dicho esto, ¿sabrías identificar los modelos de imposición social de vuestras culturas? ¿Crean éstos los mismos sentimientos de malestar? ¿Qué es capaz de hacer la gente para encajar en dichos modelos?