Soy consciente de que la imagen que muchos tienen de mí es la de una mujer divertida, sin muchas complicaciones y con ganas de ser feliz. Sé también que a veces puedo parecer una mujer frívola, con una intensa vida sexual, calculadora o incluso alguien con múltiples personalidades para el amor. ¡Pues sí! A veces lo parezco porque puede que sea algunas de esas cosas o todas a la vez. Y nada es bueno ni malo.
Como todas las personas tengo mis momentos mejores y peores. Me gusta vivir mi día a día con intensidad, probar de aquí y de allá, dejarme cautivar por el cariño de otra persona cuando llega ese alguien especial, y cuando se acaba continuar disfrutando porque la vida son dos días y no soy persona de venirse abajo. Por eso hay mañanas en las que yo misma al mirarme al espejo no me reconozco y me veo como una mujer distinta de la que fui el día anterior. Me pongo mi máscara de los jueves y encaro la rutina con buena disposición e interés por lo que surja. El sábado probablemente tendré otra máscara y el lunes quizás llevaré otra más apesadumbrada pero que me ayudará a hacer de ese día tan aburrido uno mejor. Y, obviamente, no hablo de máscaras en el sentido más literal. Me refiero a todos esos disfraces, llamadlo actitudes, que cada uno de nosotros utiliza continuamente para avanzar por la vida y así adaptarnos como mejor podamos a las aventuras y desventuras que nos vayan surgiendo.
Y las que más me gustan son las máscaras que me hacen sexy. Las que me hacen sentir una mujer atractiva, y me ayudan a disfrutar de un buen amante sin artificios. Precisamente porque esa máscara sólo me ayuda a recordar que en ese instante, ese rato, soy una mujer cien por cien sexual y lo único que me interesa es dar y recibir placer. Si mi pareja también lleva su máscara de hacer y ser feliz, nuestra experiencia común será seguro maravillosa. Porque entonces nos abandonaremos al divertido juego de la seducción intentando conocernos, descubrirnos, primero verbalmente, con palabras que nos motiven, que nos vayan calentando, y después con las manos. Ir palpando para saber cómo es el otro. Cómo entiende esa máscara que tapa sus necesidades, sus apetitos, sus intimidades, su forma de ligar. Para al final, cuando estemos los dos ya desnudos de vestimentas pero también desnudos de preocupaciones, poder despojarnos de ellas por unos segundos o unos minutos quizás, en el deseado instante del clímax, donde nadie puede esconder un suspiro, un grito o un aullido de pasión.
Después seguiremos contando los días de la semana, del mes, de los años, esperando que lleguen los buenos momentos, y las máscaras seguirán con nosotros acompañando nuestras vidas. Y yo, como mujer con ganas de continuar experimentando con mi sexualidad, iré probándome las distintas máscaras del amor para ver cuál me queda mejor, y cuál me procura más satisfacciones: la del amor fiel en pareja, la del poliamor, la del amor propiciado a uno mismo, la del amor lésbico, la del amor hetero, la del trío amoroso, la del amor sin descanso, la del amor con mayúsculas…. Y tú, ¿qué máscara llevas?