Lo mejor del amor y el sexo es que no tienen edad. ¿Que es algo muy tópico? Pues sí, ¡pero porque es verdad! No es lo mismo el sexo a los treinta que a los sesenta, eso está clarísimo. Del mismo modo que no resuelves una ecuación, o no bailas igual cuando eres joven que cuando estás ya en la tercera edad. Sin embargo hacer las cosas de otro modo, cualquier cosa, no es sinónimo de hacerlas mal. Y sucede que el sexo evoluciona como todo lo demás. Aún así, es cierto que la educación y la información que tuvieron nuestros abuelos, no se parece en nada a la que hemos tenido los de mi generación o a la que están teniendo los adolescentes de hoy día. Con sus cosas positivas y las negativas. Por eso no es raro que el otro día hablando con Marina, una vecina ya entrada en años de mi bloque, me tuviera casi dos horas preguntándome por temas sexuales.
Lo divertido, no fue de dónde saliera el tema para que ella entrase a confesar sus dudas, sino cómo se fue animando la conversación a medida que yo le iba contestando con naturalidad y sencillez a todo. Se la veía con ganas de probar cosas y de aprender bien a disfrutar porque se quejaba de lo poco que su marido la había divertido en ese terreno. Y ella, que veía en las películas lo que las muchachas se reían haciendo el amor, quería probarlo al menos una vez. Estaba claro que ella adoraba al hombre de su casa, algo muy importante para que después de más de cuarenta años casados, cualquier cosa nueva que yo la indujera a meter en sus relaciones funcionara. Su marido no parecía tener aún problemas fisiológicos, y como lo más importante siempre son las ganas pasé a enumerarle ciertos truquitos para los preliminares y las posturas con las que podían iniciarse a variar. Aprovechando unos juguetitos que tenía por casa, le regalé un pequeño bote de lubricante de sabores para ella y unos huevos masturbadotes de silicona para el marido. Mientras le daba la clase práctica de cómo y cuándo utilizarlos, oí más de una puerta en el distribuidor que me hicieron pensar que mi público no era sólo Marina. Quizás debería plantearme hacer un “tuppersex” en la próxima reunión de la comunidad. ¡Seguro que eliminábamos de un plumazo más de un conflicto!
Mi entrañable vecina anduvo probando más de una técnica nueva con su marido a lo largo de esa semana, porque la oí dar grandes carcajadas y, muy a mi pesar, casi la retransmisión al completo de más una hazaña. Por supuesto, al cruzarnos en el descansillo me hacía señas como indicando que todo iba sobre ruedas. Tengo que reconocer que ahora era yo la que estaba llena de curiosidad y deseosa de que Marina me contase los detalles de cómo había empezado a disfrutar de su sexualidad. Por eso, al mes de nuestra primera conversación, la invité a tomar un café en mi casa. Mi sorpresa fue cuando a la merienda apareció con dos amigas más de su edad. Mi vecina les había contado sus aventurillas y ahora ellas que confesaban ser mujeres con las mentes muy abiertas pero con pocos recursos estaban ávidas de información sexual y novedades que les alegrase lo mucho o lo poco que les quedase por vivir en ese terreno.
Las tardes con Marina y sus amigas una vez al mes, son desde entonces para mí de lo más divertidas y enriquecedoras. Yo las voy surtiendo de juguetes y las animo a leer poesía y novela erótica a sus maridos, y ellas a cambio me atiborran de bizcochos caseros y me dan sus truquillos para que mis guisos queden como los que me hacía mi madre. ¡Si es que en el sexo todo es bueno! ¡Hasta sentarse a hablar de él!
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