Todos tenemos manías, hasta Amy LaBelle. Un libro, una lectura entretenida y una mirada que desemboca en algo más que en una conversación.

Hay dos cuestiones básicas para mí cuando viajo, aunque hay quien dice que son manías que yo tengo.  Una es llegar siempre con mucha antelación a la zona de embarque, sea cual sea el medio de transporte. La otra, es llevar siempre encima condones en una zona de rápido acceso en el bolso. Que ya se sabe que a veces es más difícil encontrar lo que buscas en un bolso, que un trébol de cuatro hojas en un campo de La Mancha. Lo primero lo hago por ir con el tiempo suficiente para no llegar estresada y poder picar algo mientras espero, o sentarme a leer relajadamente. Lo segundo es por una creencia firme en el sexo casual, divertido, y sobre todo seguro, por si se diera el caso.

Amy LaBelle manías
Ilustración de Francisco José Asencio Ibáñez.

Mi último viaje ha sido a las islas afortunadas,  y tengo que reconocer,  que para afortunada yo. Me encontraba sentada en la sala vip del aeropuerto, con tiempo de sobra después de haberme tomado un refresco y una ensalada llena de cosas ricas. En el extremo de un antiguo sofá de piel de varias plazas devoraba con fruición una interesante novela que me tenía tan intrigada desde el primer capítulo que no perdía ocasión para ir leyendo en cuanto me quedaba parada.

Tan abstraída me encontraba que ni cuenta me di del apuesto caballero que habiéndose sentado a mi lado, no dejaba de mirarme con curiosidad. Cuando levanté la vista me sonreía. Por lo visto llevaba un buen rato esperando mi respuesta a un saludo que yo ni siquiera había oído mientras cronometraba divertido mi tiempo de reacción. Él también era un ávido lector en momentos de transbordos y viajes, así que enseguida empezamos una animada conversación que nos llevó a acercarnos más en aquel sofá mientras reíamos compartiendo títulos que ambos habíamos leído. Su vuelo saldría antes que el mío, pero todavía le quedaba un buen rato de espera por lo que aprovechamos para seguir hablando un poco de todo. De repente, y no sé a través de qué hilo argumental, nos encontramos comentando libros eróticos y departiendo sobre sexo.

Y la teoría debió de llevar a la práctica porque antes de que pudiera darme cuenta yo le explicaba la mala resolución de una novela con mi mano entre sus piernas. Él contraatacó metiendo la suya bajo mi vestido, y allí mismo, en el sofá de aquella sala de la que continuamente entraba y salía gente, poca por suerte, el aire entre los dos se calentó sin esperarlo. Le sonreí, cambié mi mano de sitio para agarrar su chaqueta y extenderla sobre mis piernas. Mi acompañante entendió mi jugada a la perfección y acercándose aún más, empezó a juguetear con sus dedos entre mis muslos. Automáticamente los separé para dejarle suficiente espacio de maniobra a cobijo de la ropa. Nuestros rostros muy cerca. Mis ojos fijos en los suyos que estudiaban mis reacciones mirando con intensidad mi boca, aunque sin besarme y su mano perdida dentro de mis bragas.

Intentar que un orgasmo pase a otros desapercibido, es complicado. Sujetarse las ganas de gritar, de desnudarse por completo, de recostarse, es bastante difícil, pero absolutamente necesario si estás en un lugar público y no quieres que te detengan por escándalo y conducta indecente. Eso sí, ese orgasmo, normalmente es aún mejor que muchos otros disfrutados en intimidad. Y casi no me había recuperado cuando por megafonía anunciaron su vuelo. Sacó su mano de entre mis piernas, recogió su chaqueta, se levantó y dándome dos besos me susurró al oído “Ha sido un tremendo placer, en unos minutos volveré a recordar este momento para completar el mío.”

Si llegar con antelación a los sitios, hace que puedas vivir historias de este tipo,  ya os aseguro yo que voy a seguir con esta manía mientras siga viajando.

 

 

 

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