El otro día en las clases de mi academia en Japón, la profesora nos estuvo explicando su experiencia como demandante de empleo. En pocas palabras, nos dijo que la rechazaron por su aspecto físico. Tanto su cuerpo, como el aspecto de su cara eran considerados «no normativos» para los estándares japoneses, por lo que se vio obligada a realizar un máster para aumentar sus posibilidades para ser contratada. Y finalmente lo consiguió. Ese hecho me hizo pensar en las formas de expresión que toma el machismo según la cultura.
¿Cómo se expresa el machismo en las diferentes sociedades del planeta?
En primer lugar deberíamos explicar cómo se define «machismo». Machismo es la discriminación hacia las mujeres por el simple hecho de haber nacido mujeres, poniendo el género masculino en una escala superior a la del género oprimido.
Esta discriminación está presente en menor o mayor medida en la inmensa mayoría de países, pero sus formas de manifestación pueden cambiar drásticamente dependiendo la cultura en la que se manifieste.
La falta de entendimiento de este factor provoca que cuando a ciertas personas se les enfrenta a su propio machismo suelan echar balones fuera indicando que «otro(s) país(es)» tiene más machismo o un peor machismo que el propio, apoyándose en el claro hecho de que ese «otro(s) país(es)» esgrimen una manifestación del machismo evidentemente diferente. Pero ningún machismo es mejor que otro. Una discriminación siempre tiene consecuencias para la parte oprimida: jamás hay que tomárselo a la ligera.
Pero ¿de qué hablamos cuando decimos que existen diferentes manifestaciones del machismo? Primero debemos entender que estas manifestaciones no son excluyentes entre ellas y que pueden darse todas a la vez, en diferentes grados. Cuando hablo de manifestaciones machistas me refiero al medio por el cual se expresa y se evidencia la discriminación hacia las mujeres dentro de una unidad socio-política.
Por ejemplo, en primer lugar tenemos la violencia física la cual pueden verse en los casos de agresiones, asesinatos y violaciones denunciados por la población. Específicamente las agresiones de índole sexual son consideradas dentro de la violencia sexual que, pese a que son una agresión física, tienen sus propias características. Después tenemos el machismo institucional que podemos verlo también en cómo el cuerpo legal de un país trata las denuncias y casos y el tipo de leyes que responden a esa necesidad. Por otra parte, tenemos el machismo cultural, que lo podemos observar en el papel en el que la cultura de una región, intenta someter al género femenino. Y por último y no menos importante, el ámbito laboral, donde podemos encontrar el techo de cristal, el acoso laboral y la brecha salarial.
La manifestación más evidente, y que genera más alarma social, es la violencia física. Las violaciones, las agresiones y los feminicidios. Pero a estas alturas ya sabemos que ese no es el único, y que incluso fuera de esa manifestación, el machismo cohíbe y coarta a las mujeres.
Vamos al machismo dentro de Japón. Aunque este país no es famoso por su manifestación de la violencia física (aunque la hay) a diferencia de otros países latinos y europeos, como lo sería España, sí lo es por la manifestación del machismo en el ámbito laboral.
En la actualidad, pese a que a partir de los años 60 la mujer japonesa se incorporó al mundo laboral, aún sigue habiendo muchas diferencias entre hombres y mujeres. Según el World Economic Forum (WEF) que se realizó el año pasado, Japón tenía uno de los resultados más bajos del sudeste asiático y la zona del Pacífico en cuanto a la brecha de género. Esta organización mundial hace publicaciones cada cierto tiempo sobre varios aspectos relacionados con la economía y, por supuesto, también analiza la brecha salarial, o lo que es lo mismo la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres.
Una de las razones de por qué obtienen ese resultado tan bajo es la poca representación femenina en el ámbito político. De hecho no ha habido ninguna representante mujer en los últimos 50 años. Y es que, aunque las mujeres representan la mayor fuerza laboral, hay una parte significativa que tiene trabajos de media jornada (el llamado アルバイト »arubaito»), un índice que casi duplica la participación de los hombres. Estos «arubaitos» son trabajos por horas, y responden muchas veces a la necesidad de conciliar la vida laboral y familiar. Aquí me gustaría puntualizar que el trabajo de «arubaito» supone un problema por varios motivos porque se caracteriza por una menor retribución salarial, que puede generar cierta dependencia económica de la pareja y posteriormente unas pensiones más bajas. Como consecuencia, existe una imposición hacia las japonesas respecto a la planificación familiar y la crianza de los hijos y por ello cada vez son más las que se plantean no tener familia y desarrollarse profesionalmente. Lo trágico es que se vean con la necesidad de decidir sin opciones alternativas.
Así mismo, el machismo representa un arma de doble filo. No solo controla el comportamiento de las mujeres sino que, para perpetuar el sistema, dicta los estándares en los hombres. Así que pese a ser el género claramente aventajado, restringe su libertad sin que muchos se percaten de ello. En el caso de Japón, es una sociedad que pone mucha responsabilidad en los hombres, ya que en la mayoría de los casos son el sustento principal. Si no cumplen con ese rol en el contexto heterosexual, muchas veces son descartados como posibles parejas deseables. Este es un sistema clásico que muchos países en mayor o menor medida siguen arrastrando.
Según una investigación de Adachi respecto a la opinión de los jóvenes heterosexuales que participaron en el estudio sobre las expectativas futuras en la vida conyugal, ellos comentaban que, aunque no tenían ningún problema en implicarse en las tareas del hogar, no tenían intención de cambiar sus planes profesionales, interrumpir su vida laboral o reducir sus horas de trabajo por participar en la planificación familiar. Derogando todo el trabajo en sus futuras mujeres. Además, mostraron unas actitudes conservadoras y rígidas en cuanto a los roles de género. Por otro lado, las mujeres implicadas en el estudio transgreden el modelo tradicional, valorando el continuar su vida profesional y buscando un modelo más equilibrado entre trabajo y vida familiar.
Como hemos podido ver, pese a que las manifestaciones del machismo varían según la unidad socio-política, salvando diferencias, se pueden encontrar ciertos patrones similares que pueden desembocar en las mismas respuestas erróneas.
Por ejemplo, la lucha por la igualdad en Japón, se centra principalmente en las mujeres y el papel del hombre queda en segundo plano. Cuando lo que se debería buscar es un consenso y un equilibrio entre los géneros para balancear la vida familiar y laboral. Por lo que no solo es importante la intervención a nivel gubernamental e institucional, sino que es indispensable trabajar en una educación contemplando el género de forma igualitaria.
Desde mi posición como profesional, creo que hay que hacer partícipes a los hombres e implicarlos en la lucha feminista por la igualdad (que es lo que busca el feminismo) respetando los espacios de seguridad que requieren ciertas mujeres. Esta implicación les hace ser más conscientes de cuáles son las consecuencias para las mujeres, para la sociedad y por supuesto para ellos mismos.
Como siempre y como en todos los lugares del mundo la educación es la clave para este propósito.