Hay muchas cosas que erotizan el encuentro íntimo de una pareja, muchísimas. Relacionadas con algunas ya os he comentado muchas anécdotas, pero creo que sobre lo que yo considero lo más importante aún no.
Cuando surge ese chispazo y el deseo se abre paso entre dos personas, y por si no lo sabías, es el cerebro el que manda sobre todas esas sensaciones que vendrán después. Ya que, aunque creas que te dejas llevar por los sentidos, será siempre tu cabeza la que vaya manejando la situación. Al recibir una mirada electrizante, el roce de otra piel o los húmedos besos de tu amante, tu cerebro los traducirá en órdenes que viajarán por tus terminaciones nerviosas hasta tus poros y tus órganos sexuales. Y al sentirte deseada o deseado, estallará la tormenta pasional. Porque eso es lo que activa mi cerebro sobre todas las cosas: sentirme deseada.
Cuando mi pareja empieza a morderse los labios mirándome con ganas ya se revoluciona todo en mi interior. Y al lanzar mil y un susurros lascivos a mi oreja mi cuerpo se relaja y se abre para recibir tanto amor como puedan darme. Por eso adoro las palabras mientras tengo sexo. Las miradas, o los gestos, son estímulos que a veces pierdo en el fragor de la batalla entre las sábanas, pero los sonidos, los gemidos, las frases detallando cuánto le gusta tocarme o cómo le excitan mis pezones consiguen que me ponga a cien.
– ¡Hoy tenía muchas ganas de saborearte, Amy! ¡No sabes lo dura que se me pone en cuanto meto la mano entre tus piernas!
Eso es lo que más necesito mientras estoy follando. ¡Que yo sepa cuánto me desean! Quiero tener claro que no soy un revolcón más de sábado, o uno por cumplir expediente, o el polvo que hace superar la media semanal de pareja. Lo mejor es saber que soy un deseo que no pueden esperar a satisfacer. ¡Pero me lo tienen que decir! Con rabia, a gritos, al minuto. Que al desabrocharme la camisa se sinceren diciéndome que preferirían rompérmela. O que me descubran que no han podido aguantar las ansias y que han tenido que desatar sus ganas en los baños del trabajo pensando en cómo se engancha la cinta del tanga entre mis nalgas.
El erotismo se esconde en las fantasías y mi cabeza estalla de pasión cuando Pablo me hace partícipe de su apetito y llega con hambre a mi ombligo. Me excitan sus ansias de niño pequeño ante el mostrador de los helados, sin conseguir decidirse por un solo sabor. Y, a mi cerebro, sentirme deseada le produce enormes y satisfactorios orgasmos que me hacen anhelar más, pedir más, reclamar más placer, y, del mismo modo, complacer a la otra parte y regalar pasión. Y en ese entregar y solicitar caricias, en el intercambio de calor, el deseo navega con el viento a favor y convierte los encuentros sexuales en momentos de infinita felicidad. Por eso cuando alguien me anima a que pida un deseo yo siempre digo lo mismo: el deseo quiero ser yo, pero el tuyo.
2 comments
Efectivamente, del deseo de nuestra mente, surge la pasión, el querer disfrutar de esos momentos que no por ser esperados, son menos placenteros.
Un artículo estupendo. Como ya nos tienes acostumbradas.
Me encantó.
Felicidades!!!
Pues sí querida Carla,
El ser deseados es fundamental, construye nuestra pasión y mucha de nuestra erótica. Además de generarnos una grandísima autoestima emocional y sexual….
Besos fuertes.