-«No pienso quitarme este conjunto de ropa interior! ¡Vamos hombre, ni lo sueñes! ¡Con el dineral que me ha costado!»
Mi amigo Pedro no daba crédito al grito que profería su última conquista, cuando a los diez minutos de estar besándose apasionadamente, tirados en el suelo del salón y ya en ropa interior ambos, él intentó desabrocharle el sujetador.
Tenía experiencia con la mujeres, la justa sí, pero sabía de sobra que por sexy que se vistieran, todas estaban mucho mejor desnudas. Al menos para su humilde opinión. O sencillamente porque a él le gustaban más sin nada. Así que él, que no era muy fetichista en ese sentido, corría a desnudarlas en cuanto se dejaban. Con otras novias, según me contaba, había tenido un poco de todo cuando llegaba el momento de tenerlas en ropa interior. ¡Y había visto de todo! Nuestra relación ha sido siempre tan buena, que en cuanto le pasa algo que le divierte muchísimo o que por el contrario le deja en estado de shock, me llama corriendo y me lo cuenta. Como aquella ocasión en la que cuando fue a quitarle las bragas a una fabulosa chica a la que le había costado mucho convencer para irse con él a su piso, casi se desmaya del olor. Tuvo que excusarse repentinamente con un ficticio corte de digestión para dejarla con un palmo de narices y devolverla a la calle por donde la había traído. ¡Cuando la higiene íntima no se cuida, la libido sale huyendo!
Pero volviendo al tema, algunas chicas somos más recelosas que otras a que nos vean desnudas, por eso nos buscamos siempre una buena ropa interior que nos de seguridad. Y hoy en día encontramos de mercadillo muchas braguitas de dibujos o encajes estupendas y sujetadores maravillosos con relleno de todos los tamaños. Pero la calidad está ahí. Siempre estuvo ahí. Y un buen conjunto que se precie, que además de ser de un tejido suave, que resista los lavados, sea original y siente como un guante, tiene su precio. Y normalmente es desorbitado. Por eso envidio a las mujeres que tienen la posibilidad de ir cubiertas habitualmente por sujetadores y bragas de esas calidades. Yo alguna vez he cometido el pecado de gastarme lo que no tengo en una buena marca, por supuesto con el fin último de impresionar a mi objetivo masculino. Y tan excitada estaba que casi tuve un orgasmo sólo de verme en el espejo de mi cuarto con aquel conjunto puesto. Así que entiendo que la chica de Pedro no quisiera ni que se lo rozara, no fuera a romperle un corchete.
La cuestión para mi amigo era que lo que tenía que hacer era capaz de llevarlo a cabo sin quitarle siquiera las bragas. Seguro que todas más de una vez lo habremos hecho así, con ellas puestas, pero entonces la chica fue aún más allá y empezó a aleccionarle de cómo debía de colocarse y sujetársela para que por nada del mundo se le fueran a manchar. Y eso era ya una tarea más dificultosa. Según me contaba Pedro, estar concentrado en el tema y a la vez pendiente de que no se mojara el ribete de encaje en la entrepierna no dejaba mucho lugar a la improvisación ni al arrebato pasional. Tanto era su celo que la chica le pidió unos pañuelos de papel para salvaguardar aquellas braguitas de al menos trescientos euros de cualquier invasión seminal descontrolada. Pero no hubo manera de que se las quitara. Se aferraba a que había invertido mucho dinero en aquello como para ahora quitárselo en seguida y no lucirlo. Que ella se sentía muy atractiva y que él tenía que disfrutarla así. Y mi amigo Pedro que es muy bien mandado y estaba muy excitado, todo hay que decirlo, lo hizo y concluyó la faena como se esperaba de él, aunque no disfrutó lo suficiente. Según él, sólo lo justo.
Sin embargo, la chica, que salió con su conjunto de ropa interior impoluto, ha querido repetir y le persigue insistentemente mientras va contando por ahí que es un hombre cuidadoso como no hay otros. Pero Pedro siempre huye cuando la ve. Ahora tiene más claro que nunca que las mujeres están mucho más atractivas desnudas que con la ropa más sexy del mundo. Para las revistas estarán muy bien, pero para disfrutar del sexo no hay como dejarse llevar por el momento y las ganas sin pensar en lo que llevan puesto.