Verano, sol, playa, duchas y un musculado bañista. ¿Quién se puede resistir a no mirar cuando se ducha? Amy no, por supuesto.

Cuando más disfruto yo de la playa suele ser a última hora de la tarde. No hace el calor agobiante del atenazante sol de mediodía, ni queda tanta gente como para hacerte pensar que en lugar de en la playa descansando estás en el hipermercado un sábado por la mañana a primero de mes.

Cuando el día está a punto de marcharse y las tardes de verano aún son templadas, estar tumbada en la arena observando el mundo a tu alrededor es un placer para mí. Si a eso le añades que en la zona donde yo paro, los chicos son de mucho deporte acuático, el placer para mi vista es aún mayor.

Blog de Amy Labelle
Autor ilustración: Francisco Asencio

Y en esas andaba yo con una amiga, en una de estos ratos de playa, cuando de algún lugar entre los acantilados cercanos surgió un chico fuerte y alto, moreno, de cuerpo escultural, musculación generosa y bañador escaso, al que no pudimos evitar seguir con la mirada. Supusimos que terminando también su jornada playera se dirigía a las duchas para refrescarse y quitarse el salitre que tan molesto nos resulta a todos. Y efectivamente eso hizo. Se colocó debajo de la ducha en la que ya nadie hacía cola y apretó el botón del grifo dispuesto a ducharse. Pero no hizo sólo eso. Se ve que aquella acción tan común para el usuario habitual, para él era un ritual de limpieza profunda y caricias regaladas a sí mismo, y a todo aquel que tuviera la suerte de disfrutar de su momento de fin de jornada. Mi amiga y yo nos miramos con sorpresa en cuanto le vimos dejarse cubrir por el agua y contonearse despacio para que el dulce líquido le cubriese bien por todos los rincones. De la sorpresa pasamos al regocijo cuando comenzó a acariciarse con mimo, como tocando el cuerpo de otro, pasando suave las palmas de sus manos por su pecho inflado para a continuación recrearse en todos y cada uno de sus abdominales. Directamente y sin mediar palabra, ambas nos dimos la vuelta en la toalla y nos tumbamos apoyadas sobre los codos, abandonando por completo la fabulosa puesta de sol y centradas únicamente en cómo nos estaba poniendo aquel chico. El agua seguía resbalando por su silueta dibujada, y de repente se giró hacia nosotros y nos sonrió con descaro. Lejos de avergonzarnos, obviamente le respondimos con la misma picardía y continuamos con toda nuestra atención puesta en él. Prosiguió enjuagándose la arena de los muslos con las manos. Tocándose el culo, enredando los dedos en su pelo rizado y  mojado y todo siempre con movimientos lentos y sensuales. Conozco a mi amiga lo suficiente para saber que estaría como yo totalmente excitada y a punto del orgasmo sin necesidad de tocarnos. Aquel adonis nos estaba obsequiando con una suerte de “strip-tease” acuático y personalizado al que no sabíamos muy bien cómo responder. Para rematar la faena, decidió enjuagarse del todo y con toda la parsimonia y el erotismo que supo, como bailando una música que sólo él escuchaba, se bajó el bañador y nos mostró todas sus dotes de, casi con certeza, buen amante.

Nunca había enfocado el exhibicionismo de esta manera. Lo había sufrido del modo ofensivo y vulgar que por desgracia es más común a nuestro alrededor. Con lo cual cuando el chico terminó su maravillosa actuación, se subió el bañador y se fue de la playa dedicándonos un sonoro “hasta mañana”, mi amiga y yo no pudimos más que estar de acuerdo de nuevo, en que las vacaciones y las últimas horas de la tarde en la playa sólo están repletas de fabulosos momentos con los que deleitarse y soñar.

 

 

 

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